La grada no olvida. No olvida las afrentas y considera que Roberto Santamaría (Pamplona, 1985), portero de la Ponferradina, que visitó el pasado fin de semana el estadio de Gran Canaria, cometió un acto indigno contra el escudo de la Unión Deportiva cuando se marchó por la puerta de atrás en el verano de 2009. En ese momento, adujo problemas personales (primero de su mujer y después suyos) para bajarse del barco y marcharse del equipo, cedido al Málaga.

El asunto, que nunca quedó suficientemente aclarado por las partes, le ha pasado factura al guardameta, al que parte de la afición abucheó en su vuelta al recinto de Siete Palmas. El navarro recibió la bronca de los seguidores cuando se le anunció por megafonía en las alineaciones y también cada vez que tocó la pelota, que no fueron pocas el domingo.

Santamaría, aunque esta vez no hizo ningún gesto provocativo, tampoco ha ayudado para que sus visitas a Gran Canaria no se conviertan en un viaje a territorio comanche. Pone mil excusas para hablar con los medios grancanarios, porque sabe que saldrán a relucir los porqués de su marcha, y también se lio en una bronca con Álvaro Cejudo con el Girona hace dos temporadas, equipo con el que se comprometió en agosto de 2010 después de desvincularse definitivamente de los amarillos.

A ningún jugador odia tanto la grada de Siete Palmas, ni siquiera a Rubén Castro, quien anotó un gol en su última visita y salió de mala manera del club. Esa inquina quizá venga producida porque lo quisieron mucho. Lo empezaron a adorar aquella tarde de febrero de 2008 cuando le paró un penalti a Canobbio en el minuto 97, lo que provocó una victoria agónica. Pero el ídolo perdió su aura celestial cuando de la noche a la mañana decidió que no quería jugar más con la Unión Deportiva por unos ataques de ansiedad rodeados de polémica. La versión alternativa habla de disputas en el vestuario con los capos del momento. Mientras lo aclara, será un villano.