Ópera

¿Qué es un ser humano?

'Klara' es una reflexión sobre la identidad a través de los pensamientos de una inteligencia artificial

Un momento de la representación de 'Kiara'

Un momento de la representación de 'Kiara' / LP / DLP

Al modo de un mantra sonoro que envuelve hipnóticamente a los espectadores desde el primer instante, se desarrolló la primera ópera de Pedro Halffter, Klara, en el teatro Pérez Galdós el pasado miércoles. Un ejemplo portentoso de cómo con tan solo dos pianos, una cantante, y unas proyecciones audiovisuales de lo más impactantes, se consiguen unos resultados mucho más convincentes que cualquier producción millonaria al uso. Concebido como una reflexión sobre los lugares siniestros a los que nos puede llevar la inteligencia artificial, la obra es mucho más que eso porque se reveló como una profunda reflexión sobre la identidad y la toma de conciencia de cualquier especie. 

Ya desde el principio las holografías y los efectos 3D nos van hablando, al modo de un manual de instrucciones, de la estructura, visión o memoria de un modelo de robot de inteligencia artificial. 

Los pianistas Juan Carlos Garvayo y Halffter fueron creando una estructura musical emocional y envolvente que recordaba a experimentos de la new age cercanos a Philip Glass o Wim Wenders. 

Poco después apareció la soprano Ashley Bell que, en inglés, realiza un viaje interno en busca de su propia identidad, comprobando lo positivo y negativo de ciertas emociones humanas y reaccionando de un modo u otro hacia ella. Durante el primer haiku, el despertar, se producen los efectos visuales más impresionantes como cuando aparece una copia de Klara gigante con una esfera luminosa en la mano como símbolo del germen del conocimiento y al que el dedo gigante de dios la toca y le otorga de vida autónoma.

El segundo es el más profundo desde el punto de vista artístico incluyendo confesiones poéticas de una belleza inesperada como cuando el robot afirma que «me gusta sentirme desnuda en medio de la noche vagabunda». La inteligencia artificial, aparte de aportar datos y sacar sus conclusiones, tiene un sentimiento especial que podríamos llamarlo de libertad cercana al de un amor industrial. 

El tercero es el más laborioso con esa tormenta visual, literaria y musical que lo agita todo. Y el cuarto acaba cuando la soprano deja detrás de ella el telón en el que se proyectaban las imágenes, cruza el escenario, baja, y recorre el patio de butacas con la frase «yo deseo». Una reflexión impecable de cómo una inteligencia artificial puede tener los mismos anhelos y objetivos que nosotros. Y entonces, ¿qué es un ser humano? 

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