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Arquitectura

Terrazas y balcones

La pandemia y el encierro en las casas revitalizan espacios constructivos antes menospreciados o de uso marginal

Palacio Farnese, en Roma

Cuando estudiaba la carrera, nos decían que no diseñáramos balcones, que, con la dimensión diminuta que acababan teniendo aquellos pisos, iban a dedicarse a recibir, como ocupantes, la aspiradora y algún que otro mueble que sobrara, como un limbo, anterior al contenedor. Ciertamente algunas vías urbanas, con contaminación, con excesivo ruido, no son lugares para tomar el sol. Y su cierre sobrevenido, ilegal, desordenaba las fachadas y buscaba un poco más de calma en el salón propio a expensas estéticas de la calle de todos. Pero, estos últimos meses, hemos sufrido tanto, encerrados en nuestros pisos, que la sociedad se dividió en dos tipos de personas: las que tenían ese rincón al aire y las que no. Esa gente morena frente a la palidez del encierro es la que descubrió que tenía un trozo de forjado suspendido del cielo.

Aunque ventana viene de viento (como window de wind), uno no está verdaderamente a la intemperie si no sale del muro que a la casa contiene. Y así balcón, parece ser, que proviene del persa (bâlkâneh), que desde luego está más cerca, geográficamente, de lo que debieron de ser los jardines colgantes de Babilonia, jardines aterrazados, y más unidos, quizá, al concepto de terraza que tenemos, como ese plano elevado, rematado por balaustrada que da frente a una vista preciosa, como el Piazzale Michelangelo, la plaza de Florencia.

Desde luego las terrazas de los áticos de Madrid que nos enseñó a envidiar y apreciar Almodóvar a los que somos periféricos, resultan un exceso: Círculo de Bellas Artes, Palacio Cibeles y demás. Sin movernos de casa, el palacio del Naranco, es una muestra temprana del disfrute de los espacios exteriores y vistas (belvedere: bel vedere), protegido por la cota elevada del suelo.

Ejemplos como los de los palacios de Venecia que se abren a los canales, habitaciones enteras que crean, con tracería, cierto intimismo, como una celosía (de celos) para mostrar el origen bizantino. O las loggias elevadas en otros palacios como el Farnese en Roma, que mira a la Via Julia o el palacio de Figaredo, en Mieres. Con estancias así y buena biblioteca te puedes confinar la vida entera.

Las terrazas de Gaudí en la Pedrera, con un gran movimiento, saliendo de fachada y entrando el espacio adentro, con lucernarios de unas a otras para sentirse más al viento. Un monstruo, un escultor, un edificio que no se queda quieto.También, máscaras, no mascarillas, que son las barandillas de la Casa Batlló.

Los balcones, que crearon un pequeño saliente, con barandilla, fueron al principio castizos, con una persiana apoyada en el pasamanos en la costa mediterránea (o cerradas por lamas), creando un espacio de corte de la solana. Estas hoy nos saben a poco, no nos cabe ni la hamaca, (¡ni la bicicleta estática!) y además, con la barandilla de barrotillo, nos dejan a la vista del que pasa.

Desde la Bauhaus de Weimar se difundieron aquellos balcones de tubo que fueron curvos con Mendelsohn, y otros arquitectos en Alemania, y con Terragni en Italia, para venir luego hacia España. Y así tenemos, en muchas ciudades edificios que muestran esos elementos, buscando la imagen del barco, o más bien del paquebote, y recordando tanto a las siedlungen. Suelen ser balcones pequeños, donde nunca ves a nadie disfrutando de ellos. En Asturias ejemplos de los Somolinos, de los del Busto, de Vaquero.

Luego, llega la abstracción del elemento volado. Frank Lloyd Wright al plantear aquellos planos, que marcaban direcciones del espacio sobre la cascada, ingrávidos, planteó ya la carga artística del vuelo, como cajas vistas desde el suelo; Donald Judd, exprimió además las posibilidades estéticas y conceptuales de la seriación, y muchos arquitectos repitieron plantas en altura generando el deleite del sinfín. En Oviedo, Castelao utilizó matemáticamente este saliente, como composiciones abstractas.

En la España de los sesenta Fisac hizo en Mazarrón (1968), Murcia, unos apartamentos, en los que las terrazas se iban escalonando en la ladera. Para evitar esa falta de luz que provoca el vaciado, esa sombra interior al alejarnos de la barandilla hacia adentro. Eran frecuentes en esos años los ejemplos donde las terrazas van formando zigurats. De este modo, encima de tu espacio exterior tienes el cielo.

Espero que nos dejen en invierno salir al campo abierto, y no tener, de nuevo, que descubrir, que en nuestra casa, nos espera callada la terraza

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En la exposición que el ICO dedicó el año pasado a Fernando Higueras, podíamos ver “macrohoteles” como el de Teguise, o en México, donde los aterrazamientos forman soluciones muy densas. Lo malo es que si Higueras veía el efecto arquitectónico, otros vieron en estas posibilidades, no aterrazamientos sino “aterrorizamientos” ya que se convirtieron en colmenas que tuvieron como final (que no acaba de ser final) la densidad y horror del Algarrobico.

Creíamos que podíamos acondicionar el aire, y disfrutar, como a la sombra en una estancia exterior, pero no, los rascacielos, con sus moquetas y ventanas sin manillas te meten en un mundo sin brisa. Bueno, el Empire State, se va estrechando y dejando terrazas para que suba King Kong (o Meg Ryan se encuentre con su amor). Otras pretenciosas terrazas, como la de la cubierta de la Torre de Escario en Benidorm, donde Bardem subía para alardear de sus Huevos de Oro. Lejos de esos gigantes de cristal, hay otras más humildes, llenas de vida y sensaciones, cómo las que servían para tender sábanas y envolver corazones de Sophia y Marcelo (o las del Pajarico de Saura). Terraza inmejorable es la de Curzio Malaparte, y sublime además, si Godard nos pone allí a Brigitte Bardot, para que tome el sol.

Espero que nos dejen en invierno salir al campo abierto, y no tener, de nuevo, que descubrir, que en nuestra casa, nos espera callada la terraza, donde se puede comer bien, hacer planchas, ejercitarse en bici estática, aplaudir, y sentir que se te encoge el alma. ¡Qué no me encierren más! ¡Quiero salir de casa!

Palacio Farnese, en Roma

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