CRÍTICA

El chelo de Kobekina

Dávide Paiser

La Sociedad Filarmónica de Las Palmas va cerrando temporada y lo hace con conciertos tan especiales como el que el lunes nos brindó la violonchelista Anastasia Kobekina, acompañada por el pianista Jean-Selim Abdelmoula, en la sala del Paraninfo de la ULPGC, un concierto que la institución convirtió en homenaje al recientemente fallecido Jerónimo Saavedra. El programa, centrado en el romanticismo tardío, estuvo dividido en dos partes simétricas: una dedicada al repertorio francés, con tres piezas breves de Nadia Boulanger y una transcripción de la sonata op.13 para violín y piano de Fauré, y una segunda, que abría con La tristesse del ucraniano Mykola Lysenko y concluía con el plato fuerte del concierto, la sonata en sol menor de Rachmaninov.

Anastasia Kobekina pertenece a una estirpe de chelistas que combinan la asimilación de la fabulosa técnica de la escuela rusa de la segunda mitad del XX (Rostropovich, Shafran, los más recientes Maisky y Gutman...) con los hallazgos musicales de la corriente historicista que, en el ámbito del violonchelo, tiene su figura descollante en el holandés Anner Bylsma. Siendo de la misma generación que Pablo Ferrández, Kian Soltani o Edgar Moreau y habiendo pasado por el inevitable magisterio de Frans Helmerson en Alemania, Kobekina ha sabido nutrirse de la interpretación barroca para marcar un estilo propio, que podría situarla en la misma constelación de intérpretes todoterreno como Pieter Wispelwey, Jean Guihen Queyras o quien también fuera su profesor en París, Jerome Pernoo.

Es difícil, después de los hitos en la interpretación del repertorio que nos dejaron los grandes solistas del siglo pasado, que una nueva versión de las obras canónicas pueda dejar su impronta. Lo más sorprendente de Kobekina es quizás su concepción del sonido: menos insistencia en la potencia sonora, más trabajo en el detalle de la articulación y los fraseos, otra intencionalidad, en definitiva, que deja de lado el énfasis en el full sound de la escuela ruso-norteamericana y nos muestra otras gamas del espectro sonoro en su variada paleta de colores: detenimiento en los pasajes más delicados, arcos flautando, efectos sul ponticello y un diseño inusual de las frases, aliviando a menudo el peso de las partes fuertes y destacando otras con gran expresividad, en una estrategia musical correspondida al más mínimo detalle por el piano experto de Abdelmoula.

Kobekina ha conseguido dotarse de un sello personal a través de una selección de repertorios que une la revisión de los grandes clásicos con la interpretación de otras obras menos conocidas. Hace dos temporadas, por ejemplo, estuvo con la Orquesta Sinfónica de Tenerife tocando el concierto para chelo, orquesta de viento y banda de Friedrich Gulda.

El lunes fue la ocasión de obras como las Tres piezas para chelo y piano de Nadia Boulanger o La tristesse de Lysenko, así como la sonata op.13 de Gabriel Fauré, una adaptación poco frecuente en los auditorios, en la cual pudimos apreciar un asombroso despliegue de virtudes expresivas por parte de los dos intérpretes protagonistas. Por último, una de las especialidades de la chelista rusa, la sonata de Rachmaninov, escrita en 1901 y contemporánea del celebérrimo concierto para piano nº 2, fue el cierre elegido por esta extraordinaria pareja musical, que esperamos volver a tener pronto en alguno de nuestros escenarios.