Música

Quid sum miser tum dicturus?

La orquesta funcionó muy bien, los músicos hasta bailotearon, e incluso hubo momentos para coprotagonistas como el percusionista David Hernández Expósito

En el centro, el trompetista Pacho Flores, rodeado por la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. | | SABRINA CEBALLOS

En el centro, el trompetista Pacho Flores, rodeado por la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. | | SABRINA CEBALLOS / Roberto Díaz Ramos

Roberto Díaz Ramos

Es difícil saber por dónde empezar, o qué decir sin caer en tópicos ni que falten detalles, con el concierto del pasado 1 de diciembre, protagonizado por la Orqueta Filarmónica de Gran Canaria en el Auditorio Alfredo Kraus. Y lo es porque sería muy cómodo empezar por lo obvio (las intervenciones de Pacho Flores fueron magistrales), pero también fue inesperado el detalladísimo trabajo con Zemlinsky, aunque igualmente hubo individualidades en la orquesta que brillaron con luz propia, y del mismo modo el Director (Andrey Boreyko) y la orquesta mostraron un buen trabajo que deberá ser recordado mucho tiempo, y no se pueden obviar las novedades (relativas) de repertorio, o que el público tuvo comportamientos poliédricos.

Al final, habrá que empezar por lo que era de esperar, y así lo anticipaba el título del concierto con un algo cursi «la trompeta maravillosa de Pacho Flores». El venezolano no sólo no decepcionó, sino que además superó con creces las expectativas, con perfección técnica, limpieza de sonido, versatilidad (no es lo mismo Arutunian que Arturo Márquez), y sobre todo buen gusto.

Porque lo que sobre todo destacó fue el buen gusto interpretativo, con una pasmosa capacidad para convertir en fácil lo que no lo era ni lejanamente. El Concierto para trompeta de Arutunian resultó asombroso, pero sobre todo irradió disfrute (extensible a toda la orquesta) con el Concierto de otoño de Arturo Márquez. Disfrute sin complejos llegando a interactuar con el público en la cadencia, convirtiendo la improvisación en una invitación a cantar «navidad, navidad, dulce navidad» en diálogo con el solista.

Y aquí es de agradecer que por fin se escuche tocar en esta isla algo de Márquez que no sea el Danzón No. 2, y que haya sido con tal lujo de detalles interpretativos que hasta se le puede perdonar al público la dichosa manía de aplaudir entre movimientos. Porque el público estaba venido arriba, y con justicia.

La orquesta funcionó muy bien, los músicos hasta bailotearon, e incluso hubo momentos para coprotagonistas como el percusionista David Hernández Expósito, a quien el Director invitó a la primera línea antes de que llegara el descanso con un bis majestuoso.

Suele ser habitual que en los programas haya una obra menos trabajada, y que el menor trabajo se note, y que esto ocurra en la segunda parte (porque la primera es la de los conciertos o las obras grandiosas). Pero el pasado viernes no ocurrió así con La sirenita de Zemlinsky. La pena es que ya una parte del público (que tampoco fue tan numeroso como cabía esperar) se había ido, y por ello no lo pudieron disfrutar.

Andrey Boreyko a la batuta ya había sido artífice del buen funcionamiento de la primera parte, pero en la segunda explotó una interpretación rica en imágenes sonoras, potenciando la proyección expresiva del conjunto, con una gestualidad poco grandilocuente pero tremendamente eficaz, hasta el punto de que al salir a alguien se le escuchó decir algo así como «pero qué bonito, por Dios».

Es difícil saber por dónde empezar al hablar del concierto, pero también es cierto que pocas veces se pueden sacar tantos detalles tan positivos o salir con tanta sensación de tiempo bien vivido.

El comportamiento del público, por su parte, fue como queda dicho al inicio algo poliédrico. Participativo en la primera parte, con amagos de algún aplauso de más en la segunda, fue algo menos numeroso de lo deseable en citas así (sobre todo teniendo en cuenta que hubo abandonos en el descanso), pero en cualquier caso, mostró admiración y aprobación a partes iguales todo el tiempo.