Se ha escrito que la vida de Pedro Rodríguez Ledesma cambió el miércoles cuando marcó en Abu Dhabi el gol que le faltaba. El que le permitió cerrar un círculo perfecto y completar así su catálogo de aciertos, al menos uno en cada competición hasta dejar tarjeta de visita en todos los torneos, en casi todas las finales y en todos, todos los días importantes. Pero la existencia de este futbolista de Abades -allí no nació, pero allí se crió y de allí se siente- cambió en realidad hace cinco años, bajo el sol del verano, justo al cabo de un torneo de juveniles que se jugó en Tenerife.

Al sur, en Adeje, a kilómetros de su casa en ese Abades tranquilo como él, puso el Barça rumbo a Pedrito y se lo llevó... a Holanda. Posiblemente no supiera entonces el jugador, ahora celebérrimo, que en los Países Bajos se jugaba el futuro. Casi como una partida de cartas a todo o nada, se le enroló aprisa y corriendo en un equipo de canteranos del Barça y, fuera de España, se le probó. Pedro gustó. Era pequeño, habilidoso, veloz y ambicioso. Bullicioso dentro del campo y muy reservado fuera de él. Allí nacía su futuro.

Pero los comienzos no fueron fáciles. La vida en Cataluña puso a prueba su paciencia y también su tesón después de que todo, o casi todo, le resultara extraño: el entorno, sus nuevos compañeros, el idioma, el colegio... Y hasta el sistema de juego. Procuró entonces tener en cuenta los consejos de sus allegados e intocables. El respaldo de su familia, el incondicional apoyo de sus amigos Aitor, David y Kike, las recomendaciones de su entrenador Iván -"se ponía muy pesado para que jugara con las dos piernas"- y, por supuesto, su deseo ferviente y permanente de triunfar. Y de hacerlo de azulgrana.

Al cabo de los meses, no tardó PR17 -así le ha bautizado un periodista de los que sigue a diario el Barça- en ganar la batalla de su futuro. Lo hizo por perseverancia pero también por talento. Era indiscutible que valía para el fútbol pero también lo era la necesidad urgente de que le brindasen el trampolín para saltar al estrellato. Fácil es adivinar, conocida su historia, que se lo acercó Guardiola y que Pedro saltó. Y de qué forma.

La presencia del de Santpedor se hace imprescindible para interpretar su trayectoria vertiginosa, a toda mecha. Contraste ante su naturalidad proverbial, la velocidad de su juego y de su escalada es asombrosa. Primero en el filial y luego en el primer equipo, respondió Pedro con fútbol -y goles, siempre con goles- a las dudas sobre el futuro. Se agolpaban a sus puertas y a las de sus agentes -le representa la empresa Bahía, la misma que a Oltra o a Fernando Torres- se contaban por decenas las peticiones de cesión. Entre ellas, las del Tenerife.

Pero Pedro, tenaz, sabía lo que quería: triunfar donde lo hicieron Rivaldo y Ronaldo, sus ídolos de la infancia, los delanteros superlativos a los que veía por televisión en esas mismas tardes de sudor en el poli y fútbol hasta la extenuación con su hermano y sus amigos. Es producto Pedrito de Guardiola pero antes lo es de quien primero confió en él. Sí, de su hermano Jonathan, aquel que insistió para que se apuntara en un equipo y no parara hasta llegar adonde fuera.

Pedro el canario, todo humildad y sencillez, todo normalidad y naturalidad, todo constancia y fe, decidió fútbol y decidió bien. Había en su pueblo costero sólo escuela, playa y balón. Él eligió balón. He aquí la consecuencia: goles, títulos, éxito, popularidad. Pero sobre todo admiración. La que despierta por ser el de siempre: Pedro, Pedrito el de Abades.