El escritor Miguel Fabián Hurtado (Madrid, 1966), afincado en Gran Canaria, debuta en la narrativa con ‘Stigmas’ (CanariaseBook, 2021), una primera novela de naturaleza autobiográfica donde el autor relata el infierno de su vida pasada en el barrio madrileño de Carabanchel, desde una infancia de malos tratos por parte de su padre a una espiral de violencia, delincuencia, drogas y cárceles. En sus propias palabras, “con este libro, buscaba redimirme”.

Su primera novela, Stigmas, sitúa el punto de partida en su infancia en el barrio madrileño de Carabanchel, en pleno franquismo, azuzado por la violencia, la miseria y la delincuencia. ¿Cuál fue el motor de este debut literario?

Mi motor fue toda la miseria y frustración acumulada durante tantos años. Para mí, escribir este libro fue un reto, porque suponía borrar un poco el estigma de ignorante y violento que siempre he acarreado desde que mi infancia y que, más bien, son muchos estigmas: delincuencia, violencia, sida, cárcel... En un principio, la novela se iba a llamar El estigma del pasado, porque es una sombra que me acompaña desde la infancia y que he tratado de salvar en este libro.

Según sus palabras, ¿hablamos de una novela plenamente autobiográfica, donde la historia que relata el protagonista, Javier, alias el Nano, es la suya?

Así es, a medida que la escribía, la trama parecía novelada, pero lo único que tiene de lenguaje novelado es que tiene un cierto tono de prosa poética, que puede hacer la lectura más atractiva. Pero esta novela no está escrita con la cabeza, sino con las vísceras, el corazón y las entrañas, porque ese era el propósito. No es un libro que pretenda contar batallitas, aunque tengo muchísimas, pero no cuento ni una cuarta parte porque no buscaba eso: quería quitarme esa espina de dentro, vomitar todo ese dolor. En definitiva, la idea era ver si con el puñetero libro era capaz de conseguir liberarme un poco del peso de mi pasado.

“Yo me sentía en familia cuando estaba con los delincuentes porque sentía que esa era mi familia”

¿Diría que lo ha conseguido?

Pues me da que he conseguido el efecto contrario, que me ha removido más de lo que yo pretendía, así que ahora estoy en proceso de duelo y curación. Lo he parido y estoy cicatrizando todo lo que he soltado, que me ha supuesto mucho, pero estoy muy orgulloso al mismo tiempo, porque creo que ha salido mucha verdad con la que no contaba.

¿Y cuál es su vinculación con Canarias?

Simplemente, que tuve que salir huyendo de Madrid, de la noche a la mañana, sin pensármelo, aunque no conociera a absolutamente nadie de las islas. Cuando salí de la cárcel, tomé la decisión de que no quería eso y no podía continuar así. Además, el VIH me ayudó a saber que este era mi momento porque no me asusta morir, pero sí me asusta no haberme dado la oportunidad de vivir, porque hasta ahora no había tenido vida, sino que una lucha por la supervivencia. Siento que esta es mi última oportunidad y que Canarias es mi último cartucho para aprender a vivir, aunque ya esté todo perdido, pero quiero intentar aprender a vivir, aun con esta sombra alargada que supongo que me acompañará toda la vida.

Además de ese ejercicio de catarsis, ¿hay una búsqueda de redención en su escritura?

Efectivamente, buscaba redimirme pero yo soy ateo, así que lo que siento no es tanto arrepentimiento, que me suena muy cristiano, porque nadie me puso una pistola en la cabeza para hacer muchas cosas que hice, pero también me parece que nací con todas las papeletas para hacer lo que hice. Yo he hecho mucho daño, he sido víctima y verdugo, y no sé si podría haberlo hecho mejor, aunque también es cierto que podría haberlo hecho peor. Quizás por haberlo pasado tan mal es por lo que he conseguido escribir el libro, pero más que un proceso de redención conmigo mismo, ha sido un ejercicio de superación.

“El libro me ha removido más de lo que yo pretendía y ahora estoy en proceso de curación”

“El Nano se avergonzaba porque no sabía los puntos cardinales, solo sabía los putos cardenales”, recoge el libro, así como una frase de Camarón que dice: “Nos criamos en los ríos y en los puentes, otros en chabolas... Somos diferentes”. ¿En qué medida trata de alumbrar que hay vidas condenadas antes de nacer?

Claro, es que ahí está el germen de todo. A mis 16 años, no sabía ni el orden de mis apellidos, y con esto quiero decir que la ignorancia, la falta de oportunidades, herramientas y recursos han marcado mi vida. A esa edad no había leído ni un tebeo ni absolutamente nada de nada. Yo no sé si tener un padre alcohólico y maltratador ya te hace tener un ADN abocado al fracaso. Yo he conocido a mucha gente en esas circunstancias, la mayoría ha muerto, pero otra gente ha salido adelante y no ha caído en las drogas. Por mi parte, creo que todo lo que hice viene marcado desde la infancia porque yo venía con todos los boletos premiados. Por eso, me sentía en familia cuando estaba con los delincuentes porque sentía que esa era mi familia, donde me sentía protegido, querido y admirado, que es lo que no tenía en mi casa. Lo único que había conocido en mi vida era la violencia y por eso he trabajado como vigilante de seguridad durante casi 20 años, porque me encontraba en el parnaso. Sé que suena horrible, y he querido huir por fin de eso, pero nunca he tenido los estudios como para ponerme a estudiar y tomar otro camino. Sin embargo, he leído mucho, y escribir este libro significó exorcizar los demonios.

¿Qué ha supuesto la literatura para usted en ese sentido?

La literatura llega a través de mi amigo Santiago Gil, que ha sido la espoleta. Me animó mucho a que siguiera este ejercicio literario como terapia de choque y luego me insistió en publicarlo, porque me dijo que le parecía un insulto que lo guardara en un cajón. Sí es verdad que, antes de conocerle, yo ya había leído mucho, que es una afición que mi madre, cuando murió mi padre, se pudo permitir. En ese sentido, una de las mejores cosas que he heredado de mi familia es eso que yo desconocía: el amor por la literatura. Y durante mi reinserción social con Santiago Gil, ese veneno me entró de lleno porque, una vez que aprendí a poner nombre a mis sentimientos y mis pesares, pensé que podía intentar plasmarlos en un papel. Entonces, fui haciendo algunos pinitos y Santiago me dijo que yo era un escritor, así que llegó un punto en que supe que ese era mi momento y el libro fue un reto del que estoy muy orgulloso, aunque haya sido un parto muy doloroso. Yo no quería presentarlo como una autobiografía novelada -aunque quizás lo sea- porque me parecen un coñazo, así que quería hacer algo más literario, pero no sé bien qué me ha salido. Mi editor, Plácido Checa, me decía que represento para él al antihéroe y que le encantó el libro por eso, así que a lo mejor no tiene todo lo que aúna una novela, pero tiene presentación, conflictos (varios) y desenlace, y está basada enteramente en los hechos reales de mi vida.

“Una de las mejores cosas que he heredado de familia es el amor por la literatura”

¿Cuáles han sido sus referentes literarios a la hora de escribir la novela?

Pues no sabría decirte, pero tengo un punto muy kafkiano; he leído mucho a Faulkner, Dostoievski, Auster... Y mucha poesía, que a mi madre le volvía loca.

Con todo, ¿se plantea volver a escribir o publicar?

No sé lo que haré, pero solo busco paz; ni siquiera felicidad. Ese es el resumen del libro: quiero paz, quiero paz, quiero paz.