La Provincia - Diario de Las Palmas

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Canarismos

Burro grande, ande o no ande

Luis Rivero

Impulsivamente tendemos a elegir lo primero que nos entra por los ojos, atendiendo a la exuberancia del tamaño o la cantidad, aunque a la postre resulte algo poco práctico y hasta inútil. Esta elección basada en la mayor magnitud de las cosas, implícitamente, desecha la opción sobre algo escaso o de pequeñas proporciones, aun cuando pueda ser de mejor calidad. Y de ahí el doble sentido del dicho que dice preferir: «Burro grande, ande o no ande».

Es común el recurrir a metáforas de animales amansados o domesticados que forman parte del entorno experimental (rural) sobre el que, a través de la observación, el vulgo construye sus propias conclusiones axiológicas. Y es el caso de este refrán que se hace fuerte sobre una estimación cuantitativa en contraste con la calidad. Para ello se echa mano de un animal que en el imaginario rural aparece ligado desde antiguo a las tareas del campo. Es este uso del jumento como bestia de carga lo que evidencia que el razonamiento de la frase es incoherente respecto a la utilidad que se espera de este animal (empleado tradicionalmente en las labores agrícolas). Lo que no sería posible de verificarse la segunda probabilidad apuntada (que «no ande»).

Por lo que debería primar la condición de que el asno se mostrara útil para acometer las tareas a las que está destinado, en lugar del tamaño. Parece del todo lógico que si se interpelase a un hombre del campo de si prefiere un burro grande pero lisiado a otro más pequeño pero útil para sus propósitos, sin duda se decantaría por esta segunda opción. Y lo mismo cabría decir respecto a esta otra versión isleña del dicho en la que se sustituye el «burro» por el «barco» («barco grande, ande o no ande», que se dice en algunos lugares). En la que resultando el barco un instrumento imprescindible para salir a faenar, es de importancia fundamental que navegue (que «ande»), aunque se trate de un barquillo más chico. (Ya se sabe que «barco varado no paga flete», expresión que se emplea también para reprender a la persona ociosa «que está quieta, sin trabajar»). Se entenderá, pues, que el refrán contemple varias interpretaciones y usos que lo hacen aplicable prácticamente a todo aquello que posea una dimensión física tangible.

Así, por ejemplo, se suele emplear para confirmar una elección sobre la base de la magnitud del objeto seleccionado por quien se deja llevar por la apariencia y lo considera adecuado por sus proporciones (aún en detrimento de su utilidad práctica). En ocasiones puede tener un sentido admonitorio que reprende o critica precisamente a quien se guía por esos mismos criterios (tamaño o cantidad) frente la calidad y eficacia. Se dice también en un tono irónico a quien se jacta de las grandes proporciones de un objeto poseído sin considerar si, en comparación con otro más pequeño, sea de peor calidad. En definitiva, la máxima, en sentido recto, apuesta decididamente por hacer primar la gran magnitud o cantidad de algo frente a la eficacia o, dicho de otro modo, no es tan importante la calidad como la grandeza.

La disyunción entre conceptos como «cantidad y calidad» y otras ideas afines como «abundancia y escasez» o la propensión a acumular frente al gasto tienen un tratamiento desigual en el repertorio fraseológico popular. Casi siempre aleccionan contra la avidez y el egoísmo en la acumulación y a favor de la moderación o hace valer la habilidad sobre la fuerza.

Son dichos afines a este propósito: «Más vale maña que fuerza» (la destreza superan casi siempre a la fuerza bruta); «burro grande, burro lerdo» (se dice para indicar que los hombres de gran estatura suelen ser vagos y poco ágiles); «más vale poco que nada» (refrán que advierte que conviene no despreciar las cosas por pequeñas que sean ni por su escasa cantidad porque podrían faltar en el futuro); «más vale que sobre que no que falte» (en el que se abraza la generosidad ante la parquedad); «cuando uno tiene muchos calderos al fuego, alguno se quema» (que advierte que cuando alguien, por ambición, asume varios negocios al mismo tiempo o se le encomiendan demasiados encargos, corre el riesgo de que no todos los pueda desempeñar bien); «el que no deja caer, no apaña» (hay que ser generoso si se pretende que los demás lo sean contigo) o «lo que se ahorra se lo lleva el diablo» (que desaconseja la propensión al ahorro o la acumulación en exceso por las consecuencias negativas que puedan conllevar).

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