Literatura

Antología poética

Cecilia Domínguez Luis, una de las mejores poetas del Archipiélago, ha ido construyendo un mundo poético, un lenguaje propio que es a la vez colectivo

Antología poética

Antología poética / Javier Doreste

Javier Doreste

Javier Doreste

El mérito de una antología es el de ofrecer una visión panorámica de la obra de un autor o autora. Mientras más variada y extensa sea, mejor. Nos ayudará a comprender no solo el trabajo del autor elegido sino su evolución. Ambos objetivos están perfectamente cubiertos en esta Antología Poética de Cecilia Domínguez, una de las mejores poetas de nuestro Archipiélago.

Desde el año 1977 viene construyendo un universo poético que la significa como autentica constructora de mundos literarios. Sus temas son los que normalmente absorben el quehacer de los poetas en el mundo: el amor, el tiempo, la memoria… y entre nosotros, los canarios, especialmente el mar. El libro se abre con un extenso prólogo que cumple con su función, que es introducirnos en la lectura de los poemas recogidos.

Conocíamos de Domínguez los hermosos textos que acompañaban a las magníficas fotografías de Carlos Schwartz en el libro Solo el mar.

Libro en el que con inteligencia y buen hacer, ambos autores intercalaban imagen y palabra como un todo continuo. Recuerden Camino y mar: Tramos de sombra y luz sobre las rocas. / El mar se tiende/ y son albos los brazos/ que preparan la huida de las barcas. Otros poemas de este libro se incluyen en esta antología.

Domínguez Luis parece hacer suya la frase de Onetti: la vida está hecha de palabras y no se detiene. Y con las palabras ha ido construyendo un mundo poético, un lenguaje propio y a la vez colectivo. Su tarea como poeta es hacer comunicable a otros la experiencia de vida que constituye cada uno de sus poemas.

El poema siempre se construye en soledad; abierta sí a todos en cuanto es comunicable y, sobre todo, compatible. Se construye entre lo que se sintió a solas y lo que como poeta convierte en una realidad participable para un número indefinido de lectores. Mientras más calidad tienen los versos, más universales y colectivos se van haciendo. Este vivir, que algunos llaman casi esquizofrénico, entre la obra individual y el impulso colectivo, desde que el poema es publicado, leído, es lo que determina los textos de Cecilia Domínguez.

Unida a la famosa toma de conciencia de la insuficiencia del lenguaje, proclamada por Aimé Césaire, lo que obliga a forzar, pulir, tornar las palabras, mediante la imagen poética o la metáfora y otros instrumentos, lo que empuja a nuestra autora a ir construyendo versos cada vez más perfectos, más incisivos. Es una auténtica aventura poética la que se descubre en esta antología.

Con su historia, sus etapas; la travesía siempre recomenzada del lenguaje, al encuentro del mundo y de los otros. Ese mundo y esos otros que están fuera y que Domínguez Luis mide, contempla y ordena para que nosotros, los lectores, podamos situarlo y enfrentarlo. A la amenaza de lo ilegible del mundo los poemas de Cecilia oponen un mundo recompuesto, rectificado, en un intento, vocablo a vocablo, de luchar contra la dispersión que el espacio y el tiempo nos imponen. Tarea común a todos los poetas y llevada a cabo con maestría constante por nuestra poeta: Se desliza la noche entre mis dedos, / y el tiempo se ha quedado solitario/ (…) / los ojos se resisten al silencio, / y las palabras brotan como besos. O también estos otros: Te pierdes en el día, como un sueño. / Hay demasiada luz para encontrarte.

El amor, cargado a veces de erotismo, como tema recurrente, como tema de exaltación de la vida, pese al tiempo y, a veces el espacio: Mi casa se desnuda cada tarde/ y te espero/ (…)/ Ningún sendero aguarda. / Sólo el mar que golpea grutas vesperales/ donde acaso se abrazan las anémonas. La espera del amante en un espacio que deja de ser habitable hasta la llegada de la persona amada. La separación, el distanciamiento en la relación: Yo buscaré mi voz/ y tú la tierra/ separadas la vida/ y el camino; / (…) / Cuando ya seas árbol, / quizás, yo viento/ agitaré tus ramas/ nuevamente.

La memoria, siempre inconstante e imprevisible, quizás haga que el recuerdo de los amantes vuelva, pero solo como recuerdo de lo que antaño se amó. Es la forma perfecta de vincular el erotismo, la nostalgia, la memoria, pues somos memoria y Domínguez Luis nos lo señala, cumpliendo el deber de los poetas.

Hay en esos versos, además de lo dicho, una actitud de auto exigencia ante la obra, un controlado ascetismo formal para evitar la furia de las metáforas desatadas, una intención de desbaratar las apariencias. La poeta ama, pero es consciente de la fugacidad del amor y que mañana, cuando recuerde, quizás solo recuerde una breve brisa, un instante, una imagen desvaída, cosa que al final es el recuerdo. Sabe que en el fondo somos recuerdo: He amado/ tu cabello en desorden/ después de la batalla/ y la huella de tu cuerpo/ que delata/ la avidez de mi boca.

Pero la fuerza poética de nuestra autora no se detiene ahí. Algunos de los versos se cargan de ironía: Tú, extraño mudador de océanos, / ¿rehúyes ahora la invasión de nuestro frágiles átomos?/ Hemos pasado siglos frente al espejo/ y Tú sonreías, insensible (…)/ No temas. / Acaso mañana, cuando despiertes, / seamos sólo/ un pequeño olor acido/ bajo tus interminables axilas. O la reivindicación de la propia excepción que es la humanidad: Reconozco/ que a veces es preciso hacer una parada/ y confesarse inútil/ para los días claros, / (…)/ Pero /esa particular desfachatez/ que hace que nos contemplemos en el espejo/ con una deliciosa sensación de suficiencia, / es regalo exclusivo de los dioses/ y tenemos que estar agradecidos. O el de la pulga tras la oreja de Adonis: Oculta bajo el botón de tu camisa/ esperaré el momento/ de tu cuerpo desnudo/ entre las sábanas. / Entonces saltaré / y será mío/ hasta que mi muerte nos separe. Poema que se inserta en la tradición clásica, ya Lope escribió: Picó atrevido un átomo viviente/ los blancos pechos de Leonor hermosa, / granate en perlas, arador en rosa, / breve lunar del invisible diente.

Y así, siguiendo la tradición clásica, aparecen Dante, Narciso, el mentado Adonis, Pompeya, Salomé, Adán, Judith, Dorian Grey… sumergiendo la obra de Cecilia Domínguez en la corriente universal del mundo, eso sí, sin caer en el falso cosmopolitismo, solo como pretextos de la experiencia de la autora ante el mundo, el espacio, las cosas, las gentes y, sobre todo el tiempo: En el lugar vacío/ están todos los años./ Cada cosa en su sitio/ y los segundos, puestos/ uno detrás de otro./ Las palabras a un lado:/ En el pequeño espacio/ que les dejó la noche. / Y el amor, en el centro, / callado y solitario.

El tiempo es el acontecer de la vida; pasado, presente, futuro. Y nosotros somos tiempo, por eso citamos más arriba a Onetti y nos reconocemos en los versos de Cecilia Domínguez Luis.