La Provincia - Diario de Las Palmas

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El gran retratista del Japón de posguerra

Del amor y otras soledades

Una retrospectiva del cineasta Mikio Naruse, que ahonda en las contradicciones morales de la nueva sociedad surgida tras la última conflagración mundial

Mikio Nurase. La Provincia

Cinco melodramas canónicos del director Mikio Naruse, maestro de la templanza y la introspección, integran la 19ª Semana de Cine Japonés de Las Palmas, que arranca el próximo lunes en la Casa de Colón. Un nuevo homenaje a una estética excepcional

A punto de cumplir sus veinte años de historia, la Semana de Cine Japonés de Las Palmas, que organiza desde su creación Vértigo, uno de los colectivos culturales más proactivos de nuestra Comunidad, abre de nuevo sus puertas en un momento particularmente importante para esta cinematografía, cuya tardía consagración en el ámbito internacional -su conocimiento en occidente a través de los festivales de Berlín y Venecia, data de los años cincuenta, algunas décadas después de que sus grandes tótems hubiesen realizados obras de una influencia estética e histórica inobjetables- no le ha impedido convertirse, con el paso del tiempo, en uno de los grandes sucesos de la cultura universal y en motivo para explorar su propia historia a la luz de quienes, como Ozu, Kinugasa, Yamamoto, Mizoguchi, Kobayashi, Kinoshita, Shindô, Ichikawa, Kurosawa, Tanaka o Naruse impartieron a través de sus películas lecciones magistrales sobre un arte nuevo desde dimensiones estéticas y narrativas que causaron, y siguen causando, admiración en los círculos cinematográficos occidentales, especialmente entre algunas de las figuras más renombradas del cine europeo y estadounidense, cuya devoción por la cinematografía nipona ha quedado bien patente en algunas de sus producciones más emblemáticas.

Las películas del ciclo tienen como trasfondo la obra de la popular novelista y poetisa Fumiko Hayashi

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Bajo el enunciado Nubes flotantes, título de una de las grandes piezas del cineasta Mikio Naruse (Tokio, 1905-id., 1969) Vértigo emprende el próximo lunes en la Casa de Colón (a las 19.30 y con entrada libre, previa inscripción) la decimonovena edición de esta muestra con cinco de los filmes realizados por este importante director entre 1951 y 1962, inspirados en varias obras de la popular novelista y poeta japonesa Fumiko Hayashi (Shimonoseki, 1903/Tokio, 1951), personaje de importancia crucial en la exploración del mundo femenino en un universo social fuertemente marcado por las tradiciones y por la subordinación de la mujer a férreas reglas conductuales y que todos los testimonios consultados coinciden en considerarla la mejor retratista y la mejor fuente de inspiración para un cineasta del detallismo visual y del vuelo poético del viejo Naruse.

El gran retratista del Japón de posguerra La Provincia

La perfecta comunión de talentos que se produjo entre el arte de Naruse y la profunda sensibilidad literaria y feminista de Hayashi -autora de algunas de las novelas más influyentes de la posguerra- en Nubes flotantes (Ukigumo, 1955), presentada en la decimocuarta edición de la Semana, ilustrando un excelente ciclo titulado Mikio Naruse y la vida de las mujeres, constituye uno de los ejemplos más paradigmáticos de una fusión que queda ampliamente revalidada en los restantes filmes que integran la presente edición de la muestra.

Desde sus particulares puntos de vista «ambos comparten una misma conciencia del tiempo, en la que la persistencia de la memoria se impone a una actualidad sobre la que se aboca un futuro inapelable. Nubes flotantes se erigiría en pieza angular de este singular encuentro entre dos de las figuras más representativas de la narratividad japonesa, cuyo diálogo dotaría al género popular del shomin-geki o ‘cine de gente corriente’ de una densidad temporal tan inédita como imprescindible para comprender el devenir posterior del cine moderno dentro y fuera de Japón», asegura Aythami Ramos, comisario de la retrospectiva, en el texto introductorio del ciclo.

Del amor y otras soledades Claudio Utrera

Naruse y Hayashi son, efectivamente, como dos espejos comunicantes que dialogan continuamente entre sí en busca de un discurso de naturaleza moral que escarba en algunos de los rincones más oscuros de una sociedad sembrada de enormes contradicciones donde la mujer de clase media existe solo en función de su capacidad para generar felicidad a su entorno familiar, a costa incluso de su propia estima y de su independencia personal. Así surge esa prodigiosa simbiosis artística que destila la confluencia de ambos talentos, incluso años después del prematuro fallecimiento de la escritora en junio de 1951.

Un estilo cargado de sobriedad, sutileza y distanciamiento dramático a través de la mirada del cineasta del detallismo

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Mostrar las grandezas y miserias que definen la condición humana, sin coartadas moralistas ni trampas emocionales, es, probablemente, la gran piedra angular del cine de Naruse desde que iniciara su prolija carrera profesional con Crónica de unos recién casados desvergonzados (Oshikiri shinkonki, 1930), maltratada en su día por la crítica tras su tardío estreno en Japón, aunque admirada, décadas después, por algunos de los exégetas occidentales más reconocidos de este maestro. Y sus tesis seguirían desarrollándose a lo largo de los casi noventa títulos que componen su filmografía, profundizando en cuestiones siempre comunes en su cine, como el amor, la incomunicación, el inexorable paso del tiempo, las crisis matrimoniales, el rol pasivo de la mujer en una sociedad convencional, rutinaria y desigual.

Del amor y otras soledades Claudio Utrera

Naruse nos lo muestra empleando un estilo cargado de sobriedad, sutileza y distanciamiento dramático a través de una mirada con la que intenta acercarnos a una percepción naturalista de la realidad, a pesar de que, en esencia, la mayoría de sus películas tienen los rasgos inconfundibles del melodrama. Y, al contrario que en el cine occidental, donde el género suele asociarse a situaciones particularmente febriles y explosivas, en el suyo, por el contrario, todo es serenidad, introspección y armonía visual, sostenida por un dominio prodigioso del plano, acompañado o no de leves movimientos de cámara, que con precisión relojera, va ensamblando en todas sus películas hasta sus desenlaces finales.

Kurosawa: «Su método consiste en colocar un breve plano tras otro para dar la impresión de una toma larga»

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«El método de Naruse, decía Kurosawa, de quien fue ayudante de dirección en la película perdida Avalancha (Nadare, 1938), consiste en colocar un breve plano tras otro pero cuando los ves empalmados en la película resultante dan la impresión de formar una sola toma larga. Este flujo es tan majestuoso que los empalmes resultan invisibles, aunque estos constituyan el verdadero motor de su dramaturgia». «Durante el rodaje, Naruse tenía también una gran seguridad, insiste Kurosawa. No hacía absolutamente nada en balde e incluso la pausa para las comidas se distribuía a su conveniencia. Mi única queja era que lo hacia él todo, dejando que sus ayudantes de dirección se sentaran a verlas pasar. Y cuánta razón llevaba».

Del amor y otras soledades Claudio Utrera

El almuerzo (Meshi, 1951), escrita por Toshiro Ide y por el también afamado director Sumie Tanaka, e inspirada en la última e inacabada novela de Fumiko Hayashi, abrirá la muestra el próximo lunes 26, invitándonos a participar de una típica historia narusiana, de claros tintes melodramáticos, protagonizada por Michiyo y Hatsunosuke Okamoto, un joven matrimonio vecino de una zona residencial de Osaka, cuya rutinaria vida comienza a provocarles una continua irritación mutua, ampliada por los desafectos constantes y engaños a los que somete Hatsunosuke a su esposa. Cuando decide apartarse de su marido e iniciar una nueva vida lejos de los conflictos cotidianos aparece la madre de Michiyo que le recuerda las responsabilidades que ha contraído como esposa y madre al casarse. Víctima de una relación radicalmente hostil, la joven esposa sigue pensando en la posibilidad de huir de su calvario cotidiano y vivir una vida propia lejos del matrimonio.

En El relámpago (Inazuma, 1952), que se proyectará el martes 27, inspirada también en un guion de Tanaka, Naruse pone nuevamente el foco en el entorno familiar, mostrando las vicisitudes de un puñado de personajes inadaptados que buscan alguna salida a las penurias morales y estrecheces económicas que asedian sus vidas. El drama de la supervivencia en medio de un clima cargado de hostilidades intrafamiliares es el epicentro de este recio y complejo melodrama, claro precedente de Nubes flotantes, donde el papel subsidiario de la mujer en la sociedad japonesa vuelve a ocupar el principal centro de interés para su director. El guion, inspirado en una narración de Fumiko Hayashi escrita en 1935, es decir en medio del furor imperialista que preludió la intervención de Japón en la Segunda Guerra Mundial, sufre una inevitable transformación que «en nada afectó a las intenciones críticas de Naruse y de su guionista Sumie Tanaka».

La piedra angular de su obra es mostrar las grandezas y miserias de la condición humana, sin coartadas

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La muestra continuará el miércoles 28 con Esposa (Tsuma, 1953), otra de las numerosas y muy fructíferas colaboraciones del reputado guionista Toshiro Ide con Naruse. Se trata, probablemente, de uno de los melodramas más nihilistas y desencantados del cineasta nipón y donde su visión sobre el matrimonio y las familias desestructuradas se muestra más ácida y descreída. En esta ocasión, el autor de Nubes de verano (Iwashigumo, 1958) nos describe la paulatina decadencia que sufre el matrimonio formado por Mineko y su esposo Nakagawa, tras diez años de relación sentimental salpicados de continuas desavenencias y desengaños. Y aunque Mineko cree encontrar una salida airosa de la crisis tras la ruptura de Nakagawa con su amante descubre la triste realidad de que cada vez se encuentra más alejada de su marido y que este descubre que no podrá volver a sentir afecto alguno por ella. Así pues, su relación, otrora feliz y plena de esperanza, ha muerto definitivamente. Con Esposa, el director concluye su «trilogía del matrimonio», iniciada con El almuerzo y con Marido y mujer (Fufu, 1953), uno de los tratados sobre el tema más sutiles e inclementes que ha ofrecido el cine en toda su historia, monsieur Rossellini incluido.

Del amor y otras soledades Claudio Utrera

Escrita por Sumie Tanaka y Toshiro Ide, Crisantemos tardíos (Bangiku, 1954), que se exhibirá el jueves 29, se aparta notablemente de las temáticas de corte familiar o matrimonial que caracterizan gran parte del discurso ideológico que marca la obra de Naruse, aunque su posición moral frente a la explotación de la mujer en la sociedad japonesa de posguerra está aquí igualmente presente a través de la sumisión social de la figura de la geisha, tema inspirado en una novela corta de Hayashi, publicada en 1949, que incide en uno de los prototipos más característicos de la cultura nipona desde tiempo inmemorial. La película, a ratos mordaz, muestra a un Naruse atípico que recuerda, en no pocas secuencias, el mundo irónico que rodea el cine del maestro germanoamericano Ernest Lubitsch. Extraña coincidencia en dos autores situados prácticamente en sus antípodas.

La Semana concluirá el viernes 30 con la presentación de Diario de una vagabunda (Horoki, 1962), también conocida bajo los títulos Crónica de una trotamundos y Su camino solitario, basada en la obra homónima de Kazuo Kikuta e inspirada en la biografía personal, intelectual y política de Fumiko Hayashi. Una vida traumática contada por Naruse con todo el respeto y la consideración que siempre le profesó desde que iniciara en 1951 las adaptaciones cinematográficas de varias de sus obras.

Hayashi, que fallece prematuramente a los 47 años, fue protagonista de una corta vida cuajada de turbulencias emocionales y de frustraciones como mujer de fuertes convicciones liberales y Naruse lo resume en este interesante drama en el que se pone continuamente en solfa la cosificación de la mujer en medio de un sistema de valores en el que prevalece cierta tradición sexista, perfectamente retratada por la propia escritora en los relatos y poemas que logró redactar bajo un clima de absoluta hostilidad que, además, nunca ocultó sus sólidas convicciones izquierdistas durante los convulsos años de la posguerra.

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