‘Macbeth’, en el brillante cierre de temporada

Guillermo García-Alcalde

Guillermo García-Alcalde

Concluye entre aplausos y bravos la 54ª temporada de Amigos Canarios de la Opera. El público de la función inicial ha celebrado ruidosamente al elenco, todo él con volúmenes similares en el canto di forza durante la primera mitad de la obra y más refinado y expresivo en la segunda, como si el conjunto de voces e instrumentos no hubiera ensayado previamente la acústica amplificadora, incluso opulenta, del Auditorio Alfredo Kraus. En todo caso, las exhibiciones canoras fueron muy del gusto de la audiencia, y el programa de cierre resultó tan brillante como todos los demás.

Otro bravo merecen los ACO por llevar a buen término todo el programa de la temporada, cuando la gran mayoría de los espacios líricos del mundo han echado cerrojazo desde el principio de la pandemia y en su mayor parte aún siguen sin abrir. Y felicidades al Auditorio y el Galdós por su contribución modélica en condiciones tan difíciles.

Es Macbeth el mejor y más completo título de la primera etapa de Verdi. Su estructura y estilo preludian el acceso a la última, superando incluso a alguno de sus éxitos. Escénicamente, el director Alfonso Romero y su equipo presentan con libertad un genuino concepto escenográfico, una idea clara y bien definida. Sin merma de la unidad melodramática, visualizan con objetos y elementos intemporales una lectura de la pasión del poder envuelta en la aparente inocencia de un jardín de flores blancas que ironizan cortesanamente la ambición sanguinaria y sus secuelas en el curso de la historia y en la intimidad regicida.

Nueve puertas blancas, convencionales, se despliegan en toda la boca escénica, separando dos planos de realidad: el de aquello que pasa o ha de pasar, y el espacio real del horror y el pánico. Los elementos lumínicos y videográficos contribuyen a la representación del mundo interior imaginado por dos genios: Shakespeare y Verdi. Aplausos a Romero por encontrar en un escenario que no es teatral su oculta virtualidad dramática.

Canta el protagonista un barítono poderoso pero a la vez sensible en la diversidad de la emisión: George Ganidze, claramente poseído por el personaje en el trayecto interior desde la ambición hasta el miedo y la muerte. Construye magistralmente el personaje en una trasformación muy rica de color y expresión. La no menos poderosa soprano dramática Anna Pirozzi desarrolla la Lady Macbeth desde un concepto excesivamente sonoro. El agudo gritado puede vencer, pero no convence.

Algo pasaba con la acústica, insuficientemente probada, porque en dinámicas con menos efes la Pirozzi tiene un timbre de gran calidad, un sonido precioso, juvenil muy musical. Su Lady, definitiva, es grandiosa, imponente de sonido o muy bellamente coloreada en los registros grave y central, bien medidos. Fue la más aplaudida, en una noche de palmas entusiastas para todo el reparto.

Destacaron de manera notable la excelente soprano Estefanía Perdomo, aunque su brillante agudo también sonó fortísimo en ocasiones, probablemente por el efecto acústico citado. Magnífico de extensión y densidad el bajo Marco Minica y muy buenos y macbethianos todos los demás: los tenores Fabián Lara y Francisco Corujo; Iván Ferrara, Cesar Morales, Andrea Gens y Clare Bordeaux.

El director musical Francesco Iván Ciampa optó por la brillantez, conseguida con profesionalidad sin un ajuste siempre claro y con eventuales detonaciones quizás generadas por la inesperada respuesta del espacio.

Con toda justicia destacó él en los aplausos a Olga Santana, directora del Coro de la Ópera en una gama de páginas muy variadas de técnica y carácter. Espléndido el famoso coro patriótico Patria Opressa, como no podía ser menos…

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