Idilio de don Carnal y doña Cuaresma

Junto a Juan XXIII, el papa Francisco es tenido por uno de los pontífices más indulgente y con más sentido

del humor de la historia. A Ratzinger, por su parte, cabe vincularlo a la línea dura de Pío XII y su intransigencia

Los intérpretes de Benedicto XVI y Francisco en la película ‘Los dos papas’, de Fernando Meirelles. |

Los intérpretes de Benedicto XVI y Francisco en la película ‘Los dos papas’, de Fernando Meirelles. | / antonio puente

No es difícil imaginar la distinta reacción que mostrarían el recién desaparecido papa dimisionario Benedicto XVI (¡vaya tiempo de eméritos que nos ha tocado vivir, en el cielo y en la tierra!) y el papa Francisco, si se toparan con alguien disfrazado de ellos mismos en un mogollón carnavalero. De seguro, a Ratzinger –que militó en las juventudes hitlerianas–, se le frunciría el ceño, y, cuando menos, abandonaría rápido el recinto, mientras que el papa actual haría gala de su sentido del humor, y hasta celebraría hacerse un selfie con su doble. Pues, no en balde, ha proclamado: «Hay que saber reírse, de los otros, de uno mismo, y hasta de la propia sombra».

En una sociedad oficial y mayoritariamente laica, es seguro que el papa Francisco no apreciaría la abrupta brecha de antaño –cuando estaba prohibido comer carne– entre las carnestolendas y la cuaresma. Si todo el año es carnaval, también lo es durante la Semana Santa, de la misma forma que, en cierto modo, también ocurre que todo el año es crucifixión…

Pero es curioso que, de los 266 papas habidos los dos mil y pico años de historia eclesiástica, los dos habidos en lo que llevamos de siglo XXI (Wojtyla y su papamóvil son un emblema del XX) encarnen la máxima polarización de intolerancia y tolerancia. Al oriundo de Baviera –que era, por eso mismo, literalmente, un pastor alemán, y sentía una manifiesta aversión por la teología de la liberación– cabe vincularlo a la línea dura de Pío XII, el papa que explícitamente comulgó con el nazismo, el franquismo o la dictadura del dominicano Trujillo, además de excomulgar a cualquier militante o votante del Partido Comunista. Mientras que el oriundo de Buenos Aires (cuya humildad le alcanza para salvarse del famoso chiste: qué gran negocio sería comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree valer) estaría en conexión con Juan XXIII, considerado uno de los papas más progresistas y bondadosos de la historia.

No por nada, él mismo lo canonizó, en 2013, recién iniciado su mandato. Y es que, a diferencia de su inmediato predecesor, Pío XII, el papa Juan XXIII condenó el nazismo, además de que, en sus tiempos de arzobispo y embajador de la Santa Sede en Turquía, había salvado a miles de judíos de la persecución nazi. Propulsor del Concilio Vaticano II, que marcó un antes y un después en una modernización de la Iglesia sólo ahora retomada por Francisco, sus encíclicas eran bien acogidas por ambos bloques durante la Guerra Fría. Y lo más curioso, por su afán conciliador, la canonización del Papa bueno –como se le llamaba– ha sido aceptada por las iglesias protestantes.

Lo que importa destacar ahora es la defensa del sentido humor que comparten canonizador y canonizado. En su libro De qué se ríen los santos (1998), la escritora Lia Carini da cuenta del que caracterizaba al papa Angelo Giuseppe Roncalli (que así se llamaba Juan XXIII): «Tenía un formidable sentido del humor, y no paraba de contar chistes y chascarrillos, lo cual le hacía muy hábil para la diplomacia, pues, de ese modo, desarmaba a cualquiera».

Francisco, bautizado como el Papa-pop por The Times, no le anda a la zaga. Para refrendar su tesis de que la Iglesia no debe de anatemizar contra nadie («¿Qué debe hacer un pastor? Ser pastor; no debe andar condenando») también ha proclamado: «Dios no puede ser amor si no es al mismo tiempo humor».

Y es que, frente al férreo talante del Ratzinger de la teología de la restricción, Francisco es un avezado en humanidades terrenales. Completó sus estudios teológicos no sólo con Filosofía y Psicología (materias de las que fue docente, trayéndose a Jorge Luis Borges a las aulas), sino que, además, es técnico en Química, y de ahí, acaso, su buena química… «El sentido del humor –agrega el Papa– te hace ver lo provisional de la vida y tomar las cosas con un espíritu de alma redimida. Es una actitud humana, pero la más cercana a la gracia de Dios».

Convencido de que «el evangelio no tiene el menor sentido, si carece de un sentido social», afirma contar entre sus rezos predilectos con La oración del Buen Humor, del mártir santo Tomás Moro, quien, para más señas, es el patrón de los políticos. El modo original de bendecir los alimentos, incluyendo una buena digestión, y su reivindicación de la risa como fuente de salud, la vuelve apta por igual para religiosos y agnósticos, y de un modo inclusivo para que se marquen un dueto a capela don Carnal y doña Cuaresma:

Concédeme, Señor, una buena digestión,

y también algo que digerir.

Concédeme la salud del cuerpo,

con el buen humor necesario para mantenerla.

 Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar

lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante

el pecado, sino que encuentre el modo de poner

las cosas de nuevo en orden.

 Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,

las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no

permitas que sufra excesivamente por ese ser tan

dominante que se llama: YO.

Dame, Señor, el sentido del humor.

Concédeme la gracia de comprender las bromas,

para que conozca en la vida un poco de alegría

y pueda comunicársela a los demás.