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Un dedo cortado en el parabrisas

El dibujante italiano Zerocalcare, creador de la aplaudida serie animada ‘Cortar por la línea de puntos’, presenta un nuevo cómic donde mezcla ‘thriller’ y autobiografía para reflejar las expectativas truncadas de su generación

El dibujante Zerocalcare, | | JOAN CORTADELLAS

No se encuentra cada día uno en el parabrisas del coche el dedo de una mano, pero a Zerocalcare le pasó, hace 20 años, cuando tenía unos 19. «Estaba envuelto en un pañuelo... Nunca he sabido cómo llegó allí, si fue por casualidad o alguien me lo dejó adrede para mí…», revela el dibujante de cómic italiano, cuyo nombre real es Michele Rech (Arezo 1983). ¿Y qué hizo con él? «Pues lo tiré. No sabía qué hacer…», confiesa encogiéndose de hombros horas antes de participar en el Festival de Literatura Italiana de Barcelona.

Con ese hallazgo empieza Esqueletos (Reservoir Books), aunque en este, su nuevo cómic, las dos falanges están ante el portal de la casa de su álter ego Zerocalcare, en Rebbibia, el barrio marginal del extrarradio de Roma donde se crió y aún vive, un mundo cuya falta de expectativas entre los jóvenes ya retrataba en el también autobiográfico La profecía del armadillo (2011).

Le siguieron Olvida mi nombre y Kobane Calling, y su popularidad se tradujo en dos millones de ejemplares vendidos y la aplaudida serie animada de Netflix Cortar por la línea de puntos. Una de las claves de su éxito, reflexiona, es que «la gente se identifica con la fragilidad, inadaptación y paranoia» que comparte en sus historias.

Las hipótesis que imaginó sobre aquel dedo le sirven para vestir con intriga el ecosistema en que él y sus amigos vivían en 2002 y mostrar si se han cumplido sus sueños de juventud. «Es un homenaje al thriller. Es el tono adecuado, con algo de fantasía, para contar unos episodios de violencia reales, con drogas y camellos, y con personajes reales. Pero sobre todo, este libro me permitía hacer balance de mi vida. Por eso salto luego a la actualidad [a 2020] y hago también un balance colectivo de mi generación en ese rinconcito de mi ciudad».

Y ahí está él, con cresta roja punk, y su pandilla: el Jabalí, que solo piensa en el sexo; la empollona Lena; su enamorada Sarah; el Hueso, yonqui; su bro Secco; y Arloc, un chaval de 16 años que conoce en el metro, grafitero con un lado oscuro que trapichea con costo. «Arloc es el único que tiene una evolución positiva, pero es la única que es falsa, porque nunca he vuelto a verle. La del resto son auténticas. Ninguno ha mejorado su condición, ni han hallado su lugar en el mundo, tienen problemas para pagar el alquiler o para encontrar trabajo fijo. Solo han solucionado el tema afectivo y han formado una familia, pero la precariedad sigue existiendo y es dramática».

El cómic refleja también el mundo de la droga, en 2002 y hoy. «En muchos barrios de Roma es un elemento de estabilidad económica. Es una fuente de ingresos para mucha gente que aunque tiene un trabajo no llega a final de mes y se dedica también a pasar drogas. El precio de la coca empezó a bajar y ahora es una droga de masas también en los barrios populares, no solo para los yuppies. Ahora los jóvenes no fuman porros, toman coca. Y hay un retorno a la heroína».

Ese ambiente empujó al Zerocalcare de 17 años, explica, a seguir el movimiento punk straight-edge. «No tomamos nada que nos dañe físicamente ni mentalmente, ni alcohol, ni drogas... Para mí fue una forma de alejarme de todo eso que veía a mi alrededor: alcohólicos, drogadictos en rehabilitación, con finales dramáticos y vidas arruinadas». No falta en Esqueletos su armadillo, personaje que encarna a su propia consciencia, que siempre le acompaña y le habla claro.

«Lo último que me ha dicho es que durante la campaña electoral me mantuviera bien calladito, porque todo se instrumentaliza. Si decía que me preocupaba el ascenso de la ultraderecha de [Giorgia] Meloni podían interpretar que voto al Partido Demócrata (PD). Y si decía que no votaría al PD podrían pensar que apoyaba a Meloni», lamenta. «No creo que en Italia vayamos a volver al fascismo histórico de hace 80 años -opina-, pero Meloni es heredera de ese ideario fascista. Con ella pesará más el autoritarismo y el tradicionalismo, pero no creo que dure. Me da miedo que quienes gobiernen después de ella no desmonten las leyes horribles que pueda aprobar ahora».

La ‘universidad del metro’

En el cómic muestra cómo engañaba a su madre diciéndole que iba a la universidad pero en vez de eso se sentaba en un vagón del metro recorriendo la línea en bucle. «De 8.00 a 14.00 horas., sí. Y leyendo (a Italo Svevo, a Emmanuel Carrère…). Ya que no iba a clase debía educarme... Mi madre se enteró de ello por este libro, pero está contenta con mi vida», sonríe quien ya prepara un nuevo proyecto con Netflix marca de la casa. Pese a todo, admite, con sus inseguridades y frustraciones, sufre «el síndrome del impostor». «Sé traducir mi experiencia al lenguaje del cómic. Pero en cosas del oficio de escritor, el guion, el doble nivel de lectura... me veo rudimentario».

Desde que empezó a dibujar, se ha volcado en el trabajo y en una labor solidaria. «En causas y colectivos. Quería ser justo, ético, que nadie pudiera decir que me había olvidado de mis raíces. Pero ha sido a costa de mermar mis relaciones personales», constata en una reflexión agridulce sobre otro de sus esqueletos. De esa labor comprometida surgió precisamente Kobane Calling, para el que viajó a una zona kurda de Irak para contar la lucha de este pueblo contra el Estado Islámico y Turquía. Volvió hace un año. El resultado lo publicará en primavera: No dormir hasta Shengal.

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