Gloria Godínez (1979), originaria de México y residente en Gran Canaria, presenta una performance innovadora y con perspectiva ecofeminista. La investigadora autónoma, coreógrafa y performer, se centra en temas como la teoría de la danza, el cuerpo, el género y las identidades fronterizas. Esta tarde ha llevado a la Cueva Pintada de Gáldar su nuevo trabajo en el que conecta las leyendas canarias de brujas con la actualidad.

Huele a hierbas canarias en la oscuridad de la Cueva Pintada. Suenan ladridos de perro, berridos de animales, gritos desesperados. Un grupo de mujeres aparece riendo entre las casas de piedra y cantan. "El agua abraza mi talle". Una de ellas, vestida de blanco, pone frutos rojos en las bocas de sus compañeras. Un bosque que se quema: la alarma. El grupo de mujeres empieza a correr, con el rostro carcomido por el miedo. La brisa del ajetreo que levantan sus pañuelos rojos trae como olor a campo, a las plantas de un secadero. "Estamos más cerca del infierno climático, no hay agua. Fábricas de ropa. Basura. Hay una bolsa de plástico y dentro hay otra bolsa", dice una voz que se te mete dentro.

La artista mexicana residente en Gran Canaria, Gloria Godínez, junto a otras mujeres de entre 15 y 70 años —diferentes cuerpos, diferentes edades— coloca las leyendas del Archipiélago en el plano de lo universal en su performance Santa Bicenas. Utilizando el mito de las brujas tibicenas, no apela solo al imaginario del público en lo que respecta a esta figura, sino que también se introducen temas como la relación del ser humano con el entorno, el cambio climático, el papel de la mujer en la sociedad o cómo el capitalismo salvaje está destrozando el planeta.

Las leyendas canarias sobre brujas a veces hablan de ellas como mujeres convertidas en perro o como demonios mitad can, mitad mujer. Se dice que asustaban a campesinos y pastores en los caminos, que eran seres infernales. Santa Bicenas le da la vuelta al concepto, presentando a estas mujeres como lo que en realidad eran: herbolarias, fuentes de sabiduría medicinal, santas, de alguna manera, en su relación con la tierra. “Su especialidad eran las pócimas que extraían de las hierbas más sencillas, esas que crecen entre culantrillos y helechos o entre el incienso y la altabaca”, explica la cuentista Pepa Aurora en Marichucena.

Con un ambiente sonoro, obra de Lyndel Apivor, participaban en la actuación Mercedes Arocha, Adriana Navarro, Ana Pérez, Esther Pérez, May Pérez, Karol Rodríguez, Luna Torres y Lucía Viera. Entre las flores y el desgarro que produce la destrucción, la voz apelaba de nuevo retumbando en la Cueva Pintada: "28.000 árboles mueren cada minuto". Un viaje al pasado con olor a presente. El lugar elegido es "un sitio indígena que nos recuerda esta cosmovisión", ha explicado la creadora refiriéndose a la forma de concebir la existencia y de relacionarse con el entorno que tenían y tienen las sociedades indígenas. "Esta cosmovisión, que en México está muy viva, también la encuentro aquí. En ciertos mercados me encuentro a las hierberas, que venden hierbas que compartimos en México y Canarias".

Economía de dones

Godínez, que además de ahondar en las leyendas de las Islas también ha investigado las propiedades de estas plantas medicinales como una alternativa eficaz y económica a los productos farmacéuticos sintéticos, dejó claro lo que quiere transmitir: «El mensaje principal es que nuestra lucha hoy en día es contra el cambio climático». Basándose en la obra de la escritora y bióloga indígena norteamericana Robin Wall Kimmerer, Una trenza de hierba sagrada (Capitán Swing, 2021), la autora de esta performance quiere también poner en valor la economía de dones.

Este sistema, el que predominaba antes de que existiera el dinero, deja claro que "el primer eslabón está en la tierra, porque es la tierra la que nos regala las plantas". Cuando la tierra ofrece, el que recibe se siente agradecido. Y, como en toda relación sana, la gratitud lleva al cuidado, sentimiento que, tal y como explica Godínez, "desaparece cuando nos vamos al mercantilismo: capital, intercambio y ganancia. Aquí no hay cuidado, no hay gratitud", sentimientos sin los que el ser humano acaba siendo víctima de la enfermedad del consumo.

Para luchar contra el cambio climático, la economía de dones se presenta como una ruta a seguir, un camino que ha de comenzar con pequeños gestos. Detalles como el que ha culminado la performance de Santa Bicenas: con sus mujeres regalando plantas y hierbas al público, para que sintieran ese don, ese regalo, esos frutos que da la tierra sin pedir nada a cambio.