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El asidero del conocimiento

El ensayo ‘Los científicos y el mundo’, de Robert P. Crease, recién publicado en España, tiene mucho de anticipación y restitución de una confianza en la ciencia que, queda otra vez probado, no conviene perder

El asidero del conocimiento

En la divisoria entre dos años, lo único que tenemos es perspectiva, la más segura de las concesiones que cabe esperar del transcurrir del tiempo. Esa visión, a caballo entre el balance y la prospectiva, no restablece ninguna de las aparentes certidumbres borradas en estos meses a merced de lo que, pese a su irrupción periódica en la historia de la humanidad, tanto nos cuesta comprender. Hay desolación, mucho duelo que superar y el que todavía vendrá, pero a la vez se abre, más allá de la falsa promesa del retorno a una normalidad irrecuperable, un atisbo sostenible de que el mal escampe.

La ingenua invocación del virus como el factor que haría aflorar lo mejor de nosotros mismos fue una jaculatoria recurrente en lo más bronco de la tormenta. Sin embargo, recuperamos algo de nuestra parte buena. El principal recurso frente a la pandemia surgió, como no podía ser de otra manera, de esa gran construcción del conocimiento que es la ciencia, lo más sólido que conseguimos levantar los humanos, al margen de los valores, no siempre irreversibles, que nos hacen mejorar como especie. El virus nos devolvió la magnitud real de la ciencia: es un asidero equidistante entre la prepotencia de suponer que siempre nos dará la respuesta rápida e infalible y el rechazo a sus postulados por efecto de la desconfianza en la razón y otras infecciones ideológicas.

De todo ello habla Manuel Arias Maldonado en Desde las ruinas del futuro, una reflexión de conjunto, ya reseñada en esta páginas, que contradice uno de los postulados comunes más escuchados en estos meses: pese a todo lo dicho, la pandemia no es una consecuencia de la modernidad globalizadora sino el resultado de una modernización insuficiente. La Covid-19 se convirtió en el mayor filón editorial de un tiempo de celebrado reencuentro con la lectura como escape a las limitaciones físicas del confinamiento. Entre toda esa proliferación de títulos destaca Contagio (también reseñado aquí), de David Quammen, autor especializado en ciencia y naturaleza que relata, desde la vivencia directa con los investigadores y afectados, la evolución de las enfermedades zoonóticas, otro término del que este año deja memoria.

Quammen refleja la insistente advertencia de los epidemiólogos de las elevadas probabilidades de que lo que estamos sufriendo pudiera ocurrir. Fueron avisos inútiles por una desatención agravada con la incredulidad y la torpeza de no saber cómo reaccionar ante la irrupción de la pandemia. El negacionismo es, con amplificación mediática, el ruido de fondo persistente de estos meses, que se adueña de todo favorecido por el desconocimiento sobre el virus, los titubeos de los gestores, los intereses más bajos y, siempre, la convicción de que incluso los peores momentos son buenos para los negocios, también para el ideológico. Esa resistencia ante la obstinada realidad de la que hablaba Hanna Arendt cuestiona nuestra capacidad de aprendizaje y lleva en ocasiones a pensar que la única forma de inteligencia colectiva reside en los hormigueros.

Un libro como Los científicos y el mundo, de Robert P. Crease, director del departamento de Filosofía de la Universidad de Stony Brook, viene a liberarnos de esa visión al mostrar el modo en que se construye la ciencia, entre el impulso individual de los diez científicos y pensadores que analiza y la asimilación colectiva para su incorporación al acervo de lo humano. Publicado en España en noviembre pasado, el libro data de 2019 y pone el foco en el cuestionamiento interesado del saber científico por parte de sectores influyentes en Estados Unidos, cuyo ejemplar más destacado es Donald Trump. Visto lo que vino después y cómo actuaron algunos, con la perspectiva de ahora, el análisis de Crease tiene mucho de anticipación y restitución de una confianza en la ciencia que, queda otra vez probado, no conviene perder.

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