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Literatura

Dolores Campos-Herrero: Un legado por descubrir

El Día de las Letras Canarias homenajea la figura de la periodista y escritora hoy, 21 de febrero | Su calidad humana y literaria perduran

La escritora Dolores Campos-Herrero, mirando al futuro. | | LP/DLP

Ángeles Jurado desconocía el año en el que había nacido su amiga. Era 1954. El sol de Arona impactó sobre la tez blanca y los ojos verdosos de una mujer que se convertiría en una de las activistas culturales más importantes del Archipiélago y una escritora que sobrepasó los tiempos atlánticos. La tinta corrió y tomó el Día de las Letras Canarias de 2022, dedicado a la periodista Dolores Campos-Herrero, un honor que reconoce su implicación en el crecimiento literario de las Islas y la generosidad que dirigió su vida.

Los actos revolotean alrededor del lunes 21 de febrero. Celebrar la obra de la periodista afincada en Gran Canaria es el punto de encuentro de intelectuales, amistades, familia y desconocidos que se acercan por primera vez a sus letras. La cita institucional será en el Teatro Guiniguada a las 20.00 horas con la presencia del presidente del Gobierno, Ángel Víctor Torres, y el viceconsejero de Cultura, Juan Márquez. Más allá de lo protocolario, ¿quién fue Dolores? ¿Dónde estaría ahora, a quién llamaría para decirle que la acompañara entre las butacas del teatro o a una sesión del ya extinguido Monopol?

«Tuvimos una amistad de más de 30 años que interrumpió la muerte», dice Eduvigis Hernández, íntima de Loli, como la llamaba. Estaba terminando sus estudios en el instituto Isabel de España a la vez que publicaba en la revista colegial Pandora, entonces, sus escritos llamó la atención de Campos-Herrero. Las presentaron, y ¡dio la casualidad que eran vecinas! El resto fue un entendimiento «en el lenguaje común de ser lectoras». Hablaron de Virginia Woolf en la primera quedada y con los años vendrían Stevenson, Carson McCullers, Conrad, Dostoyevski y tantos otros. Con ella, dice, que dejó atrás su timidez. La autora era experta en tomar caminos alternativos y rebuscar con su halo periodístico en los resquicios de la sociedad. Sabía que su inquietud literaria no era única, así que decidieron publicar un anuncio en la prensa y en Radio 3 para formar un club los jueves por la tarde en el kiosco modernista de San Telmo. Allí intercambiaron a finales de los 80 textos con otros jóvenes que esperaban a ser publicados y, mientras, creaban redes sostenidas de literatura.

La calidad humana

Esta joven Dolores acabó sus estudios alrededor de 1978 en Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid y volvió a Gran Canaria para vivir con su hermana. Aquellos años, recuerda su amiga, fueron difíciles, una joven de 28 años intentaba encontrar su lugar en el mundo, un trabajo con el que subsistir para poder escribir. La precariedad laboral, seña de la juventud, la marcó hasta que desembarcó en la plantilla fundacional del periódico Canarias7, donde fue responsable de la sección de Cultura entre 1982 y 1987. Luego, llegaría a Televisión Española en Canarias, pero primero, y lo más importante, publicó su primera obra. En 1985 salió el libro de poemas Chanel número cinco. «Tuve el privilegio de leer los textos suyos inéditos y, a pesar de los siete años de diferencia, ella confiaba en mi opinión y en mi criterio como si fuera una persona más adulta, no sé lo que vio en mí, yo sí sé lo que vi en ella», asegura Eduvigis.

Vio la generosidad, el amor y el respeto que descubren cada uno de sus allegados. El escritor y periodista Santiago Gil fue el impulsor de la publicación de la antología Historias de Arcadia y otros cuentos, en el 2017. Camina por Triana buscando los puntos de intersección entre sus vidas. Ambos regresaron de la capital peninsular, desconocían qué pasaría, pero decidieron crecer en la ínsula. «Lola escribió una reseña sobre mi segundo libro en Pleamar, era un gesto elogioso que daba una confianza tremenda, sin que me conociera, y que resume el espíritu Campos-Herrero. En un mundo cainita donde puedes extraviarte fácilmente, Lola era un ejemplo de que la literatura es oficio, humildad y ambición literaria».

Su estilo estaba impregnado por la observación periodística. Un gesto, una declaración, una escena urbana, esos eran los motores que velaban en la imaginación de la autora que leía sin freno. «No se entendería a Lola sin ser periodista», apostilla Gil, «ella pensaba en literatura». Destaca la ironía, la puntuación, el ritmo interior, la musicalidad, los giros de guion, cómo concluía, ese puntapié al aburrimiento del lector para que despertara con ella, «tengo en la cabeza su voz, ese tono dulce, es una persona que ha estado presente todo este tiempo».

La microficción como género propio

Los talleres de escritura de Ámbito Cultural de El Corte Inglés y otros fueron la inspiración para voces que se encontraron en el camino, como a la periodista Ángeles Jurado o, en la barra del bar Cuasquías, al escritor Alexis Ravelo. Escribió libros infantiles, de adolescentes y poemarios, y apostó por el microrrelato, un género que Jurado reivindica: «La huella de Lola queda sobre todo en la microficción, sin ella sería impensable el interés que hay ahora y se ve, por ejemplo, en autoras como Yurena González, un tema que aquí se desconocía y era tan prestigioso en Sudamérica». Las unió la admiración que se profesaban y las tilas y los cafés que compartieron en una relación literaria que cristalizó en las Breverías. Compara su implicación social con la del también fallecido Antonio Lozano. «Si siguiera aquí, tendríamos acceso a una literatura cada vez mejor que la habría puesto en el mapa internacional».

Alexis Ravelo guarda una lección muy valiosa: «Fue la que me enseñó que necesitamos un corrector porque, cuando estás corrigiendo un texto, nunca lees lo que escribiste de verdad, sino lo que querías escribir». En su honor organizó los Matasombras, jam session donde literatos de cualquier índole subían al escenario para enfrentarse a la audiencia y con los que iba a codearse. Las conversaciones que mantenían por teléfono, compartiendo nombres y citas que luego le indicaba que metiera entre líneas como guiño a su público, siguen esperando a ser descolgadas en el cobre. «La considero la primera autora de este milenio en Canarias», sonríe. La descubrió con Alejandra me mira y Última confesión, dos relatos que manifestaban el tinte «urbano». «Era muy distinta a los autores del momento, no estaba preocupada por los problemas sociales ni se orientaba hacia lo agrario o rural, tampoco hacía experimentos herméticos, era un constante diálogo con la tradición más culta y popular mirando siempre hacia delante».

Lola en el futuro

Internet llegó y la periodista ya tenía su blog. Durante 2006 y en adelante publicaría en el portal conectando con los internautas en donde descubría un mundo nuevo. A pesar de la prontitud, quedó alejada de la eclosión de las redes sociales. «¡Parece que el mundo se inventó después de la búsqueda en Google!», exclama Gil. No obstante, era seguidora como él de Paul Auster y de las sonrisas malévolas del azar. Con probabilidad, hubiera hecho un directo para Instagram con el fin de organizar un encuentro creativo durante la pandemia. Pero, mientras, la obra perdura, a pesar de las dificultades que encuentran sus seguidores para recorrer la geografía de su trayectoria.

Tal vez esa ausencia está intentando ser enmendada hoy. En 2007, un año antes de su fallecimiento, publicó cuatro libros. Los cuentos infantiles Rosaura y los autómatas y El viaje de Almamayé, y dos obras de narrativa breve: Finales Felices y Ficciones mínimas. Este gesto reflejaba el ímpetu por no morir, por no dejar morir su literatura. «Es alguien que vivía por y para la literatura, ambiciosa en sus argumentos literarios y humilde en su comportamiento. Le daba igual que no le hicieran caso, ella se fue tranquila. Su obra será más contemporánea a medida que pase el tiempo, fue un antes y un después en la literatura de Gran Canaria», remarca Gil.

«Si se trata de difundir su obra y poner su figura en valor, sí me apunto», apunta Eduvigis Hernández. Aún guarda el ejemplar de Las cariátides y otros cuentos góticos, de Isak Dinesen, que Campos-Herrero le trajo de Madrid. Ese era su sino: dar, desde la escritura, sin reservas, al otro.

En una entrevista dada a este periódico con motivo de la publicación del libro de relatos Veranos mortales en 2005 dijo: «Me muevo entre la literatura y el periodismo casi sin darme cuenta, son dos habitaciones de una misma casa en las que transito no sé si con soltura pero sí con asiduidad. Para mí, la narrativa y el periodismo son dos ramas del gran tronco de la literatura. El hecho de trabajar en el periodismo me ha ayudado en la literatura porque la vida diaria está llena de argumentos». La vida, de lo que nunca se desprendió Lola.

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