Literatura

Can Folch. Memoria de una fábrica

García Daza rescata la memoria de hombres, mujeres y niños que, con salarios de miseria y jornadas extenuantes, permiten la acumulación de riqueza de los propietarios

Can Folch. Memoria de una fábrica

Can Folch. Memoria de una fábrica / La Provincia

Javier Doreste

Javier Doreste

Este es un libro de historia que se lee como una novela. No sólo por lo interesante que cuenta sino por el estilo fluido en el que está escrito. Parece que tuviéramos en las manos una obra de Balzac Zola. Cuenta el ascenso irrefrenable de una familia catalana que desde el comercio de trigo y otros cereales a mediados del siglo XIX se encumbra a lo más alto de la aristocracia burguesa catalana hasta nuestros días. Auténticos hombres de empresa, invierten sus ganancias en la busca de nuevos negocios.

Desde una fábrica de hielo, la más grande de España, hasta una de pinturas (Titán) pasando por la fabricación de alcoholes industriales y harinas. Así se constituyeron como una de las familias más ricas de Cataluña y de España. Entran en política para defender sus intereses. Son regionalistas porque consideran que es la mejor manera de proteger sus negocios. Están por que se apliquen impuestos altos a las importaciones que les harían la competencia y se eliminen tasas a las materias importadas que comercializan o necesitan para sus fábricas. Entran en conflicto o alianza con los ministerios de turno según soplen los vientos, pero siempre con la intención de crecer, crecer, crecer, como ejemplo de capitalistas modernos.

Casan con mujeres y hombres de su clase social. Una forma de ampliar los capitales por medio de la dote, de conseguir relaciones familiares que les permitan seguir ascendiendo. Implacables en los negocios se preocupan por la cultura y el deporte. Participan en la fundación de diversas instituciones catalanas, sobre todo en las que están vinculadas directamente al mundo empresarial. Nada los detiene.

Temerosos de la revolución social no ceden un punto ante las reivindicaciones obreras. No dudan en su momento en armar somatenes y participar directamente en las bandas de pistoleros que los empresarios de la ciudad organizan, con la complicidad activa de la autoridad gubernativa y la policía para perseguir y cazar a los sindicalistas. Crean, con otros muchos grandes empresarios, el fenómeno del pistolerismo catalán. Así, cuando los obreros respondan con las armas a los asesinatos patronales justificaran la más dura represión y contribuirán al golpe de estado de Primo de Rivera.

Esta época del pistolerismo se saldó con la muerte de uno de los Folch y la de 226 personas -23 patronos, 24 encargados o gerentes, 8 agentes de la autoridad y 171 obreros. Su vinculación con el poder es absoluta. No se contentan con ser concejales para controlar y participar en los negocios municipales, tienen diputados en Madrid a través de la Lliga y llegan a asociarse a un ministro de hacienda de la Restauración, durante más de veinte años, en sus negocios mineros, sin que el ministro deje el cargo en ninguna de las repetidas veces que lo ocupa. Al final el matrimonio de los descendientes sella la alianza ministerial. Las puertas giratorias no son de ahora.

Han aprovechado la Primera Guerra Mundial para enriquecerse más, en sus fábricas se trabaja en dos turnos de 12 horas, los hombres cobran cuatro pesetas y las mujeres 1,50, los niños, que empiezan a trabajar desde los siete mucho años, cobran una peseta. Hacen frente con firmeza, negándose a negociar, a las reivindicaciones obreras y recurren con frecuencia al ejército y la guardia civil para reprimir con brutalidad al movimiento obrero. Sobreviven victoriosos a las diversas huelgas generales que sacuden a la ciudad hasta que en 1920, la huelga llamada de La Canadiense termina con el triunfo de los trabajdores que conquistan la jornada laboral de ocho horas.

Cuando un mes después el gobierno central, mediante decreto, extiende dicha jornada a todo el país, acuden al gobernador civil y al capitán general para que dicho decreto no se aplique en Cataluña y, mucho menos en Barcelona.

Los argumentos en contra de la supresión del trabajo infantil, la reducción de la jornada laboral y el aumento de los salarios son los mismos que escuchamos ahora por parte de la patronal española en contra del aumento del salario mínimo o la jornada de las 35 horas. Esas medidas significarían la quiebra de las empresas, su desaparición, más paro y más hambre. Mientras, la familia diversifica sus actividades. Entre estos nuevos negocios destaca su relación con el contrabandista Juan March para ayudarle a blanquear las ilícitas ganancias que el contrabando de armas y tabaco le genera. Son, lo que alguna prensa llamaría, capitanes de la industria.

Todo nos lo cuenta García Daza de forma apasionante, haciendo que no podamos soltar el libro y lo devoremos. Pero el autor no se queda con esa cara rutilante de la medalla, el triunfo de los Folch, sino que también rescata la memoria de los trabajadores, de los hombres, mujeres y niños que con salarios de miseria y jornadas extenuantes permiten la acumulación de riqueza de los propietarios.

Nos describe las horribles condiciones de las viviendas obreras, insalubres y oscuras, en calles y barrios sin saneamiento ni alumbrado. Una época en la que el obrero debe destinar la mitad de su jornal para la vivienda, quedando el resto para comida, vestido, calzado, lumbre, calefacción. Así en las familias obreras todos deben trabajar. Mujeres y niños deben contribuir al mantenimiento del hogar. Y lo hacen con su propia sangre.

El listado de accidentes laborales que el autor expone es sangrante. Las edades de muchos de los muertos estremece: ocho, diez, trece años… El capitalismo se levanta no solo con el sudor de la clase obrera, sino también con su sangre.

García Daza documenta todas y cada una de las noticias que nos da. Nos habla de las luchas obreras, de los sindicatos, las cooperativas de socorro mutuo que la clase trabajadora catalana construye en defensa de la dignidad y de la vida.

Y denuncia la complicidad eclesiástica, que en épocas de crisis y paro niega la caridad a los que no presenten pruebas de haber comulgado. Si no eres cristiano practicante no tienes derecho a la caridad cristiana. Es la misma iglesia que calla cuando las mujeres denuncian el acoso de capataces y gerentes. La Iglesia que bendecirá en su momento los aviones de Franco y saludará con el brazo en alto.

Ese movimiento cooperativista es el que, cuando los patronos huyan en el 36, pondrá en marcha las fábricas abandonadas, en una enriquecedora experiencia de colectivismo, surgida desde abajo, con trabajdores sin formación económica pero sabedores del oficio y los procesos de producción. Hasta tal punto son eficaces que los patrones, a su regreso victoriosos, encontrarán notables mejoras que asumirán, sin reconocer mérito alguno a los que lo lograron. Antes bien, apoyarán la furia homicida y vengativa de Franco y la Falange, desencadenando una oleada de represión sanguinaria. Los fusilamientos, las cárceles y campos de concentración quiebran a la clase obrera que tardará quince años en levantar la cabeza con la huelga de los tranvías en 1951.

Con el tiempo los Folch abandonan la actividad industrial y se transforman en especuladores inmobiliarios. Primero alquilan sus locales fabriles, después se harán de oro con la operación de la Villa Olímpica. Operación en la que Ferrer Internacional, S.A. propiedad del presidente del Comité Olímpico Español obtendrá 74 millones de pesetas y los Folch aproximadamente otros 350.