Historias dramáticas en la cola del pelotón. David Martín (Ciudad Real, 26 años), operador de grúa, tardó 29 horas, 48 minutos y 19 segundos en cruzar la meta de la Transgrancanaria (125 km). En el arco del Faro de Maspalomas llegó al filo del cierre de control, establecido en las 06.00 horas de la madrugada del pasado domingo. Ocupó el puesto 299 de los 305 corredores que lograron acabar -hubo 174 abandonos-. Jesús Prieto (Las Palmas de Gran Canaria, 43 años), administrativo de una empresa de construcción en Fuerteventura, llegó a las 29 horas, 43 minutos y 56 segundos -puesto 295-. Los dos héroes besaron la meta a una eternidad del ganador Ryan Sandes, que tardó 14 horas, 27 minutos y 42 segundos en alzar los brazos. Unas 15 horas de diferencia. Pero con la misma sensación de superhéroes.

David Martín Martín tuvo una pesadilla express. Llegó a Gran Canaria el viernes -desde Madrid-, para afrontar su primera ultra, y el domingo ya tomó el avión para regresar a Ciudad Real. Vino solo y aconsejado por un amigo de la belleza de la Trans, cometió el pecado mortal de no usar bastones. Destrozó sus zapatillas en meta. Las tiró a la basura. "Las bajadas fueron lo peor, se me hicieron muy duras. Llegar a cada punto de control fue un calvario. No tuve vómitos ni lesiones", confiesa desde Ciudad Real. Pensó en abandonar en el kilómetro tres. Pero miró al cielo.

Su llegada a meta fue de película. "Me quedé sin agua. Los dos últimos kilómetros estaba seco; mi máxima motivación fue el dinero invertido en la aventura. Fui sin hotel, y lo tenía todo estudiado. Sabía que estaría sobre el límite de las 30 horas. Me dolió que no hubiese fisios cuando llegué a meta -sobre las 06.00 horas-. Eso me hizo polvo, me dijeron que se marcharon porque eran voluntarios", critica el corredor, que invirtió 500 euros.

No pudo apreciar el paisaje. Tampoco hizo fotos. Sólo pensaba en dar con el Santo Grial de la meta. Tenía pánico a la noche. "Cuando todo se apaga, te sientes el hombre más pequeño del mundo.¿Y si no funciona la linterna?".

Del operador de grúa a un administrativo. Dos testimonios anclados en la épica. Prieto se declara "majorero al cien por cien" y es un especialista en pruebas de larga distancia. El pasado viernes afrontaba la séptima cita, pero una lesión de tobillo -en el kilómetro 20- le hizo pasar por un calvario. Su pronóstico era completar los 125 km en unas 22 horas. Triatleta aficionado y con dos Ironman en su expediente, todo apuntaba a la retirada hasta que apareció su ángel de la guarda de la montaña.

Roberto Marfil, un corredor sevillano que reside en Lanzarote, se convirtió en su lazarillo. Le acompañó hasta meta en algo más de 100 kilómetros de agonía. Lesionado, y con el aliento de Marfil, alcanzó el objetivo con sangre, sudor y lágrimas. "En Garañón siempre buscas a alguien si te encuentras mal. Y tuve suerte. Nos hicimos amigos y fue mi salvación".

En meta, estaba el hermano del majorero Jesús Prieto, Fernando, que había corrido la maratón de 42 kilómetros. Y el administrativo tiró los bastones al fin del mundo. "Lo hice con rabia, luego me senté. Pensé en abandonar pero ya tenía una mala experiencia. Lo hice en 2008, tiré la toalla en una Trans de 115 km y al día siguiente me sentí abatido. Me quedé con un mal sabor de boca que me acompañó semanas. No quería sentirme, otra vez, como un derrotado".

El inicio, la subida del Puerto de las Nieves a Tamadaba, le dejó sin aliento. "Los primeros kilómetros fueron durísimos. En 2013 no corrí la Trans porque me preparaba para el Ironman de Lanzarote. Y desconocía este tramo; al final mereció la pena. Me quedo con una imagen del Teide nevado. Me doblé el tobillo en varias ocasiones, hacer 105 kilómetros lesionado me ha cambiado la vida. Lo hice por mis hijos Jesús (8 años) y Eduardo (14); y por mi esposa Begoña". En su disco duro, una frase de los voluntarios y aficionados que había en meta. "Nos decían que éramos los verdaderos héroes". Tras la batalla, un abrazo con Marfil. "Fue un adiós emotivo, con lágrimas, ahora somos hermanos".

A los testimonios de épica de los últimos de la fila, David Martín (299º y el peor español) y Jesús Prieto (295º y el canario más retrasado) se une el abandono del teldense Máximo Rivero, último en 2013. Dijo adiós por una lesión de tobillo en Teror. Su ejemplo vale para ilustrar el sudor eterno de los reyes de la perseverancia. Rezagados con alma de inmortales.