Teatro

Morena de verde Luna

Poncia es una fotografía de un momento determinado, de una humanidad trágica, que nos hace ver y nos recuerda que sólo hay una vida, la presente, y las otras, las que nos prometen, sólo son eso: promesas

Una escena de ‘Poncia’.

Una escena de ‘Poncia’. / LP/DLP

Basado en un personaje de La casa de Bernarda Alba, reconvertido en monólogo, Poncia es un reto solo apto para una actriz con muchos recursos. Y así se pudo comprobar durante su representación en el teatro Cuyás.

Comienza con una constante lluvia de cenizas que caen sobre el escenario y van formando una pequeña colina gris que son los simbólicos restos del personaje de Adela tras su suicidio. La escenografía es sencilla, formada por unas altas cortinas traslúcidas que forman los muros de la casa y la iluminación que va cambiando de color e intensidad. Tras esas transparencias aparece una figura de una mujer pequeña que comienza a dialogar con las cenizas, «Ha muerto una hembra valiente», exclama. Es Lolita Flores que camina despacio y garbosa por el escenario, que declama, calla, gesticula, se recuesta y lanza un «Ay».

La obra tiende al blanco y negro. El blanco de las tapias andaluzas y el negro del luto de esos tiempos. Más hay un material que escapa a esta dualidad, el elemento más lorquiano que aparece en la representación: la piel bronce y sueño de la actriz que evoca y recuerda poderosas imágenes de la poesía del poeta.

Excelente monólogo de la actriz madrileña, descalza, de luto, que mantiene la tensión de la obra en todo momento. Una de las mejores actuaciones que han pasado en este espacio escénico durante esta temporada en una obra donde los silencios son tan importantes como los diálogos. E interesante el texto de Luis Luque, que quizás llegue con cincuenta años de retraso, ya que trata de una España que afortunadamente ya no existe, o quizás no, pervive transformada y las Poncias andaluzas han sido reemplazadas por inmigrantes.

Tuve la fortuna de pasar veranos infinitos en la Granada de Federico, en el mágico Moclín, la llana y somnoliente Escóznar, la pequeña Tiena o la luminosa Íllora. Es cierto todo lo que narró Lorca: se trata de una tierra atrapada en un tiempo pasado, con el peso de la religión y las buenas costumbres, el caciquismo y la imposibilidad para la mujer de escapar de ese callejón sin salida. Es cierto que había pozos, muros blancos, pero también había ríos y mucha alegría.

Poncia es una fotografía de un momento determinado, de una humanidad trágica, que nos hace ver y nos recuerda que sólo hay una vida, la presente, y las otras, las que nos prometen, sólo son eso: promesas.