Arquitectura

Un cementerio sin muertos en el mejor lugar para pasar la eternidad

El premiado camposanto de César Portela en Finisterre (La Coruña) tendrá al fin uso para cenizas de los difuntos

Panorámica del monte Pindo desde el cementerio de César Portela. En primer término, ocho de los bloques de granito del camposanto. | | LP/DLP

Panorámica del monte Pindo desde el cementerio de César Portela. En primer término, ocho de los bloques de granito del camposanto. | | LP/DLP / dulce xerach pérez

Un camposanto cercado por la vida y no por los muertos: así es el cementerio de Costa da Morte, o Costa de la Muerte. Proyectado por el arquitecto César Portela (Pontevedra, 1937), un excelente diseñado r de paisajes que tuvo relaciones con Tenerife hace dos décadas, en la época de Adán Martín, y estuvo ligado a diseños en la Isla Baja, Tenerife.

El cementerio se construyó hace 25 años y nunca llegó a terminarse. Solo rompió su soledad una sola vez durante un breve periodo en el que un peregrino estuvo instalado en uno de sus bloques

Es ese rincón de la Costa da Morte que mira hacia el mar, la tierra y el cielo, lleno de magnetismo terrenal y espiritual, donde el sosiego y el silencio se juntan con los ritmos de la naturaleza viva: al lado, las olas del mar azotan inclementes contra los acantilados; sobrevuelan los pájaros con sus trinos, y, en ocasiones, también la humanidad llega a veces a través de murmullos de gente que pasea por ese bellísimo litoral del norte de España. Desde luego, uno de los lugares que elige, sin dudarlo, quien escribe, para descansar toda la eternidad, cuando llegue ese momento. La pena es que no esté en una costa del norte de Tenerife.

El cementerio inexistente

En mitad de esta idílica escenografía salvaje y auténtica se alza el singular cementerio. Un camposanto más muerto de lo que se merece. Muerto al fin y al cabo, aunque no por los cuerpos que habitan en él, sino precisamente por su inexistencia.

Escribe el propio Portela en su página web que cuando le encargaron proyectar el cementerio «lo primero que quería era ofrecer a unos muertos el descanso que se merecen en un lugar sublime en el que la arquitectura fuera capaz de fundirse positivamente con la naturaleza». La intención de aquel proyecto que arrancaba en 1997 —cuando arrancaron tantos y maravillosos proyectos de aquella España llena de Ilusión recién entrada en la Unión Europea—, aún a día de hoy se mantiene inacabado, Portela quería configurar un paisaje abierto a partir de varios bloques de granito que albergasen en su interior hasta 12 nichos, todos ellos situados en escala sobre una ladera hermosa e irregular con vistas al monte Pindo y al mar.

Concepto moderno

«Quería crear un cementerio con un concepto moderno, que no dependiera exclusivamente de la Iglesia católica, sino que diera satisfacción a todo el mundo, porque aquí cada vez había más gente de fuera con otras religiones», dice Portela. Por supuesto, su modernidad generó algunas controversias, polémicas, voces tanto partidarias como detractoras, pero sin dinero ni voluntad política —y con la Iglesia también en contra—, la realidad de crear un cementerio en el fin del mundo se fue difuminando poco a poco hasta convertirse en utopía.

En aquellos años noventa, tan maravillosos que vivió en general nuestro país, el gobierno local buscaba construir un nuevo cementerio civil para la localidad de Finisterre y, siguiendo su filosofía arquitectónica, César Portela concibió aquel espacio de manera libre, sin muros o recintos que definiesen ningún tipo de límite: simplemente un camposanto cercado por la vida. «Cuando se decidió que ese sería el sitio, yo le digo al ayuntamiento que ahí lo que no procede es acotar con un muro como todos los cementerios, sino que los muros de este cementerio tenían que ser la ladera de la montaña, el mar y el cielo», rememora el arquitecto. «El cementerio tenía la posibilidad de ir creciendo en función de las necesidades», añade. Ahora los bloques de granito que llegaron a construirse se dispersan a lo largo de una red de senderos muy deteriorada —y casi intransitable en la actualidad— que se extiende por los acantilados con el océano y la naturaleza como telón de fondo.

«La topografía, el silencio, la ausencia y la memoria, son los inspiradores y los protagonistas de este proyecto. La arquitectura el resultado, casi una consecuencia», escribe el arquitecto en su libro Cementerio de Finisterre.

Obra admirada

En ese lugar donde parece que los muertos gallegos no quieren terminar sus días, y yo no entiendo por qué, lo más paradójico es que el proyecto de Portela se ha convertido en una de las obras más admiradas de la arquitectura española contemporánea. Cosas que tiene la vida y que me recuerdan al caso del proceso, enorme en años y esfuerzos, del barranco y parque en torno al Drago de Icod en Tenerife.

La necrópolis moderna de Portela ha sido finalista de premios como el Philippe Rotthier, en el año 2002, o el Mies Van der Rohe Award tan sólo un año más tarde. También fue calificado por la Casa Real inglesa como «una de las mejores obras funerarias del mundo», aunque esto lo pondría en barbecho. Pero sí es relevante que haya sido mencionada y reseñada en cientos de publicaciones especializadas y de prestigio en arquitectura a lo largo y ancho de todo el mundo.

En la actualidad, el cementerio de Finisterre se mantiene esperando a que lleguen las cenizas de los primeros que quieran descansar mirando al mar y, luego, que la naturaleza acabe asumiendo como propio el lugar.

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