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Canarismos

Muerto el perro, se acabó la rabia

Luis Rivero

Desde tiempo inmemorial, el perro ha acompañado al hombre en sus quehaceres. Primero, habituándose a su presencia, hasta que, poco a poco, fue abandonando el estado salvaje. Durante este largo periodo que va desde los inicios de la domesticación hasta su culmen, el canis lupus familiaris se ha convertido en «sujeto aleccionador» que interviene como «personaje» en el proceso por el que el vulgo elabora sus propias paremias ambientadas en metáforas zoológicas. A diferencia del gato, eterno antagonista con quien se disputa el territorio doméstico, el efecto de la antropización ha hecho del perro un animal sumiso. Prueba de ello es que en el imaginario colectivo el can prevalezca como emblema de lealtad por excelencia. Como lo confirma la convicción común que asevera que «el perro es el mejor amigo del hombre».

Asociada a la idea de fidelidad/lealtad está la obediencia con que culmina el proceso de amansamiento de la especie. Lo que ha propiciado que nuestro perruno amigo resulte útil en el desempeño de determinadas tareas ligadas al mundo rural y al ámbito doméstico. Aparece así asociado a la imagen de servicio como perro pastor, guía y custodio del ganado, como acompañante y guardián que protege el hogar y alerta a sus moradores de la presencia de intrusos e incluso como cazador.

No es de extrañar, pues, que el perro se haya convertido en sujeto paradigmático en una serie de expresiones peculiares como en innumerables refranes. Así, lo mismo se puede decir si alguien pasa mucha hambre que «pasa más hambre que el perro (de) un ciego» o vaticinar que «cuando uno está salado, hasta los perros lo mean», que expresa en tono de resignación cuando alguien «no gana para disgustos»; o invocar la ineludible fuerza del destino: «el hueso que está para uno, no hay perro que se lo coma»; o el refrán «quien echa gofio a perro ajeno, pierde el gofio y pierde el perro» que advierte que ayudar desinteresadamente a otros puede ser costoso y acarrear más de un desengaño; o «donde el perro se come los huevos, (allí) deja los cascarones» que insta a replicar en caliente los insultos y agresiones que recibimos; o «perro echado, aguanta mucha hambre» que alude a que la vagancia en un individuo genera poca necesidad de alimentarse. Y así en un amplio registro de dichos y frases hechas que recurren a este animal doméstico como ejemplo de comportamientos «emulados» por las personas.

«Muerto el perro, se acabó la rabia» es un refrán castellano que se repite en versiones similares en otras lenguas y muy usual en Canarias, donde se ha incorporado con naturalidad en el hablar de sus gentes. La expresión pivota sobre dos verbos que comparten conceptos similares (o cuasi sinónimos) y dos sustantivos asociados. «Muerto»: participio de morir, esto es, ‘llegar al término de la vida’ y «acabar(se)»: ‘poner o dar fin a algo’, ‘morir, extinguirse, aniquilarse’. La «rabia» es –como se sabe– una enfermedad que pueden padecer algunos animales (comúnmente viene asociada al «perro») y que se transmite a otros o al hombre por la mordedura del animal rabioso.

De manera que el razonamiento es bien simple: Si el portador de la rabia muere, se acaba con la enfermedad o, dicho de otro modo, cuando desaparece la causa del mal, terminan sus efectos. La sentencia se suele emplear como conclusión ante una situación incómoda o molesta a la que se pone fin. Piénsese, por ejemplo, cuando uno se entera de que el vecino jeringón de la escalera se mudó de casa, a lo que se exclama con alivio: «¡Muerto el perro, se acabó la rabia!», que es lo mismo que decir: «¡Se acabó el problema!». Otras veces tiene un sentido predictivo, de algo que deberá suceder, como cuando se propone una acción contra alguien o algo que está ocasionando molestias. Se trata así de una eventualidad futura, pero ante la que se utiliza igualmente el tiempo pasado: «Muerto el perro, se acabó la rabia».

A veces se puede entender en sentido cuasi literal, cuando coincide con la desaparición de una persona ruin que no cesaba de hacer daño. En tales casos puede escucharse, entre el estupor y la maledicencia, esta otra expresión necrozoológica que informa del óbito: «Se murió como un perro», que denota el desagrado y aversión que provocan el abandono y el sufrimiento extremo en el momento de la muerte.

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