Vida más allá de Valencia

Esther García Llovet vuelve a desplegar en su novela ‘Los guapos’ su narrativa de la periferia, esta vez hasta los confines sobrenaturales

Esther García Llovet vuelve a desplegar en  su novela ‘Los guapos’ su narrativ

Esther García Llovet vuelve a desplegar en su novela ‘Los guapos’ su narrativ / La Provincia

Alfonso Vázquez

¿Hay vida más allá de Valencia? La escritora Esther García Llovet, malagueña del 63 criada en Madrid, elucubra sobre tan crucial pregunta en Los guapos, su segunda novela -tras Spanish Beauty- que tiene como escenario el Levante español, después de que las tres anteriores -Cómo dejar de escribir, Sánchez y Gordo de feria- conformaran una inquietante, original y alocada trilogía de los Madriles. Vuelve en todo caso a lo que es una constante en su obra, a su periferia tan querida, esas afueras que Luis Goytisolo enmarcó como territorio literario y por las que García Llovet se mueve sin necesidad del Google Maps.

En esta ocasión traslada al lector al decrépito camping El Saler, un establecimiento para errabundos que atraviesa uno de sus más marcados declives. En él desembarca Adrián, el hilo conductor de esta historia que tiene como elemento central la misteriosa aparición de unos gigantescos círculos en un arrozal. Para los amantes de los enigmas a lo Íker Jiménez, se trata de unos crop circle, dibujos de posible origen extraterrestre.

La autora tiene la suerte de contar con un estilo narrativo único e intransferible, así que cualquier párrafo nos desvela su DNI literario, que es de una artesana concisión en forma de frases cortas y certeras que evidencian una pericia asombrosa para ver y describir el mundo. De hecho, parece como si los estudios de García Llovet -Psicología Clínica y Dirección de Cine-, que además es fotógrafa, hubieran tenido como principal propósito fusionar estas ramas del saber para ofrecer lo que es marca de la casa: auténticos cortometrajes narrativos que con cuatro pinceladas retratan a los personajes y sus intenciones, al tiempo que despliegan un escenario único, por estrafalario y difícilmente imaginable.

Porque si algo comparte la malagueña con Georges Simenon es esa facilidad para crear un mundo propio en pocas páginas, el levantar un decorado atractivo y difícil de olvidar, en este caso un decorado de lo más ex-céntrico: un camping de extrarradio que va desvelando un territorio que nada tiene que envidiar al de David Lynch y otros raros del cine y la tele. Y logra estas concisas y atractivas rarezas que son sus novelas con metáforas que reparte casi párrafo a párrafo: «Las palabras se desplegaban de sus bocas en largos bucles de pergamino púrpura y dorado como en los códices medievales, plenos de sabiduría natural»; «latas de cerveza y de coca que el viento hace rodar con ese ruido pobre de pueblo desierto». O esta: «Una verja de alambre combada hacia fuera, parece a punto de reventar, como si contuviera algo enorme que creciera ahí dentro».

Así, la escritora criada en la capital de España va revelando una realidad oculta, la que solo es capaz de descubrir una avezada analista de la realidad, una Miss Marple de los pequeños detalles, de los que esta novela está cuajada, como las anteriores de García Llovet. Porque no hace falta viajar al universo cuántico para descubrir otro mundo, sólo es necesario respirar hondo y mirar con atención: «Ve el chisporroteo de la manta acrílica al rozar su piel, pequeñas estrellas de bengalas, chispas en lo oscuro que se alejan hasta desaparecer del todo entre los árboles».

Por lo demás, vuelve a construir una panoplia de personajes singulares a los que saca la vis cómica, pues García Llovet muestra unas vidas de novela pasadas por los espejos deformantes del Callejón del Gato; así, si aparece una heroína, descuiden que no solo destacará por su locuacidad o por su vestimenta, también por unas cualidades casi olímpicas para comer pipas.

Y todo esto se logra con un trabajo artesano en el que cada frase corta encierra mucho más de lo que parece, al igual que la historia. La propia escritora parece hablar por boca del narrador omnisciente cuando dice: «Un buen argumento tiene que ser breve y tiene que ser conciso, firme, tenso, como la cuerda por la que camina el funambulista sobre el abismo».

El lector camina así por la cuerda narrativa hasta llegar al desenlace, a tono con el universo propio de esta escritora capaz de elucubrar sobre la vida más allá de Valencia. Una novela bien guapa.