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cuadernos de viaje

La «magia» del Monte Verità

Myriam advierte de la existencia de una potente fuerza geomagnética en toda este lugar del sur de Suiza y de una especie de portal interdimensional

Una imagen de Monte Verità. La Pro

Myriam frecuentaba un centro de meditación budista en el norte de Italia. Donde había decidido pasar el resto de sus días. Era una mujer adelantada a su tiempo. Había abierto el primer restaurante vegetariano de Madrid hacía más de 30 años y lo gestionó hasta que decidió traspasarlo y retirarse. Me contó que había conocido a Carlos Castaneda, de quien fue discípula durante los años que estuvo en México, hasta la «desaparición» de este. Fue la palabra que utilizó, «desaparición». Lo dijo adrede y no era un eufemismo, pues afirmaba que el cuerpo de Castaneda no lo habían encontrado nunca. Se despidió de sus más directos colaboradores, entró en una estancia y «desapareció».

Como si mismo se lo hubiera tragado la tierra o atravesara un portal hacia otra dimensión. Como así lo hizo saber a los discípulos más cercanos que le acompañaban, entre los que se encontraba Myriam. En lo anecdótico, me contó como había conocido a Marilyn Monroe en Nueva York. Donde vivió durante un tiempo y la había tenido de vecina, cuando todavía no había alcanzado la fama. De ella decía que «se la veía una chica muy tímida».

«Se especuló con la localización de uno de los chakras de la Tierra o del paso de uno de los meridianos del cuerpo de Gaia»

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Lo que no dejó de sorprenderme porque, viéndola en el cine, la timidez no estaba precisamente entre sus principales atributos. Anécdotas aparte, Myriam había viajado y acumulado experiencias mundanas, sobre todo cuando, siendo joven, trabajó en el mundo de la moda; así como vivencias «espirituales» en las que tuvo la oportunidad de conocer a varios maestros de distintas tradiciones. Ella fue quien me habló por primera vez de Monte Verità como un sitio «especial» en el sur de Suiza. Lo que hizo que me interesara por conocer este lugar. Hasta que un día tuvimos la oportunidad de visitarlo. Pero antes del viaje a este «lugar mágico», me puso al corriente de su visión del mundo.

Un día, caminando por la calle, se detuvo y miró hacia el cielo, alzó el brazo y señaló la larga estela que dejaba un avión a su paso. «¿Ves eso? –me preguntó retóricamente mientras señalaba a lo alto– son chemtrails (’estelas químicas’). Aparatos militares no identificados, sin código de vuelo, que dejan a su paso una traza que puede permanecer visible durante horas». Son un instrumento de geoingeniería –continuó con su explicación–. «Esparcen micropartículas de metales pesados y otros productos químicos destinados a provocar alteraciones climáticas. Al parecer, esta mezcla de elementos químicos son capaces de convertir la ionosfera en una especie de espejo que reflejan las ondas electromagnéticas», me aseguraba. Pero a mí, aquel discurso, sinceramente, me sonó a chino. No obstante, movido por la curiosidad, en los días sucesivos observé el cielo y, efectivamente, se podía apreciar que al paso de ciertas aeronaves, no todas, quedaba un chorro de humo blanco que surcaba el cielo azul y que la nube, de lo que fuera, se mantenía en el aire durante horas y no se disolvía en pocos segundos como ocurre con las llamadas «estelas de condensación» que dejan a su paso los aviones comerciales.

«El fenómeno de las estelas de condensación se da –me había explicado– a determinada altitud y en determinadas condiciones meteorológicas y resultan de la formación de vapor de agua disperso a la salida de las turbinas del avión». También observé con el tiempo que los chemtrails, como Myriam los llamaba o lo que quiera que fueran, dibujaban –resultado de las sucesivas trayectorias entrecruzadas– una especie de red en el cielo, límpido al inicio y que poco a poco se iba cubriendo de nubes. Lo que muchas veces daban al traste con las predicciones meteorológicas de un cielo despejado para ese día. En fin, todo aquello me resultaba muy extraño. Y en aquel momento no tenía una explicación lógica a lo que veía y que coincidía con las revelaciones de Myriam.

Después me habló de «algunas cosas extrañas» que sucedían en Monte Verità. Me contó de la existencia de una potente fuerza geomagnética en toda la zona y de una especie de portal interdimensional. Y que incluso se había especulado con la localización de uno de los chakras de la Tierra o del paso de uno de los meridianos energéticos del cuerpo de Gaia. Esta energía telúrica, como quiera que fuera, creaba dificultades a los aviones que sobrevolaban el lugar. Las agujas de los aparatos de vuelo –decía– era como si enloquecieran y giraran sin parar. Una especie de Triángulo de las Bermudas a pequeña escala o algo por el estilo. Esto hacía que evitaran sobrevolar la zona. Lo más sorprendente es que todo aquello me lo contaba con tal naturalidad que parecía parte de un relato cinematográfico, pero su testimonio diría que era sincero. Myriam se expresaba con la serenidad y parsimonia que solo confieren la senectud.

Después me mostró, como quien revela el secreto mejor guardado, un montón de fotocopias de libros y apuntes que desarrollaban prácticamente al completo una «teoría del complot». De la cual, el asunto de los chemtrails era solo uno de sus tentáculos, pero en lo que no me voy a detener ahora.

Como nos encontrábamos a menos de 45 minutos por carretera de aquel lugar «mágico» que era el Monte Verità (Monte Verdad), una mañana cogimos el coche y nos plantamos en Suiza. Suiza siempre me ha parecido un país atractivo, aunque para la mayoría de los viajeros pasa sin pena ni gloria. Allí el voto ciudadano sirve todavía para algo. Te convocan un referéndum por cualquier cosa y en un santiamén tumban una iniciativa de ley promovida por el gobierno cuando no convence a sus ciudadanos.

«Monte Verdad nace en 1899 como una comunidad, que hoy estaríamos tentados a llamar jipi, en las colinas de Ascona»

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Monte Verità nace en 1899 como una comunidad, que hoy estaríamos tentados a llamar jipi, que se instaló en las colinas de Ascona, una pequeña ciudad del sur de Suiza que se asoma sobre el Lago Maggiore. Impulsado por una serie de intelectuales, escritores y artistas de la época, se creó una especie de colonia-sanatorio donde se construyeron cabañas de madera para acoger a visitantes y residentes que acudían de retiro a este lugar para sanar cuerpo y alma. La flor y nata de los movimientos alternativos y vanguardistas de toda Europa se daba cita en Monte Verità.

Donde los colonos se deleitaban con baños de sol, danzaban en corros, descalzos sobre la hierba, todos vestiditos de blanco o como mismo Dios los trajo al mundo, rendían culto a la madre naturaleza, seguían una dieta estrictamente vegetariana cuyos productos cultivaban en sus huertos, y se organizaban sobre la base de un ideal cooperativo, utópico y libertario. El lugar fue frecuentado por teósofos, naturistas, vegetarianos, anarquistas, comunistas, psicoanalistas, escritores, poetas y artistas. Entre las celebridades que visitaron esta peculiar comuna cabe citar al Príncipe Kropotkin, uno de los ideólogos del anarquismo, Otto Gross, August Bebel, Karl Kaustsky, Hermann Hesse, Carl G. Jung, Rudolf Steiner, Isadora Duncan, Kafka, la ocultista Madame Blavatsky y hasta el mismísimo Bakunin.

Pero todo esto forma parte del pasado. Hoy, Monte Verità es un complejo museístico donde permanecen en pie algunas cabañas de madera de la antigua colonia, algunos edificios de época posterior y un moderno hotel con un restaurante y sala de congresos donde, durante el periodo de estivo, se desarrolla un programa de actividades y conferencias sobre temas relacionados con la historia del lugar y que atraen a expertos y diletantes. En verano resulta un lugar animado, ya que se ha convertido en sitio de peregrinación para nostálgicos, ocultistas y curiosos.

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