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Evaluar la felicidad

Se precisa un mínimo material para asegurar la felicidad y se explica por qué los africanos quieren emigrar

La mejor definición de salud es el estado de completo bienestar físico, psíquico y social. No sé si a eso se le puede denominar felicidad. Aunque algunos filósofos disienten, Arístoteles pensaba que el ser humano tiene por fin último la búsqueda de la felicidad que para él consiste en el empleo adecuado de las potencias. Siendo así, la felicidad es un estado transitorio porque siempre habrá que mantenerse en esa lucha para completar el trabajo. "Si se nos ofreciera un filtro cuya administración nos garantizara una felicidad perpetua con independencia de nuestros logros y decisiones individuales, la mayoría de nosotros no lo tomaría, porque percibiría ese estado placentero como una forma odiosa de despersonalización. Lo cual demuestra que, para nosotros, los modernos, lo primero es ser individual y todo lo demás, ¡todo!, adquiere valor sólo en tanto que lo somos". Así se expresa Javier Gomá, un filosofo que tiene un envidiable don para exponer sus ideas que tienen que ver con la preguntas más importantes: ¿cómo vivir?

Sea lo que sea la salud y la felicidad, los expertos tratan de medirlo con preguntas simples que provoquen respuestas claras. Hay una evaluación digamos cognitiva que tiene que ver con el grado de satisfacción o felicidad que se puede referir al momento, al conjunto de la vida o al día anterior; otra evaluación es la que se denomina emocional: la presencia de emociones positivas y negativas. Con todo este entramado teórico en el que no es fácil navegar sin cometer errores, la OMS encargó al Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia un informe sobre la felicidad en el mundo. Lo publicó en 2012 y está disponible en la red.

Las conclusiones son más o menos las que ustedes se imaginan. Lo primero es que el dinero, o las posesiones materiales, no dan la felicidad. Por ejemplo, En EE UU el grado de felicidad no mejoró en los últimos años mientras crecía la economía. Argumentan al menos cinco razones. En primer lugar la comparativa: uno es más feliz cuando consigue lo que tiene el vecino, pero si todos lo consiguen, no se incrementa la satisfacción y eso pasa cuando todos mejoran. Aún peor, como Piketty explica, la distancia entre ricos y pobres se agrandó en ese país en los últimos 30 años, por tanto, muchos se sienten más infelices. En tercer lugar, los expertos dicen que las relaciones sociales y la confianza en los otros se ha deteriorado, aspectos que se correlacionan con la felicidad; también se ha perdido confianza en las instituciones y gobierno, finalmente, el deterioro del medio ambiente se asocia a infelicidad.

En Dinamarca lo que sus ciudadanos consideran que su vida está en el escalón 9 de satisfacción, el más alto de todos. Por encima de 8 se encuentran 16 países, además de los nórdicos Canadá, Holanda y Suiza, EE.UU, Irlanda? y Costa Rica. España no está mal, con una calificación próxima a 8, en el puesto 22, superada por países más pobres como Venezuela y Panamá. Haiti, Burundi, Republica Centro Africana, Benin y Togo ocupan las últimas plazas con calificaciones por debajo de 4. En la cola se encuentran casi la totalidad de los países africanos subsaharianos, alguno asiático y la excepción de Bulgaria y Georgia que se sitúan en los puesto 9 y 10. Parece que se confirma que se precisa un mínimo material para asegurar la felicidad y se explica por qué los africanos quieren emigrar. Calificar tu propia vida con un tres sobre diez supone que cualquier cosa puede ser mejor, aunque se muera en el intento.

Esta media no puede ocultar una realidad a veces sangrante: la desigualdad dentro de cada país. Es lo que ocurre en Costa Rica, hay suficiente gente en la escala más alta como para atraer la media hacia arriba, pero hay muchos en la más baja. Esta desigualdad, entre los países bien situados en los puestos altos, se nota también en Venezuela, México, Brasil y Panamá. España y EE.UU. no les van a la zaga. Holanda es un ejemplo de cohesión mientras Puerto Rico o República Dominicana son ejemplos de extrema desigualdad. He elegido esta dimensión de la felicidad que de ninguna manera completa el panorama pero nos da una idea que quizá esté de acuerdo con la percepción.

Otra cosa es la relación entre envejecimiento y felicidad. Cuando se pregunta a una persona, mayor o joven, como calificaría el grado de felicidad de los ancianos, siempre lo hacen por debajo de la que ellos mismos, los mayores, se autocalifican. Son más felices de lo que esperaban serlo. Quizá es que han adquirido una sabiduría, no siempre apreciada por la sociedad, para valorar lo que es importante, tienen los deberes hechos y solo les queda disfrutar de la vida. El hecho es que son más felices de lo que pensamos a pesar de las limitaciones de salud. Es una buena noticia.

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