AMALGAMA

La filosofía de la transmodernidad

María Rodríguez Magda define una descripción de un mundo que ha entrado en la "cultura de la queja"

Una imagen de archivo de la filósofa Rosa María Rodríguez Magda.

Una imagen de archivo de la filósofa Rosa María Rodríguez Magda. / LP/DLP

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

En un reciente texto, titulado Que no le engañen: no es feminismo, la filósofa Rosa María Rodríguez Magda advertía: «Primer fraude conceptual: Montero no sólo no ha sido el feminismo, sino que ha llevado a cabo la peor traición a éste: desatendió sus reivindicaciones históricas, nunca se reunió con las asociaciones feministas, promulgó leyes cuyas peligrosas consecuencias ignoró con prepotencia, desoyendo los avisos de los órganos consultivos del Estado y de los expertos, priorizó la defensa de un colectivo minoritario frente a las desigualdades que todavía sufre la mitad de la población, y, en fin, dio una imagen superficial y a veces esperpéntica que ha desacreditado al feminismo», y más adelante:

«¿Alguna formación lleva en su programa las reivindicaciones de la agenda feminista? ¿Existe alguna posibilidad, gobierne quien y con quien gobierne, de que se avance en ellas? La agenda es clara: ley de abolición de la prostitución, limitación de la pornografía, mejora de la ley de violencia de género, medidas contra los vientres de alquiler, reforma de la ley trans, no a la hormonación y mutilación de los menores, garantía de los espacios seguros para las mujeres y de la igualdad por sexos en el deporte, coeducación basada en la igualdad y no en la propaganda queer, promoción de la corresponsabilidad doméstica, servicios públicos de cuidados».

Todo puro sentido común. No es precisamente mi lucha filosófica (es más un tema antropológico o sociológico, incluso zoológico), y soy espectador, pero observo asombrado cómo los hombres vuelven a conquistar el concepto: gracias a las nuevas feministas woke y políticamente correctas, impostadas de ideología norteamericana, yo me puedo declarar mujer y, automáticamente, conquisto, invado y transformo el rol de la mujer, abato incluso su biología -jurídicamente, claro-, y, de nuevo, somos los hombres los dueños, en este caso, gracias al trans-patriarcado, en vez de gracias al hetero-patriarcado. Ante esta curiosa nueva derrota de la mujer, a través de dominar su concepto, recordemos la dureza de la Querelle de femmes, la discusión literaria desde la Edad Media a la Revolución Francesa acerca de si las mujeres tienen capacidades intelectuales, derechos académicos, políticos y legales en igualdad a los hombres. Es decir, si los genitales dan pase VIP a las elites de control social, o bien la misoginia es un derecho.

En 1405, la escritora italiana Christine de Pizan publicó La ciudad de las damas (un capítulo en el Libro de la Reina, escrito para Isabel de Baviera) en defensa de las capacidades de la mujer, entrando en un debate que, hasta entonces, se daba solo entre hombres. La querella en la que se introdujo Christine de Pizan fue contra un texto popular y misógino, el poema Roman de la Rose de Jean de Meung, donde se exclamaba: «Todas ustedes son, fueron o serán putas por acción o por intención», arrastrando el mito judeocristiano de que Eva fue la culpable de la expulsión del paraíso terrenal, por su pecado, al claudicar por curiosidad ante el demonio. Las preguntas en los debates masculinos ponían en duda si las mujeres podrían ser humanas, si debían ser encerradas sin derecho a estudios como las actuales afganas, u ocultada su sexualidad para salvación del hombre.

Christine de Pizan relata, en su La ciudad de las damas, que está dormida y vienen tres virtudes, la razón, la moral y la justicia, personificadas, y la ayudan a construir una ciudad exclusiva para mujeres heroicas. La Querelle de femmes se reconvirtió en The woman question hacia el siglo XIX, en Reino Unido, Estados Unidos, Canadá y Rusia, y se enfrentaron derechos de igualdad para el sufragio femenino, los derechos de propiedad y los derechos legales. La lucha ha sido larguísima, hasta que, con Simone de Beauvoir y su Le Deuxième Sexe, en 1949, se propuso que el rol de mujer es un constructo social, destructible e intercambiable, a fin de poder abatir al heteropatriarcado… pero los hombres -por pura zoología- siempre hacen trampa e intentan forzar a lo femenino, y de forma ridícula se han apoderado, de nuevo, del derecho a ser mujer.

"Yo me puedo declarar mujer y, automáticamente, conquisto, invado y transformo el rol de la mujer"

Esa parece ser parte de la historia. Pero todo esto es para volver a la filósofa inspiradora de este texto que pone los puntos sobre la íes al trans-feminismo, la valenciana Rosa María Rodríguez Magda, pero en este caso para resaltar su nitidez conceptual y teórica en términos de puro pensamiento histórico-filosófico, desde 1989, para proponer su tesis de la Transmodernidad. Lo expuso primeramente en su obra La sonrisa de Saturno. Hacia una teoría transmoderna, y posteriormente en El modelo Frankenstein (1996), hasta llegar a Transmodernidad (2004).

Muy influida por el pensamiento francés, Rodríguez Magda define una descripción de un mundo que ha entrado en la «cultura de la queja»: «Mientras las sociedades avanzadas nos ofrecen un modelo hologramático, retroviral, de redes informáticas, de fusión cyborg entre la biología y la técnica, el mundo en su conjunto nos retrotrae al territorio preindustrial de lo monstruoso, fragmentos distorsionados e irreciclables de un siglo que se acaba».

Y es así que «La crisis de las Teorías fuertes es coetánea de la emergencia de una presencia feminista y una teorización del género cada vez más pujantes… el fin de la pujanza de las Teorías fuertes nos aboca a un vacío epistemológico, a un hueco de legitimación. Quizás el peor corolario de las corrientes postmodernas haya sido la zambullida en el nihilismo, en el relativismo, en la banalización, en el eclecticismo del todo vale».

Se resiste a que la ausencia de Grund, de una base de Gran Teoría, no es una entrada libre «a las paparruchas fragmentarias de cortos vuelos», y de ahí su mirada sobre lo que es el feminismo paparrucha, tal y como lo hemos visto al principio. Pero la teoría de Rodríguez Magda rehúye el postmodernismo fragmentario y abarca una gran propuesta, hay un nuevo Gran Relato, la Globalización, por el efecto tecnológico de la comunicación, el mercado y la geopolítica.

De lo moderno se ha llegado a lo industrial, de lo industrial a lo postmoderno, de lo postmoderno a lo tecno-global y toca cambiar el paradigma: lo transmoderno. Una nueva ciberontología, una sustitución de la razón pura y la razón práctica por la razón digital. Hagamos un inciso para aclarar que los conceptos de «transmodernidad» posteriores de Enrique Dussel y otros filósofos latinoamericanos son reformulaciones de tesis inveteradas, añejas, por así decirlo, «paparruchas» zapatistas frente a la de Rodríguez Magda. El mundo nos ha superado, la transmodernidad nos ha conquistado, y no la paparrucha trans, sino la transmodernidad. Lo ha expuesto filosófica y magistralmente Rosa María Rodríguez Magda.

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