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El futuro, otro

El escritor sevillano Isaac Rosa publica la novela ‘Lugar seguro’,

ganadora del Premio Biblioteca Breve 2022 el pasado mes de febrero

El escritor sevillano Isaac Rosa con el Premio Biblioteca Breve.

«Quizá debemos pensar lo que aconteció y acontece con la pandemia como una forma exacerbada de transformaciones que ya existían, de mutaciones que ya estaban presentes y que encontraron una suerte de paroxismo en el tiempo de la pandemia». Lo escribe Roger Chartier en un pequeño libro titulado Lectura y pandemia. Algo de eso está en la última novela de Isaac Rosa, con la que ganó el Premio Biblioteca Breve hace unas semanas.

El título: Lugar seguro. De qué va la cosa, así a lo bruto: Segismundo García, el protagonista principal, vende bunkers baratos. Nada menos. Si dispone usted de un pequeño espacio que no le sirve de nada, pues le montamos un bunker que será la envidia del vecindario. ¿Y para qué queremos un bunker en esta casa? ¿Cómo que para qué quieren ustedes un bunker en su casa, es que no ven ese polvo que dejan a su paso los caballos a la vuelta de la esquina? Son los cuatro jinetes del Apocalipsis y esta casa a la que tanto quieren será en un plisplás un descampado y ustedes y sus niños sólo una pastillita de chicle. El susto en que vivimos permanentemente.

El vendedor de humo, como aquel echacuervo del Lazarillo, sabe cuál es el territorio abonado para su negocio: «miedo y consumo aspiracional en un mismo envase». El ascensor social, que ya decía el Segismundo padre: encarcelado por malversar en un negocio dental también low-cost. Todo va de low-cost en esta novela: menos su dimensión de escritura a lo grande. Como en todas las novelas anteriores de uno de los escritores más solventes que ha dado este país tan orgulloso, aquí sí, de su literatura low-cost. O sea: de esa literatura mediocre que a buena parte de crítica y público le chifla.

Estamos en tiempos de distopías, de falta de esperanza, de buscar refugio en esa amenaza nuclear que son las televisiones, de aceptar sin abrir la boca los remedios que nos ofrecen los vendedores de lugares seguros para convertirnos en «survivalistas». Y lo que antes apuntaba: no se trata de sobrevivir a un colapso cualquiera, no, qué va: se trata de sobrevivir al mismísimo Apocalipsis. No me digan que cuando se les pone delante Antonio García Ferreras en la Sexta no les entran ganas de comprarle a Segismundo García un bunker para escapar de su dedo amenazante.

Los tiempos difíciles son propicios a las soluciones estrambóticas que pasan por ser las más imprescindibles. Puede ser la figura del vendedor de bunkers low-cost una broma grotesca, el foulard que envuelve el cuello del cinismo, esa voz que provoca rechazo porque nos negamos (así, en ese plural que tanto se usa en la novela) a asumirla como propia. No es nada de eso. La ironía que destila Isaac Rosa en este libro jodidamente cruel es el contrapunto necesario a ese discurso que sólo apuesta por enredarnos en un mundo sin soluciones. Las hay. Las hubo en la pandemia (este libro nace de ahí, como apuntaba al principio la cita de Chartier) y las sigue habiendo.

Decir no a esa trampa que nos ofrece duros a cuatro pesetas (disculpen ustedes: cosas de la edad), que nos ofrece nostalgia reaccionaria basada «en una añoranza más estética que política, consumidores compulsivos de cualquier producto que alivie un malestar que no saben ni nombrar», que nos convierte en individuos aislados que rechazarán otra forma de vida que no sea la de salvarnos uno a uno y no desde lo colectivo. El tiempo de lo común no ha expirado. Por más que lo prediquen con sus potentes altavoces los vendedores de miedo. De eso, sobre todo de eso, va esta novela, tan exigente consigo misma y con quienes la lean. Tres generaciones de pillos en la familia García: el padre, el hijo y el hijo del hijo. Los tres se llaman igual. Como si fueran uno solo. Los tres buscándose la vida para ascender socialmente sabiendo que nunca pertenecerán a la clase de «ellos», de esos que asisten a colegios para triunfadores, de esos que les cerrarán la puerta en las narices cuando vayan a pedir ayuda porque la vida se les ha convertido en una pesadilla. La solidaridad de clase sólo la entienden los ricos. Pero existe, ha de existir, esa otra solidaridad, la que surge de las entrañas de la vida buena, que no es lo mismo que la buena vida.

Hace unos años presentaba yo mismo, en una tertulia, Las nieves del Kilimanjaro, la gran película de Robert Guédiguian. Una historia sobre la buena gente. En el coloquio alguien dijo que no se la creía porque no existía gente así. Ahora pasa más o menos lo mismo. Pero existe, ha de existir, ese «lugar seguro compartido». Y las voces que lo reivindiquen: «Porque no es verdad que sea tarde. No estamos abocados a un colapso, ese del que tanto hablan algunos para desmovilizarnos. Estamos a tiempo. No será fácil ni rápido, tampoco indoloro; no será una línea recta, habrá curvas y retrocesos, accidentes y decepciones, fracasos y renuncias, pero llegaremos. Lo conseguiremos. El futuro». Y ahí, en ese futuro, jugarán un papel fundamental las mujeres: también ellas están ahí, en las páginas de un lugar tan a la intemperie siempre que es una novela.

Escribir como lo hace Isaac Rosa, y contar lo que él cuenta, me lleva a lo que decía Cortázar sobre la literatura que no dice nada y la otra, «la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne». Y también recupero aquí lo que el mismo Isaac Rosa escribía en el prólogo a su libro de relatos Compro oro: «Escribir un nosotros para que no nos lo escriban ellos. Para que no nos cuenten, no nos conviertan en relato, su relato». Pues para que haya un relato desde lo común que no lo dicte y haga suyo ese capitalismo cerril que nos desvive, para que haya otro relato que no sea el de los vendedores de humo, para que la vida pueda ser un lugar seguro donde los cuidados -esa imagen final absolutamente magistral- nos salven de todos los naufragios: para eso escribe Isaac Rosa sin que el desánimo cunda en su vida de escritor imprescindible y en las historias que nos sigue contando con la misma responsabilidad (él prefiere esa palabra a «compromiso») que muestra en todos y cada uno de sus libros. Y Lugar seguro es una buena demostración de lo que digo.

Ah, igual algunos de ustedes habían apalabrado ya con Segismundo García un bunker low-cost para escapar de García Ferreras y su dedo apocalíptico. Si es así, les recomiendo esta novela extraordinaria para que les sirva de libro de reclamaciones. De nada.

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