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Amalgama

El gran miedo y el gran terror

El gran miedo y el gran terror

El ambiente pide comparativas y propongo irnos directamente a la Revolución Francesa, un momento histórico de tensiones e ira. El Gran Miedo se llama a una etapa entre el 20 de julio y el 6 de agosto de 1789. El invierno anterior había dado comienzo una hambruna por falta de grano. Las reformas planteadas para encauzar a la nobleza terrateniente durante la Asamblea Constituyente, hicieron que la emigración de nobles a países cercanos se entendiera como el paso previo a un ataque defensivo de los mismos. El gasto perverso del rey Luis XVI y sus nobles, se intentó compensar económicamente con más presión fiscal sobre los campesinos. Ya había habido revueltas contra la nobleza en Grenoble y en Rennes, desde 1788, y en la Asamblea Constituyente se pretendió la supresión de muchos derechos señoriales (corveas u obligación de trabajar gratis para el señor, banalidades o pagos obligatorios a los señores dueños de las maquinarias).

En medio de todo este conflicto, los siervos y campesinos estaban a favor del rey, dado que éste, a su vez, peleaba continuamente con los nobles que, a su vez, querían acaparar la mayor riqueza para sí. Y en el ínterin, corrieron grandes rumores acerca de los bandidos, algaradas de mendigos errantes y saqueadores de los campesinos. Los diputados de la Asamblea Constituyente decidieron que los bandidos habían sido armados por la nobleza. El miedo, pues, dio paso a la cólera. En las provincias los magistrados que impartían justicia en nombre del rey empezaron a huir, y los campesinos atacaron los castillos y las abadías, así como a los jefes locales y a los recaudadores de impuestos. El 4 de agosto de 1789, la Asamblea Constituyente de París suprimió los privilegios de los nobles y declaró la igualdad de todos ante la ley.

Cinco años después, el 10 de junio de 1794, estalló el Gran Terror. Se suprimieron las garantías para los juicios que se convirtieron en sumarísimos ante el Tribunal Revolucionario, que solo podía decidir entre la absolución y la muerte. Represión, detenciones y guillotina, de un lado, oposición de monárquicos, de católicos, y de gobiernos extranjeros que veían la revolución, de otro lado. Saint-Just, el 10 de octubre de 1793: “Hay que castigar no solo a los traidores, sino a los mismos indiferentes”. Maximilien de Robespierre, el 5 de febrero de 1794: “Si el poder del gobierno popular en paz es virtud, la fuente del gobierno popular en revolución es a la vez virtud y terror: virtud sin la cual el terror es fatal; terror sin el cual la virtud es impotente. El terror no es otra cosa que una justicia pronta, severa e inflexible”. Se calculan 17.000 guillotinados y 40.000 víctimas por ahogamientos colectivos o ejecuciones generales. María Antonieta es guillotinada el 16 de octubre de 1793. Robespierre quiere implantar la fiesta del Ser Supremo, para suplantar a la Iglesia, así como llegar a acuerdos con Inglaterra, y los diputados de la Asamblea sospechan y terminan guillotinándolo a él, a mediados de 1794, acabándose el Gran Terror. Empero, ¡Ajajá!, tras esto sobrevino un emperador, Napoleón, que entró con el golpe de Estado del 18 de Brumario, primer cónsul de la República el 11 de noviembre de 1799, vitalicio el 2 de agosto de 1802, emperador el 18 de mayo de 1804, hasta que, tras su caída en diez años, se restauró la monarquía con Luis XVIII, y con ello el regreso de una nueva etapa de Terror, que liquidó a revolucionarios y napoleonistas.

Durante el primer Gran Terror se confiscaron tierras, se abolió la esclavitud, se obligó al tuteo, se suprimieron privilegios a los primogénitos, se censó a los indigentes y se les creó una atención pública, se suprimieron las congregaciones, se estableció la enseñanza obligatoria, se creó un calendario republicano, el decreto del 7 de mayo de 1794 instauró la fiesta de la Razón y la fiesta del Ser Supremo, y se proclamó la inmortalidad del alma (Robespierre, 1794), se desacralizaron miles de Iglesias convirtiéndolas en almacenes o Templos de la Razón. Este ir y venir, este paso estrambótico desde el feudalismo adherido al despotismo regio, hasta la Asamblea del Pueblo, para guillotinarse unos a otros, sobrevenir luego un dictador napoleónico durante diez años, para luego advenir otra vez el monarca con una nueva etapa de Terror, indica la naturaleza de eterno retorno de la historia, guiada desde lo invisible y no desde lo razonable. Y ahora toca otra vez una fiesta parecida, pero a nivel planetario, surgido todo de la generación de desequilibrios de valores ciudadanos y económicos. Un ejemplo de la crisis, en la iglesia cristiana, es el Arzobispo Carlo María Viganò escribiendo en mayo pasado una carta, en plena pandemia, junto a cuatro cardenales, varios obispos, científicos y teólogos, acusando de que algunos “poderes” fomentaron el pánico y limitaron la libertad como “preludio inquietante para la realización de un gobierno mundial fuera de todo control”, utilizando a la salud como coartada.

Y de nuevo ha escrito una nueva carta a Donald Trump, el 7 de junio de 2020, en la que habla de que “en los meses recientes hemos sido testigos de la formación de dos bandos opuestos, a los que llamaría Bíblicos: los hijos de la Luz y los hijos de la Oscuridad. Los primeros son objeto de una especie de discriminación que los coloca en situación de inferioridad moral con respecto a sus adversarios, quienes a menudo ocupan posiciones estratégicas en el gobierno, la política, la economía y en los medios de comunicación”. Viganò se dirige a Trump y le explica que los hijos de la oscuridad quieren demoler a la familia y a la nación; explotar a los trabajadores con el propósito de hacerse excesivamente ricos; fomentar divisiones internas y guerras, y acumular poder y dinero.

Viganò sigue explicando que, al desvanecerse el virus y la alarma generada con el mismo, se provocó por este Estado Profundo una serie de revueltas sociales y callejeras, para justificar luego la represión, tanto en EEUU como en Europa: “Que no nos sorprenda si en unos meses aprendemos que escondidos detrás de estos actos de vandalismo y violencia, se hallan quienes esperan beneficiarse de la disolución del orden social, con el fin de construir un mundo sin libertad, tal y como lo enseña el adagio masónico: Solve et Coagula”. Viganò, señalado como uno de los que pueden generar un cisma en la Iglesia Católica, dentro de la cual dice que ha entrado el maligno Estado Profundo, adopta el mito antiguo, como en la Revolución Francesa se adoptó la fiesta del Ser Supremo, la inmortalidad del alma y los Templos de la Razón. Se puede adverar que volvemos a parecidas exaltaciones. La señal histórica de que Leviatán retorna a moverse violentamente sobre la faz de la Tierra.

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