José Félix Valdivieso, nacido en Bruselas, hijo de madre canaria y padre ecuatoriano, cultiva su trayectoria literaria en paralelo a su carrera profesional como Executive MBA del IE Business School, que le mantiene en permanente tránsito por distintos países del mundo. Este periplo, al que se suma su dominio del inglés o el japonés, entre otras lenguas, nutren las historias de su último libro, ‘Grafitis por el mundo. Graffiti of the world’, distinguido con el I Premio Internacional Cuadernos del Laberinto de Pensamiento 2020, cuyas claves desgrana, junto a otras muchas cuestiones, en esta entrevista.

¿Cómo surge la idea de su libro Grafitis por el mundo. Graffiti of the world (Cuadernos del Laberinto, 2020), editado en versión bilingüe y distinguido con el I Premio Internacional Cuaderno del Laberinto de Pensamiento 2020?

La verdad es que la idea surgió casi por casualidad, porque previamente, en 2014, había escrito un libro junto con el pintor canario Miguel Panadero, Dibugrafías (Libros.com, 2017), en el que la dinámica era que él me mandaba una acuarela y yo escribía una pieza inspirada en su dibujo. Entonces, a finales de ese mismo 2014, me crucé en la calle con un grafiti que me llamó mucho la atención y, de pronto, me gustó la idea de recopilar grafitis durante mis viajes de trabajo y plasmar una reflexión inspirada en los grafitis que encontraba en distintas ciudades. Y eso fue lo que hice a lo largo de todo el 2015 y que finamente plasmé en este libro, que traza una especie de viaje que empieza con un grafiti en Las Palmas y que termina con otro en esta misma ciudad, ya que coincide con las fechas en que regreso siempre a la isla. En este sentido, se completa el ciclo de un año y, entre medias, recabé grafitis de Australia, China, Moscú, Bruselas, Madrid, hasta un total de 15 o 20 ciudades y países con sus distintas expresiones en forma de grafitis.

“Me interesa mucho el grafiti como fenómeno porque va a la raíz de la experiencia artística”

¿Qué le atrae, en concreto, de este arte urbano o testimonio visual proyectado a pie de calle, del que destaca su “naturaleza efímera”?

Sí, sin duda, es lo más leninista de la “efimeridad”, porque lo pintan y, al día siguiente, o bien se lo carga un mismo grafitero o se lo carga el ayuntamiento de turno para limpiar la pared si no es un grafiti legal. En ese sentido, mi libro tiene mucho de preguntarse uno por qué la gente se dedica a hacer grafitis. Lo que más me interesa, en realidad, no es tanto el trabajo de los grafiteros profesionales, que sí que me gustan, como el de aquella gente que lo hace sin ninguna consecuencia mayor, porque a lo mejor lo hace dos o tres veces en un período de tres meses y, luego, se olvida y pasa a otra cosa. Por tanto, me interesa mucho este fenómeno porque va a la raíz de la experiencia artística y, en ese sentido, el grafiti me parece una buena imagen de la expresión artística: por qué alguien, en un momento determinado, sale a decir algo, ya sea pintando, escribiendo o a través de cualquier tipo de manifestación creativa.

“No tengo más motivación que compartir lo escrito o el placer de contarlo”

¿En qué medida aloja también una llamada a detenerse y observar lo que nos rodea, en estos tiempos marcados por las prisas y la hiperconexión a través de las redes sociales?

Efectivamente, las cosas las tenemos siempre cerca, pero no las observamos bien, porque, en cuanto observas bien una cosa, nacen miles de ramificaciones a partir de esa imagen, que, a menudo, se conectan entre sí, como un océano que se te abre y donde cada aspecto tiene una vida interior que genera, a su vez, muchísimas preguntas. Basta que mires a tu alrededor, como esas máscaras que cuelgan de la pared, donde cada una ha llegado hasta aquí con su propia historia detrás. O por ejemplo, si nos detenemos a pensar en lo que sucede a nuestro alrededor con la crisis de la pandemia, cada persona ha tenido una vivencia singular que puede contar.

¿Cuál es el motor de su escritura, que inicia con la publicación del libro Cosas y murciélagos (Incipit Editores, 2010), donde toma el pulso a distintas realidades que nos circundan y nos influyen?

El motor nace sencillamente de las ganas de contar cosas, en realidad. Nunca he tenido una ambición literaria mayor, porque no me dedico de manera profesional a la escritura, de modo que no tengo más motivación que compartir lo escrito o el placer de contarlo. En cualquier caso, siento que no se diferencia mucho el hecho de escribir un libro del hecho mismo de vivir, porque en el transcurso de nuestra vida siempre estamos contando cosas e interrelacionándonos entre nosotros a partir de nuestras historias. En este sentido, me parece que la literatura es un apoyo vital o un vehículo para contar cosas donde, sencillamente, lo plasmamos a través del formato de un libro.

“Por lo general, no me marco límites a la hora de escribir, pero siempre depende de qué serpientes pises”

¿Diría que esa falta de ambición o presión externa le brinda una mayor libertad creativa?

Bueno, siempre depende de qué serpientes pises (Risas), es decir, de qué temas abordes y de cómo lo hagas. Por ejemplo, en Grafitis por el mundo. Graffiti of the world incluyo un capítulo dedicado a Snowden, que ahora mismo está en Moscú buscado por la justicia norteamericana, y el caso es que, en Estados Unidos, tratar ese tema es un asunto muy sensible y a menudo se reacciona de forma bastante agresiva, entre otros muchos ejemplos ligados a la realidad de cada país que frecuento. Pero aparte de estas cuestiones, por lo general, no me marco límites a la hora de escribir.

Al principio mencionaba su libro Dibugrafías, ¿cómo vivió el proceso creativo junto con el pintor canario Miguel Panadero, donde son los dibujos de este último los que marcan la línea de sus relatos?

El proceso creativo fue muy similar al que apliqué para el libro de los grafitis, que, como decía, nació a partir de la experiencia de Dibugrafías. En ese sentido, lo que me transmitía la acuarela de Miguel Panadero me llevaba por una u otra dirección, al igual que sucedió en el libro de los grafitos, donde lo que me marcaba los derroteros era la calle. Pero es cierto que este proceso es diferente e inusual, en el sentido de que lo habitual es que te ilustren los libros una vez escritos, mientras que este método era el contrario: grafiar lo pintado o escribir sobre lo pintado, que es lo que se denomina écfrasis.

“Me interesa mucho que, cuando se habla de la felicidad, te pueda llegar a atrapar tu propio deseo”

Dibugrafías, donde ejercita un tipo de escritura más filosófica, aloja dos relatos casi seguidos que dialogan o se confrontan: Los esperadores, que se refiere a esa “legión de esperadores en soledad en sus respectivos esperaderos”, y Atrapado, que dedica a los escritores que, atrapados en su pasión, se descubren aprisionados en lo escrito. ¿Con cuál de ambos se identifica?

Recuerdo perfectamente el germen de Los esperadores, que es la palabra inuit “iktsuarpok”, mientras que, en el caso de Atrapado, me viene primero a la mente la imagen de Miguel Panadero. Atrapado se refiere a un personaje al que le gusta mucho escribir y a quien, de hecho, se le queda la cabeza en forma de lápiz, como refleja el dibujo de Panadero. Y quizás lo que trataba de transmitir con ese texto es que no sé si es bueno dedicarse toda una vida a una única cosa, como puede ser la escritura, porque, aunque aparentemente se trate de una verdadera pasión, a lo mejor lo que han hecho muchos escritores es crearse una cárcel por la propia pasión, porque no salen de ahí. En ese aspecto, me interesa mucho esta cuestión cuando se habla de la felicidad, porque quizás la felicidad no está tanto en hacer lo que tú crees que te la va a dar, porque te puede llegar a atrapar tu propio deseo. Luego, el cuento de Los esperadores se puede tomar desde muchos sentidos: uno es muy positivo, porque habla de tener esperanza pero, por otra parte, la palabra en sí también tiene una connotación muy triste, en el sentido de que todos estamos esperando a que nos llegue la hora. Entonces, la vida es como un espacio en el que puedes hacer de todo, esperando a que llegue algo que te alegre, mientras que el reverso de la moneda es que la muerte siempre está presente, hasta que te llega.

El pasado 2020 también publicaba, antes del confinamiento, el poemario La geografía del erizo (Cuadernos del Laberinto, 2020), con nuevas ilustraciones de Panadero, y que el prólogo define como “más que una historia de amor, una historia sobre el miedo al amor”. ¿Se trata de su obra más personal?

Pues nunca lo habría definido como tal, sino que se trata de un cambio de estilo hacia la poesía, que tiene siempre ese lado más íntimo, pero, pensándolo mejor, quizás sí que sea mi obra más personal. Pero lo que más me llamó la atención durante la escritura de ese libro fue precisamente la figura del erizo como metáfora para cientos de cosas. De hecho, ahí está el que, sin tener ni idea de lo que nos iba a ocurrir en 2020, uno de los poemas trata sobre la distancia, porque los erizos mantienen necesariamente la distancia porque, de lo contrario, se matan unos a otros. Y el año pasado ha estado marcado por la obligación de mantener la distancia entre nosotros todo el rato.

“Lo que más me llamó la atención fue la figura del erizo como metáfora de cientos de cosas”

Precisamente, uno de sus poemas dice que “el erizo sabe bien que en el amor es clave la distancia”, que evoca aquellos versos de Cernuda: Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.

El erizo es un personaje que no puede evitar herir en sus relaciones y eso tiene una cantidad de matices que me parecen muy ilustrativos para representar la vida humana. Luego, curiosamente, los erizos no se han tratado mucho en la literatura, que es algo que me sorprendió muchísimo. En el libro no lo cito, pero me topé con una primera referencia en Aristóteles, que los trata desde el punto de vista zoológico y analiza incluso su sistema de masticación, que es muy complejo. Luego, Eliano, Plutarco o Schopenhauer también hablan de los erizos, pero muy poco para la cantidad de imágenes que puede traer. Y efectivamente, Cernuda lo hace en ese poema, pero solo en dos versos, y también la novela La elegancia del erizo, que se adaptó al cine, pero lo cierto es que no hay mucho más.

¿En qué medida diría que sus estudios de tantas lenguas como el inglés, japonés, yoruba, griego o latín ha ensanchado o enriquecido su dominio del lenguaje en español?

Bueno, a mí me gustan muchos los idiomas, pero no creo tanto en los acentos, porque para lo que sirve básicamente el idioma es para comunicar y para decir lo que tienes que decir. Entonces, si habláramos bien, y con esto me refiero no solo a hablar correctamente sino a elegir las palabras que a ti te hagan convencer al otro, el lenguaje sería la herramienta más poderosa de todas. La finalidad del idioma es entenderse y por eso hay que volcarse en el estudio de la lengua, en general, no solo de una, sino que hay que abrir el abanico porque, al final, todas son lo mismo y funcionan exactamente igual en su lógica interna.

“Yo viajo mucho por mi trabajo, pero no lo echo de menos tanto como la interacción con la gente”

Con todo, ¿cuáles son sus planes editoriales para 2021, en el que quizás tenga la oportunidad de retomar sus viajes?

Fíjese en que este viaje a Las Palmas de Gran Canaria es el primero que hago desde febrero de 2020. Lo cierto es que yo viajo mucho por mi trabajo y, sin embargo, no lo echo de menos tanto como la interacción con la gente, y que te pasen cosas porque, cuando interactúas con otros, te suceden cosas y descubres cosas nuevas. Pero bueno, en cualquier caso, sí que me puse a escribir durante el confinamiento y ya tengo en cartera dos libros de poesía, que espero que se publiquen a lo largo de este 2021, que espero que venga mejor.