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El pasado que se quiso olvidar

La obra de Hergé es un testimonio de un pasado que no se debe repetir,

y debe ser mostrado en su correcta contextualización histórica

Viñetas de ‘Diez mil elefantes’. | | LA PROVINCIA/DLP

En el año 2007 se presentó en Bruselas una denuncia contra Tintín en el Congo, acusándolo de racista y demandando su prohibición. No era la primera polémica que la lectura actual de la obra de Hergé había suscitado por la representación de los nativos congoleños desde una óptica que se consideraba degradante y que llevaba obligadamente a preguntarse si Tintín en el Congo era una obra racista. Y la respuesta es sencilla: sin duda. Pero como bien matizó el estudioso Benoit Peteers, como lo eran todos sus vecinos belgas en 1930, el año que fue creada la obra. El paternalismo benevolente de Hergé no puede ocultar la realidad del colonialismo belga y la demanda de retirar de las librerías las obras no sería una reparación moral de los males coloniales, sino una ocultación de un pasado que debe obligatoriamente ver la luz. La obra de Hergé, como muchas otras, son un testimonio de un pasado que no se debe repetir, y debe ser mostrado en su correcta contextualización histórica con la sensibilidad y conocimiento actual, precisamente como el relato y memoria de una percepción popular que hoy es justamente rechazada.

El pasado que se quiso olvidar Álvaro Pons

Lo curioso es que desde España estos episodios se han visto con cierta indulgencia, como si no fuera este un país que ha tenido un pasado colonial prolijo y problemático. Se habla del americano, pero se olvida conscientemente la relación colonial con África pese a que durante mucho tiempo los lineales de los supermercados nos lo recordaban con un famoso cacao en polvo y unos cacahuetes recubiertos de chocolate que hicieron las delicias de muchas generaciones de niños. Los más viejos del lugar es posible que recuerden cómo se nos enseñaba en las escuelas con orgullo los restos de las posesiones imperiales españolas: «Sahara, Guinea Ecuatorial, Río Muni, Ifni y Fernando Poo» cantábamos en clase sin saber que ya habían alcanzado su independencia unos años antes y que poco después serían olvidadas discretamente mirando hacia otro lado.

Huellas de un pasado al que duele mirar pero que es necesario recordar. Pere Ortín y Nzé Esono Ebale han creado en Diez Mil Elefantes (Reservoir Books) un prodigioso ejercicio de reflexión y memoria que denuncia sin concesiones los excesos colonialistas españoles, pero no renuncia a la necesaria contextualización histórica, consiguiendo un complejo equilibrio que hace que la obra brille como pocas. Ecuatoguineano y español unen esfuerzos para narrar un hecho real, la expedición de Manuel Hernández Sanjuán para retratar aquella «España Negra» que el franquismo quería mantener como último rescoldo vivo del imperio colonial español. Fotografiar la realidad para inventar una ficción que mantuviera un relato plácido y acomodado que fundamentase el orgullo de la potencia colonial, una empresa titánica que es narrada por uno de los porteadores, Ngono Mbá, desde la aplastante honestidad de una sencillez que pone en evidencia los errores, los excesos y los absurdos. Los bolígrafos BIC que usa Ensono crean maravillosas viñetas que se mueven entre la nostalgia de la belleza de su país y el viaje conradiano apocalíptico que narra, contrastándose con los collages que Ortín realiza a partir de las fotos reales de la expedición, creando una atmósfera de irrealidad donde los verdaderos habitantes de esa tierra parecen invitados de piedra, representados casi siempre como figuras con las cuencas de los ojos vacías, como fantasmas a su pesar en esa ficción que el colonizador quería creer.

El relato de Mbá se mueve entre la sorpresa, la simpatía, el rechazo y la resignación ante los actitudes de los blancos, coleccionando anécdotas cotidianas de apariencia intranscendente que van construyendo un discurso de ese pasado, al que no se quiere mirar desde el presente pero sigue ahí desafiante. Pero Mba es consciente de que no se puede volver atrás en el tiempo y su historia no reclama reparaciones a deshora, perdones impostados ni venganzas tardías. Solo pide una cosa, quizás la más difícil y necesaria de todas: la verdad.

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