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Canarismos

La gordura es hermosura

La gordura es hermosura

La gordura y la delgadez, como cánones estéticos, han estado sujetas a las distintas transformaciones culturales a lo largo de la historia. Sin embargo, pueden tener implicaciones, no solo relativas a la belleza, sino también a otros parámetros culturales que tienen que ver con la salud, la buena o mala alimentación e incluso con la fertilidad femenina.

A lo largo de la historia nos encontramos con creencias culturales que han visto la gordura como un atractivo. Así, por ejemplo, en la Europa de los siglos XVI y XVIII se advierte una preferencia por las mujeres más entradas en carnes, como se deja testimonio en el arte de la época (las mujeres en las obras de Rubens y de otros artistas que le siguieron). Pero más allá de considerar los estándares de belleza como un criterio arbitrario que obedece exclusivamente a patrones estético-culturales, existen lugares comunes que pueden explicar de manera más simple los gustos y preferencias sociales. A veces se ha considerado que la persona gruesa era menos vulnerable en tiempos de escasez, por lo que podía resistir mejor el ayuno forzoso. En otras ocasiones se ha apreciado a la mujer “gordita” como ideal de belleza femenina porque sería capaz de engendrar hijos más fuertes; o se atribuye tal atractivo, más que a un sutil signo de fertilidad, al hecho de que “a los hombres les gustan las mujeres bien alimentadas”.

Algunos estudiosos consideran que el estereotipo femenino de caderas anchas, talle más estrecho y sinuosas curvas está vinculado a la fertilidad de la mujer. Y ello explicaría la razón por la que estas bondadosas formas hacen que los varones se sientan atraídos sensualmente, y que, por ende, sea un aspecto que consideran –al menos inconscientemente– a la hora de elegir pareja para procrear. De hecho, se cree que los niveles de estrógeno durante la pubertad desempeñan un papel importante en la determinación de la forma del cuerpo de la mujer en la edad adulta. Incluso hay quien sugiere que los atributos “más atrayentes” en el cuerpo de la mujer –considerados como indicadores de salud y fertilidad– “representan una característica esencial de la belleza femenina que trasciende a diferencias étnicas y culturales”. Quizá ello explique las exuberancias en el cuerpo femenino en algunas manifestaciones del arte prehistórico mediterráneo y europeo, como las venus o, en el ámbito insular, idolillos como el de Tara que representan o sugieren mujeres obesas y que tradicionalmente se les ha relacionado con ritos de fertilidad.

Trascendiendo al mero rito, se habla de práctica del “engorde prematrimonial” al que se sometían las jóvenes núbiles, como ocurría entre los antiguos grancanarios con las “maguadas” o “harimaguadas”. Prácticas similares están presentes en la vecina región sahariana, desde el sur de Marruecos hasta el río Senegal, donde no solo el ideal de mujer hermosa es la joven entrada en carnes y de generosas curvas, sino que es casi un requisito imprescindible para que las jóvenes en edad de esposarse puedan encontrar marido, y de ahí el arraigo del “engorde” o “lebluh”, como lo llaman en Mauritania.

Pero más allá de tales creencias culturales, el término “gordo”, para referirse a una persona excesivamente obesa, tiene hoy connotaciones fundamentalmente negativas, pues los cánones estéticos marcados –no se sabe bien por quienes– así lo dictan. La mayor parte de las veces se pronuncia como insulto, y con cierta aspereza y crueldad como sinónimo de torpe o lerdo. Otras veces, las menos, en algunos dominios del español de América se emplea como vocativo cariñoso para interpelar a la propia pareja (también usado en Canarias), y en ámbitos familiares se registra en tono afectuoso, como ‘gordo’ o ‘gordito’, para referirse, sobre todo, a los niños pequeños. Trascendiendo a estos usos y connotaciones, ya sean peyorativas o simpáticas, el dicho en cuestión se refiere fundamentalmente a las mujeres jóvenes. Tal como lo conocemos, su empleo era recurrente entre las abuelas para exaltar y halagar las curvas en sus nietas en edad núbil y disuadir así cualquier preocupación por unos kilos de más. Es probable que esta costumbre tenga resonancias de aquella idea arcaica y universal de que las mujeres “entraditas en carnes” y de sinuosas formas gozan de atributos sensuales que actúan instintivamente de reclamo en el macho de la especie. Y ello porque –según esta creencia– estas mujeres estarían dotadas de una mayor fertilidad y podrían procrear hijos más sanos y robustos. Y son estos –creemos– los presupuestos en los que hunde sus raíces la creencia que justifica la vieja expresión de nuestras abuelas: “La gordura es hermosura”.

Nada que ver, pues, con el estereotipo artificial de belleza de la era posindustrial que “nos venden” a través de la publicidad mediática: una magrez casi enfermiza frente a la que nuestras abuelas exclamarían: «Jesús, mi niña, ¿a uste(d) no le dan de comer en su casa?».

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