Literatura

El señor Moliere

Bulgakov consigue un texto que nos mantiene interesados, sin bajar la tensión literaria, pese a algunas frases que podemos considerar de otro siglo

El señor Moliere

El señor Moliere

Javier Doreste

Javier Doreste

Supongan que un colaborador de la banda terrorista ETA, médico, que los ha cuidado y atendido para que no fueran detectados por el sistema público de salud, una vez lograda la paz y abandonada la lucha armada, decide publicar sus recuerdos de aquellos años, contando el sacrificio y la entrega de los militantes, exaltando la nobleza de sus motivos, etc. La novela resultante sería prohibida por exaltación del terrorismo y su autor condenado.

Más adelante, el hombre reincide: publica una obra contando las desgracias combinadas con nobleza de los que se mantienen en el exilio, sea por tener causas de sangre pendientes, sea por no estar de acuerdo con la monarquía española y la no independencia del País Vasco. No habría ninguna condena a los actos que han llevado al exilio a los protagonistas; antes bien no habría arrepentimiento y sí rechazo a la aceptación de la victoria del Estado sobre la banda. Nuevamente el libro sería prohibido y su autor condenado.

Mijaíl Bulgakov fue voluntario en el ejército blanco contrarrevolucionario. Cuando la derrota y consiguiente retirada de dicho ejército se produjo, Bulgakov quedó en Rusia. El tifus que padecía impidió que sus correligionarios lo llevaran con ellos al exilio. Se instaló en Moscú y publicó con notable éxito La Guardia Blanca, novela que contaba las vicisitudes de tres hermanos en el ejército blanco y su lucha contra los bolcheviques.

Lo que los mueve son sus ideales, ningún interés material, aman a la vieja Rusia, las tradiciones, etc. Continúo el éxito con la adaptación teatral de su novela. Pero el poder soviético consideró que la obra era contrarrevolucionaria y exaltaba los valores de la reacción y el zarismo y prohibió tanto la adaptación como la novela.

Bulgakov estrenó una nueva obra: La evasión, en la que relataba el exilio de los antiguos zaristas, y volvía a insistir en el desinterés y la entrega idealista de los luchadores por el zar. Esta obra también fue prohibida. Privado de medios para ganarse la vida, Bulgakov escribió una serie de cartas a Stalin, quejándose de su situación y pidiendo que se le dejara emigrar.

Juan Mayorga ha escrito una magnífica obra de teatro al respecto. Las cartas reflejan la soledad del autor, su sentimiento de acoso por las autoridades soviéticas y mantienen una difícil dignidad, sin caer nunca en la adulación al destinatario. De entrada obtuvieron el silencio por respuesta. Pero una noche el propio Stalin llamó a Bulgakov. Al principio el autor no creía en la autenticidad de la llamada, pero terminó convencido de que su interlocutor era el propio secretario general.

La tercera mujer de Bulgakov ha dejado una trascripción del diálogo que coincide casi al cien por cien en lo relatado por el propio autor. Después de decir que si bien quiere emigrar no concibe que un autor ruso pueda escribir alejado de su patria, con lo que renuncia implícitamente a su intención de exiliarse, Bulgakov se queja tanto del acoso como de la privación de medio para ganarse la vida. Stalin le dice que no se preocupe, que hay una plaza en el Teatro de Moscú, que la solicite, porque está convencido que la petición será mirara con cariño.

Y así Bulgakov entró a trabajar como director adjunto en el Teatro de Moscú, colaborando con Stanislavski (con él que más adelante se pelearía), y nunca fue despedido. Siguió cobrando su sueldo hasta su muerte. No fue encarcelado ni torturado ni enviado a un campo de trabajo. Permaneció en Moscú, aunque no pudo publicar. Eso sí, estrenó un Moliere, que es una versión teatral de la biografía que del dramaturgo francés escribió el propio Bulgakov. Es un texto ágil, cargado de interés y muy documentado, pues pudo disponer del diario y estado de cuentas de la compañía teatral de Moliere.

Y la vida de éste es apasionante. Hijo de un tapicero del rey, renuncia a continuar el oficio paterno y se lanza, después de un primer fracaso como empresario teatral y comediante en París, a los caminos de la Francia de su época. Triunfa en provincias, consigue el favor y protección de algunos príncipes y nobles y termina estrenando ante el propio rey Luis XIV, que lo toma bajo su protección.

El éxito de Moliere como autor de comedias es inmediato. Gana dinero, tiene amores con alguna de las actrices de su elenco y termina casándose con una de ellas, veinte años más joven. Y como ocurre a Bulgakov, alguna de sus obras son prohibidas y denostadas por lo poderes. El Don Juan es perseguido y acusada de ateísmo, sobre todo cuando el protagonista practica la caridad no en nombre de dios sino de la humanidad. El Tartufo suscita tal escándalo que el propio rey, a su pesar, pide a Moliere que deje de representarla. La obra censura a los hipócritas de misa diaria que no practican ninguna de las virtudes que predican. La Iglesia católica puso el grito en el cielo pues se veía reflejada.

Si Moliere no fue juzgado ni encarcelado, como se llegó a pedir, fue por la protección de Luis XIV. La inquina y el odio contra él, continuó después de muerto. El obispo de París se niega a que sea enterrado en el cementerio católico. Sólo tras una emotiva misiva de la joven viuda al rey, éste interviene y ordena que se le de sepultura en lugar sagrado pero sin funerales ni misa. Recuerda el odio de la iglesia a Lope de Vega, prohibiendo que se le hicieran homenajes públicos y el más actual contra Almudena Grandes.

La vida de Moliere, como la de todo casi gran autor, es apasionante. Y Bulgakov consigue un texto que nos mantiene interesados, sin bajar la tensión literaria, pese a algunas frases que podemos considerar de otro siglo: Las damas tienen una conmovedora manera de escribir ¡qué le vamos a hacer! Se puede entender pues el buen Bulgakov no debió conocer ni a la Pardo Bazán ni a la M. W. Shelley, la de Frankenstein; ni a la Austen, Christie, D. B, Hughes o Hisghmith.

Igual que esta otra: En una de aquellas cabecitas maduró un proyecto extraordinario (…) que las palabras se escribieran tal y como se pronunciaban. Se refiere al fenómeno de las mujeres «sabias» ridiculizado por Moliere en las preciosas ridículas. El fenómeno de los salones literarios impulsados por mujeres de la aristocracia significó en realidad, pese a lo ridículo o pomposo de sus derivaciones, que afectó a los hombres igual que a las mujeres, un avance en la consideración general del intelecto femenino.

El uso del diminutivo no deja de ser un resquicio de patriarcado. Las mujeres que piensan no tienen cabezas sino cabecitas. Diminutivo cariñoso, si queremos, pero un pelín peyorativo. Pero estas dos frases no menoscaban para nada la calidad ni el rigor del texto de Bulgakov sobre Moliere. Solo es un signo del paso del tiempo. Por cierto, es conocido el empeño de Juan Ramón Jiménez para que la g se escribiera como jota cuando se pronunciaba como tal. Bulgakov opinaría que Juan Ramón tendría una «cabecita».

Algunos interpretan esta biografía como un mensaje escondido a Stalin por parte de Bulgakov. Como Moliere, él también es censurado y sólo la benevolente protección del mandamás le permite seguir siendo libre. Nunca ingresó en prisión ni fue juzgado ni condenado. Murió en 1940, conservando su empleo de director adjunto del teatro de Moscú. Aquí, entre nosotros, Pablo Hasél continúa preso por ofensas al jefe del estado.