En la cima de su género

Se cumple medio siglo de ‘Chinatown’, la obra más turbadora y descarnada de Roman Polanski, también su creación más compleja

Faye Dunaway y Jack Nicholson en ‘Chinatown’.

Faye Dunaway y Jack Nicholson en ‘Chinatown’. / La Provincia

Claudio Utrera

Claudio Utrera

La carrera del cineasta polaco Roman Polanski (París, 1933) tiene, desde luego, sus luces aunque también sus propias sombras que, a mi modo de ver, lo alejan mucho de parecerse a un director sin mácula, como lo consideran algunos de sus múltiples admiradores. Pero es, asimismo, el firmante de piezas cinematográficas tan valiosas en el plano creativo como El cuchillo en el agua (Nóz W Wodzie, 1962), Repulsión (Repulsion, 1965), El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers, 1967), La semilla del diablo (Rosemary´s Baby, 1968), El pianista (The Pianist, 2002) y, especialmente, del formidable thriller de la Paramount Chinatown (Chinatown, 1974), de cuyo estreno internacional se cumple este año su cincuenta aniversario y que, al cabo del tiempo, se ha ido convirtiendo en la obra más definitoria y cruda de la no muy extensa pero singular filmografía del realizador polaco; la realizada, para ser más precisos, durante su etapa hollywoodiense, años antes de se precipitara su abandono del país por sus archiconocidos desencuentros con la justicia.

Con un presupuesto de doce millones y medio de dólares y un reparto de lujo integrado, entre otros, por John Huston, Faye Dunaway, Jack Nicholson y Perry López; con el legendario Robert Evans como productor y una formidable banda sonora a cargo de Jerry Goldsmith y la dirección de fotografía del mítico John A. Alonzo, Chinatown se transformó en el mayor éxito de taquilla y de crítica alcanzado por Polanski en Estados Unidos, recaudando la friolera de treinta millones de dólares. Y todo esto en un año donde también se estrenaron obras del calado de El Padrino II (The Godfather Part ll), de Francis F. Coppola; Accidente (Accident), de Joseph Losey; Malas tierras (Badlands), de Terrence Mallick; Primera plana (The Front Page), de Billy Wilder; El fantasma del paraíso (Phantom of the Paradise), de Brian de Palma; La conversación (The Conservation), de Francis F. Coppola; Quiero la cabeza de Pedro García (Bring Me the Head of Alfredo García), de Sam Peckinpah; Una mujer bajo la influencia (A Woman Under the Influence), de John Cassavetes; Confidencias (Gruppo di famiglia in un interno), de Luchino Visconti y Perfume de mujer (Profumo di donna), de Dino Risi.

La intriga de este filme irrepetible se inspira en un gran escándalo ocurrido en California a principios del siglo XX y en el papel que jugó en aquellos acontecimientos William Mulholland, el ingeniero norirlandés pionero en los servicios hídricos de aquel Estado. Más recientemente, en los años setenta, surgieron nuevos conflictos cuando se trataba de reconstruir un enorme acueducto para alimentar el valle californiano de Owens. El final de los años treinta, periodo escogido para situar la película, fue una época de importantes programas de obras públicas en relación con la política del New Deal de Roosevelt, una época donde también los asuntos de corrupción política abundaban y lo procesos se sucedían a una velocidad vertiginosa en todo el país, manteniendo al mismo tiempo ciertos puntos en común con los convulsos años del Watergate contemporáneos de la realización de la película.

Escrita por Robert Towne y por el propio Polanski (éste no acreditado) a partir de una idea original de Towne, Chinatown, posiblemente su creación más compleja junto a La semilla del diablo, es un filme que contempla el cine bajo el mismo aspecto con el que lo hace el espectador ante la pantalla, es decir, escrutando todo aquello que registran sus retinas, observando cada inflexión narrativa con aparente distanciamiento y con una naturalidad que a veces resulta absolutamente inquietante. El héroe, encarnado por el tantas veces injustamente vilipendiado Jack Nicholson es, como el público, un voyeur; alguien que destila todo lo que observan sus ojos, aunque pocas veces lo exteriorice con una gestualidad exaltada, o sea, que Nicholson no es ni James Cagney ni John Garfield ni Joe Pesci, por citar otras tres figuras canónicas del noir estadounidense.

Pero mientras, el espectador se desdobla en su situación de observador indiscreto e interpelado en su relación con la pantalla. En el mismo orden de ideas el curso del intenso drama que se desarrolla ante nuestros ojos señala que el desenlace final nos coloca en presencia de otro público, el de los chinos que contemplan el cuerpo cubierto de sangre de Evelyn Mulwray (una Faye Dunaway espléndida).

Esos chinos no son ni misteriosos, ni seres ladinos, ni temibles criminales, como nos los han dibujado en tantos filmes que ocupan nuestra vieja memoria. Son unos simples espectadores que asisten impávidos a un suceso. Como la mayoría de los espectadores, son silenciosos, impotentes, ávidos de sensaciones nuevas que le generen adrenalina. El objeto de su atención es el mismo que el de Gittes (J. Nicholson) y el nuestro, desde luego: el cuerpo sin vida de una hermosa mujer en medio de una ciudad turbada por una densa atmósfera criminal y por un horizonte sin esperanza de futuro.