Análisis

Manifiesto Comunista

La profecía de las crisis periódicas del sistema no ha dejado de cumplirse | El libro

de Marx fue un éxito de ventas en 2008 y su mensaje sigue vigente desde 1848

Portada del ‘Manifiesto Comunista’, de Penguin Random House. | | LP/DLP

Portada del ‘Manifiesto Comunista’, de Penguin Random House. | | LP/DLP / Javier Doreste

Javier Doreste

Javier Doreste

Tras la crisis de 2008, se impuso para muchos un descubrimiento de Marx. La edición Penguin del Manifiesto Comunista (MC) vendió a la semana cerca de dos mil ejemplares durante casi un mes. Con lo que la proclamación del fin de las ideologías y las memeces posmodernistas que siguieron, eran eso: memeces. La gente necesitaba una explicación de lo que había pasado. ¿Cómo el capitalismo había entrado en una crisis tan grande que hasta algunos de sus acérrimos defensores llegaron a hablar de refundarlo? Y no se encontró, ni se encontrará, mejor explicación de cómo funciona el sistema capitalista que la descrita por Marx a lo largo de su obra y que se encuentra sucinta en este opúsculo de 1848. Esta nueva edición y traducción de Ovejero quiere recordarnos su vigencia. Lo hace, no sólo con una nueva traducción, sino que aporta una serie de textos que hacen más atractivo el volumen. Además, ha huido de la edición crítica, buscando más utilidad y placer para el lector.

Arranca con un texto de José Saramago en contra del dogma. El dogma que paralizó la capacidad de análisis y, sobre todo, de crítica, de los comunistas y la izquierda en general. Este breve exordio del nobel portugués señala la intención de Ovejero. Enfrentar el clásico sin dogmas, con la mirada crítica que caracterizó al propio Marx. Un texto emparentado con el de Gramsci de mayo de 1918: «Marx no ha escrito un credillo, no es un mesías que hubiera dejado una ristra de parábolas cargadas de imperativos categóricos, de normas indiscutibles, absolutas, fuera del tiempo y del espacio».

Después viene un útil prólogo de Yolanda Díaz que insiste en la tesis de la actualidad del MC como herramienta para analizar nuestra realidad, que no ha perdido ni un ápice de su vigencia. No es que haga ningún planteamiento nuevo pero no deja de tener su importancia que alguien en el gobierno de progreso reconozca que las palabras del Manifiesto no han periclitado. Acto seguido viene el prefacio del traductor y encargado de la edición. Nos dice qué lo motivó a enfrascarse en una nueva traducción; nos explica que ha prescindido tanto del aparataje de notas de otras ediciones como de algunos de los prefacios que Marx y Engels o este último en solitario fueron añadiendo a las distintas ediciones, bien por ser repetitivos o por no aportar nada nuevo. Así que las pocas notas son todas del propio traductor. Lo que aligera bastante la lectura. Para compensar, incluye un útil glosario de términos y personajes.

La siguiente sección son los prefacios de Marx-Engels que han sobrevivido a Ovejero y uno, desconocido para la mayoría de nosotros, de Trotski, a la edición afrikáner del Manifiesto. Es un texto interesantísimo. Por un lado, es un muy buen resumen del Manifiesto, muy explicativo, y por otro muestra la ceguera del autor que dedica un par de frases a acusar a Negrín y la Segunda República de complicidad con la burguesía y traición a la clase obrera. Lo escribe en 1937, cuando España está inmersa en la terrible agresión fascista y el gobierno y el pueblo luchan desesperadamente por su libertad y por las conquistas del primer bienio republicano. Es normal que Trotski arremeta contra el estalinismo de la extinta Unión Soviética y defienda su concepto de la revolución permanente, lo que ya no es tan normal es ese empeño en atacar a Negrín y a la República.

No se encontró, ni se encontrará, mejor explicación de cómo funciona el sistema capitalista que la descrita por Marx en su obra

Cierran el volumen cuatro ensayos de distinta índole, agrupados bajo el epígrafe de Comentarios Contemporáneos. El de Marta Sanz conmueve al lector pues es una explicación racional de como los conceptos expuestos en el MC no han perdido actualidad y, a veces inconscientemente, han permitido a la escritora avanzar en la comprensión de nuestra sociedad: «me sorprendo no solo por su vigencia, sino de lo mucho que he utilizado sus enseñanzas sin saber del todo que estaba allí. (…) Si algo caracteriza al Manifiesto Comunista es su falta de doctrinarismo, su versatilidad, su vocación mutante, histórica y heterodoxa. (…) No hay espacio en sus páginas para el sacerdocio». Sanz llama a reflexionar sobre dos puntos del texto: el papel de la mujer y el patriarcado, casi inexistente en el MC y el tema de la violencia como necesaria para conseguir los objetivos de libertad, igualdad y democracia que se persiguen. Es un texto bellamente escrito y encierra mucho más de lo que podemos decir en esta nota. Es muy recomendable su lectura.

El segundo comentario es prescindible. Una simple visión anecdótica del MC en la Cuba prerrevolucionaria, una vindicación de la figura de Lafargue que roza la caricatura y poco más.

Cosa distinta es el de Santiago Alba: El fantasma y sus cadenas. Se propone responder a la pregunta «¿podemos leerlo (el MC) como si aún hablara de nuestro mundo?» Reconoce haberlo leído muchas veces en distintos momentos y «nunca ha ocurrido que yo hubiera cambiado tanto y nunca ha ocurrido que el mundo hubiera mejorado tanto, como para no quedar parcialmente atrapado entre sus páginas». Declara que el Manifiesto es una síntesis de pensamiento, un programa de acción y una pieza literaria. Señala lo que le diferencia de otros manifiestos y textos políticos de circunstancia publicados con anterioridad a 1848. Todos ellos empezaban con una advocación, un llamamiento a su público y pasaban luego al ataque inflexible del enemigo. El Manifiesto cambia las tornas, lo que tiene su importancia para la literatura política. No invoca a nadie al principio, lo hará solo al final con la frase «¡Proletarios de todos los países, uníos!», y muestra una cierta admiración por los logros del enemigo, la burguesía, que ha desplazado a la aristocracia y el poder feudal y ha implantado por doquier el capitalismo, su modo de producción, y no olvida demostrar los males que para la humanidad encierra.

Esto último lo hace mediante el recurso de la denuncia activa cuando Marx-Engels responden a las acusaciones que se solían lanzar contra los comunistas: la destrucción de la propiedad, la familia, etcétera. Y recuerda que la profecía de las crisis periódicas del sistema no ha dejado de cumplirse. Sobre todo porque el capitalismo es el sistema de la demasía, demasiados productos, demasiados alimentos, demasiado consumo… en el siglo XIX y en el siglo XXI: no hay mejor forma de definir al capitalismo como el sistema de la demasía.

El cuarto comentario es un ensayo de Wendy Lynne Lee insistiendo en las carencias del Manifiesto ante el problema de sumisión de la mujer, la familia y el patriarcado. Es un resumen ágil de unas críticas al Manifiesto que no por ser conocidas dejan de tener actualidad. Es indudable que ni Marx ni Engels prestaron mucha atención a la lucha feminista. Lucha que tenía precedentes en Olympia de Gouges, Mary Wollstonecraft y otras precursoras. Pero no debemos olvidar que el Manifiesto Comunista no es un dogma ni un texto cerrado. La teoría ha ido completándose a lo largo de la historia y por regla general los comunistas han apoyado la lucha de las mujeres.

El papel de Ángela Davis por un lado y el de otras feministas como la propia Lynne ha sido y es imprescindible para cerrar la brecha entre la lucha anticapitalista y la anti patriarcal. Sé que me he extendido más de lo habitual en esta nota. Pero creo necesario y útil que acudan ustedes a esta edición del Manifiesto Comunista y disfruten tanto de la traducción de Ovejero como de alguno de los textos que la acompañan. Comprobaran por sí mismos la vigencia de este panfleto de 1848.

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