Teatro

Sobrevivir

En un espacio residual de unos grandes almacenes se desarrolla la obra 'El traje', que se representó el pasado fin de semana en el teatro Cuyás

Luis Bermejo y Javier Gutiérrez durante la representación de ‘El traje’ el pasado fin de semana en el teatro Cuyás

Luis Bermejo y Javier Gutiérrez durante la representación de ‘El traje’ el pasado fin de semana en el teatro Cuyás / LP / DLP

En un espacio residual de unos grandes almacenes se desarrolla el montaje El traje. Lo primero que llama la atención es ese extraño lugar en el que transcurre la acción de esta obra que se representó el pasado fin de semana en el teatro Cuyás. Pero las dudas terminan disipadas cuando descubrimos que es un trabajo de la arquitecta italiana Mónica Boromello, una creadora habitual en producciones vanguardistas, a la que le gusta jugar con los simbolismos y los segundos sentidos desde un diseño que cobra vida como un personaje más y que es ideal para el espectador más avispado. Suelen ser espacios sin alma, sin un sentido claro, proyectados por el azar, por lo que sobra, pero que en algunos casos, como el de El traje, nos muestran una geometría descuidada que tiene más fuerza, rotundidad y energía que aquellos lugares excesivamente diseñados.

La creadora transalpina traza una superficie escénica gris, de muros de hormigón bruto, divididos por un eje imaginario. A la derecha queda la zona comprimida, bajo una losa quebrada de escalera que acaba en una puerta diminuta, de la que para acceder a ella hay que agacharse. Por esta puerta pequeña se accede a un lugar más abajo, nos dicen que a las calderas, sinónimo del infierno.

A la izquierda, sin embargo, está la zona descomprimida, un muro alto y una puerta de dimensiones mayores a la norma, con la señal de salida. A través de esta puerta se oyen voces y sabemos que es la única salida, hacia arriba. Une ambos espacios un gran conducto de extracción que enmarca la parte central. La decoración se reduce a la fotografía de un perro y en el fondo hay una pantalla de circuito de seguridad donde se ven distintos espacios de los grandes almacenes. Boromello crea un no-lugar, un sitio sin referencias humanas, diríase que un detalle de una de las prisiones de la invención de un Piranesi contemporáneo. 

Hay múltiples referencias ocultas en este diseño. Así, es inevitable recordar el pasaje en el que Alicia en el País de las maravillas se enfrenta a distintas puertas y duda de su final. O el hecho de que la salida, la libertad, esté situada a la izquierda, por contra la derecha lleve al submundo. La parte central, la más ortodoxa, es una especie de pulmón artificial, viejo, sucio y achacoso, que funciona a duras penas oxigenando ambos extremos. Un simbolismo hacia las lagunas de alguna democracia donde la parte moderada apenas tiene cabida entre dos discursos extremadamente opuestos.

Luis Bermejo interpreta a un empleado de seguridad que detiene a un cliente, Javier Gutiérrez, por un confuso incidente con un traje. Lo retiene en el sótano de los grandes almacenes, más es un extraño carcelero, pues se empaña en acompañarle, por su bien, le dice. «Risa, miedo, pena» declama el actor madrileño, acotando las sensaciones que nos va a aportar la obra. Es así, este drama oscila entre estas tres situaciones.

Sin embargo, y a pesar del título, no he podido encontrar ninguna referencia a la Gurtel ni al «yo me pago mis trajes» de Camps. Lo que he visto, sin embargo, es un drama de dos hombres maduros, aparentemente con vidas muy distintas unidas por idénticos problemas, precariedad laboral o empresarial, incertidumbre, asfixia familiar y distancia generacional con hijos adolescentes. 

Quizás la sabiduría del director y dramaturgo Juan Cavestany resida en la de lograr un texto lo suficientemente ambiguo para que cada momento y cada espectador realice una lectura diferente. No es de extrañar que, mientras algunos reían, otros sintieran una profunda angustia interior. Al final, descubrimos que el objetivo del vigilante es conseguir una relación de amistad, a toda costa, incluso implicándose en ocultar un crimen: la mujer le ha quitado el perro y tan solo está buscando un amigo. Es una situación kafkiana, absurda, en la que se denuncia la soledad y pequeñez del individuo en medio del colectivo. Y aquí, una vez más, uno puede optar lícitamente por reír o por llorar.