Literatura

La ruptura del tabú

Guillermo Galván.

Guillermo Galván. / Javier Doreste

Javier Doreste

Javier Doreste

Esta novela es la última de la tetralogía cuyo protagonista es el antiguo y represaliado policía republicano Carlos Lombardi. Guillermo Galván ha conseguido con esos cuatro libros (Tiempo de siega, La virgen de los huesos, Morir en Noviembre y este El club de las viudas) cumplir perfectamente y con maestría lo que dictaminaba Vázquez Montalbán que debía incluir toda novela policíaca: la ruptura de un tabú (el delito que desencadena la acción); la estructura dialogada en busca de la verdad; el reflejo de la sociedad en que suceden los hechos. La novela detectivesca, la llamada deductiva, se centra en los dos primeros aspectos, el social suele quedar relegado o, simplemente esbozado. Pero siempre se comete un delito y siempre a través del dialogo, de las preguntas que hace el detective y las respuestas que consigue, se desarrolla la trama. Será la llegada de la novela negra, la de Hammett y Chandler, la que desarrolle plenamente la descripción de la sociedad en la que ocurre la acción. Así el crimen no es solo un acto individual, sin negar la responsabilidad del criminal, por supuesto, sino que además se encuadra en una sociedad concreta que suele determinarlo.

Las novelas de Guillermo Galván cumplen con los requisitos formulados por Vázquez Montalbán. Hay un crimen que investigar, el detective se entrevista con varias personas y se describe con autentico alarde técnico la sociedad del primer y siniestro franquismo. La acción de la primera, Tiempo de Siega, arranca en 1942, con el detective cumpliendo una condena de doce años en la esperpéntica obra de Cuelgamuros por su fidelidad a la República. El descubrimiento de un cadáver asesinado con semejanzas con otros dos investigados en la víspera del golpe de estado franquista, hace que un comisario, antiguo superior de Lombardi en la época republicana y pasado a los golpistas, conocedor de las cualidades de su antiguo subordinado, consiga sacarlo del campo de trabajo para que investigue los asesinatos. Este es el arranque de esta tetralogía que cumple además con las exigencias que ponía Narcejac para toda novela policíaca: debe leerse como una novela, construirse como una novela y escribirse como tal. El autor hace gala de un profundo conocimiento de la técnica narrativa, los diálogos se adaptan a los modos y lenguaje del momento, un momento en que había que gritar arriba España, alzar el brazo y cantar el himno falangista, obligatoriamente; sus personajes sonvconsistentes y sólidos y evolucionan con la acción, afinándose novela tras novela, evitando caer en el estereotipo que suponen un Watson, un Brown, o tantos héroes de novela criminal, que no varían un ápice de una historia a otra, como si el tiempo se hubiese detenido para ellos; al contrario, los personajes de Galván evolucionan lentamente de novela a novela, se adaptan para intentar sobrevivir al franquismo.

La descripción de la España de la inmediata posguerra, con el miedo permanente en la población, los trepadores sociales y estraperlistas que aprovechan su pertenencia a la Falange para ascender y hacerse más ricos, los pocos falangistas auténticos que se atreven a llamar Paca la Culona al dictador, la atmosfera asfixiante, la presencia de los nazis campando por el país, asesorando con la Gestapo a la policía política mientas saquean de obras de arte las ermitas e iglesias españolas; es lograda con pericia minuciosa por Guillermo Galván, hasta el punto que hay puede decirse que sus obras oscilan entre la novela histórica y la policíaca. La creación de sectas católicas seglares, las intrigas y delaciones de la iglesia, el latrocinio practicado a través del control de la cosecha de trigo, la brutal y sanguinaria represión en la retaguardia, en aquellas poblaciones que se encontraron de la noche a la mañana en la zona controlada por los golpistas, como Canarias, la persecución de cualquier disidencia no solo de obra sino de palabra o simplemente por omisión; están narradas dando voz propia, diferenciada, a los individuos según el estrato social al que pertenezcan, sean represores o represaliados. Cada personaje habla como debería hablar gracias al rigor y dominio del lenguaje del que hace gala el autor. Esto es lo que Bajtín llamaba la pluralidad lingüística del texto. Su dominio es el dominio del auténtico escritor de novelas. Describir la realidad no tan solo como fue sino también como se veía o la percibían y representaban los españoles de la época. Galván lo ha conseguido con estimable maestría.

Tanto su protagonista como quienes le acompañan a lo largo de la tetralogía tienen voz propia. No son meros arquetipos. Son seres de carne y hueso, con modos personales pero también inmersos en el siniestro mundo que los rodea. De esta forma el autor logra sumergirnos plenamente en la época en la que sitúa sus novelas. Todos los hechos o están debidamente documentados o son descritos como posibles dadas las circunstancias. Baste recordar que en el Club de las viudas se menciona la terrible y desproporcionada represión de los masones por el aparato franquista. Al estallar la guerra no pasaban de seis mil los masones en nuestro país. Sin embargo, bajo el influjo y el impulso del cura Tusquets y algunos policías sin escrúpulos, se llegó a fichar y represaliar a ochenta mil personas, la mayoría sin pruebas, como masones, de los cuales unos quince mil fueron ejecutados. Quienes hayan leído Arquitectos del Terror de Paul Preston encontraran la documentación que confirma lo contado por Galván. El autor no exagera. El franquismo fue eso. Una pura y dura represión. La continuación de las masacres de la guerra civil bajo la paz. La obra de Guillermo Galván se convierte en el poema del miedo reclamado por Narcejac para la novela policíaca. Con la diferencia de que este se refería al espacio acotado por una novela y Galván ha escrito el poema del miedo de toda la sociedad de la postguerra.

Y es este aspecto en lo que se diferencian estas novelas de otras de la corriente llamada totalitarismo noir, como las de Philip Kerr protagonizadas por Bernie Gunter. La obra de Kerr, ambientada desde el Berlín nazi a la postguerra, siendo como son muy buenas novelas, no llega a desribir la sociedad del momento como lo hace Galván. Les falta la visión total del mundo que describen, se quedan más en la anécdota que en los profundos mecanismos, que el nazismo y el franquismo usaron para imbuir a sus respectivas naciones en el caos del miedo, el arribismo y el crimen de estado. En realidad, mientras que en la novela clásica el crimen es algo ajeno a la sociedad, es una perturbación que debe ser corregida y con ello castigado el autor, la obra de Guillermo Galván nos cuenta que todo el aparato de estado franquista era una maquina criminal, ora torturando, encarcelando o fusilando, ora robando a manos llenas los bienes de los represaliados, las cosechas, el país. Para no perder nuestra memoria, para que no olvidemos la historia reciente y actuemos en consecuencia, además de por simple placer, debemos leer las cuatro novelas de Guillermo Galván. En los tiempos que corren, no olvidar ya se acerca a un acto de rebeldía. Y Pablo Hasél continúa en la cárcel.