Amalgama

Colapsismo y aceleracionismo

El Muro de Berlín en agosto de 1961.

El Muro de Berlín en agosto de 1961. / juan ezequiel morales

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

En un mundo donde alguien como el actual presidente colombiano Gustavo Petro, exterrorista electo, propone que la caída del Muro de Berlín fue un desastre, algo indiscutible como logro de libertad y vida en los años ochenta, desde Kennedy a Pink Floyd, toda propuesta antidemocrática es posible, de cualquier signo. En efecto, así lo dijo Petro en el seno de la Fundación Friedrich-Ebert-Stiftung, y confirmó con sus palabras que la caída del Muro fue el principio de un crecimiento del fascismo, y que en ello está el origen de «una gran noche neoliberal como la llamamos nosotros, neoconservadora le dicen otros, que por décadas, tres o cuatro décadas, ha dominado al mundo, fundamentalmente a partir precisamente de ese lugar geográfico y del derribo del muro de Berlín, que trajo un debilitamiento formidable y una pérdida entonces de valor de la izquierda». Denotar este tipo de ideas de ultraizquierda facilita lo contrario: se legitima a que la ultraderecha proponga un modelo igual de antidemocrático, y en esas estamos ante el cariz de los eslóganes de las actuales políticas pre-planetarias.

En España tenemos exponentes de semejantes ideas, como Pablo Iglesias Turrión, quien popularizó su opinión, en 2019, a los treinta años del histórico evento, de que «la caída del Muro fue una mala noticia para todo el mundo, porque quitó el miedo a buena parte de las clases política y económicamente dominantes». Este ejemplo lo proponemos como mostrativo de que hoy día ya se puede pensar sin límites, y si los límites son antidemocráticos, como los de estos dos sujetos anteriores, pues lo son. Este extremismo causa que la transición ante un problema sociopolítico se plantee en orden a que, si es necesario laminar por la muerte a millones de personas, pues se hace, y ya está. Es lo que Mao dijo a Servan Schreiber en los años setenta: si para defender el éxito del proletariado tenía que lanzar una bomba atómica que matara a cien millones de personas, pues lo hacía y ya está. Estados Unidos no dudó, en 1945, en lanzarla, y su coartada fue que si se prolongaba la guerra convencional habría 25 millones de muertos más, y con el sacrificio de 200 mil japoneses, civiles, se evitarían males mayores. Y Oppenheimer cantó la Bagavad Gita para calmar su culpa. Ahora atacan, de nuevo, ideas que no reparan en la mortandad, en tanto el fin es lo importante, no los medios, y la política se apodera de ideas científicas y proclama lo que han de ser las ideas correctas, indiscutibles, como las del colapsismo.

Emilio Santiago Muiño, que contaba cinco años de edad cuando cayó el Muro de Berlín, es doctor en Antropología e investigador del CSIC. Tiene una plaza de Antropología climática. El calentamiento climático es un dogma impuesto por una mayoría política, y probablemente por eso Santiago Muiño milita y asesora en el partido post-podemita Más Madrid, y en su libro vemos que lo lisonjean César Rendueles, Santiago Alba Rico o Marina Garcés, filósofos de factura podemita. No obstante, Santiago Muiño se ha dado cuenta de la exageración transicionista de acelerar y prohibir, para acabar con el calentamiento, a lo Greta Thunberg, y proceder a cambiar la industria de los vehículos instaurando la electricidad, los molinos eólicos y las placas solares, en un periodo tan corto de tiempo que se provocará más contaminación que el demorar pausada y con adecuada ingeniería una transición inteligente. En el periódico comunista Público, Enrique Santiago dice: «El colapsismo genera desmovilización en los desmovilizados»; o: «Los discursos colapsistas pueden llevar a la sociedad al cinismo y a la resignación». Algo así como ¿Vamos a morir todos? pues vámonos de fiesta. Por eso su libro lo titula Contra el mito del Colapso Ecológico (Arpa Editorial, 2023). Santiago avisa de que la crisis ecológica puede generar más desigualdad, pero no un colapso gretathunbergiano.

Entre tanto esperamos la catástrofe demográfica colapsista de Thomas Malthus desde 1798, o esperamos el final de las reservas de hidrocarburos predicho en los años noventa para inicio del siglo XXI, o esperamos la transmutación del invierno nuclear de Kondratyiev y Nikolsky en la época de Nixon, en los setenta, convertido en calentamiento climático a partir de los noventa, veamos qué dice Santiago Muiño. En su entrevista con Alejandro Tena, afirma: «Las sociedades a veces fracasan, pero como especie ahora estamos en una tesitura de supervivencia en la que, en función de lo que hagamos en las próximas décadas, nuestra especie continuará o no». ¡Uf, qué miedo!: «¿Qué creo que puede pasar si las cosas nos salen mal y no damos una buena respuesta al problema del cambio climático? Pues un aumento de la degradación de las condiciones de vida, desigualdades, un apartheid ecológico... Pero eso no es colapso». Ahora bien, el quid de la cuestión: «El último informe del IPCC señala que tenemos que organizar procesos de transición energética a una velocidad nunca vista en la historia. El problema es que vivimos en un sistema socioeconómico en el que la implantación de estas renovables va a venir necesariamente vinculado a procesos de acumulación de capital». Pues, como según estas cabezas pensantes, el Muro de Berlín era bueno, y la solución de Mao, como la de Harry Truman, de lanzar bombas atómicas es factible, opongamos el aceleracionismo. Hay aceleracionismo de izquierdas, como el de Karl Marx, y los hay de derechas: hacemos una especie de reductio ad absurdum e invadimos el mundo de capitalismo. Si es malo, el capitalismo morirá, como lo hizo el esclavismo, el feudalismo, el industrialismo, etcétera. Si es bueno, pues ya está. Los aceleracionistas tienen de quien nutrirse, por ejemplo, de Deleuze y Guattari, que proponían cualquier presupuesto filosófico con tal de destruir todas las estructuras. Otras posiciones, como la de Schumpeter, preveían que el capitalismo moriría en su contradicción a poco que se expandiera por el mundo. Pobre Schumpeter, pues es como decir que reventando las bombas atómicas el átomo se arrepentiría de sí mismo. Los acaeleracionistas modernos son, no obstante, muy brutos, y proponen tecnología invasiva y capitalismo agresivo, para desarrollar el planeta y más allá.

En fin, tenemos de un lado los que quieren levantar el Muro, por otro, los que quieren exterminar a los que levantaron el Muro, de un lado los colapsistas gretathumbergianos vendedores de miedo como gitanos que venden ropa de marca falsa, mercancía para blandurrios y plastilinos, y de otro lado, los aceleracionistas, que piden erogar mucho capital para que el planeta se vea obligado a expandirse por el sistema solar. Esto es un fiestón ideológico.