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Una loca concepción del crimen

'Pierrot le fou' encarnó en su corta vida a un delincuente prolijo al servicio de la Gestapo y de la Resistencia

Dos imágenes de 1965 de 'Pierrot le fou' con Jean Paul Belmondo y Anna Karina. LP / DLP

En noviembre se cumplen setenta años de ello, un bandolero en fuga carcomido por el alcohol se dispara con las prisas un balazo en la vejiga que le sale por el ano. Se llama Pierre Loutrel pero en su corta vida ha recibido más apodos que el mismísimo diablo: Pierrot la maleta, Pierrot el coche, debido a su afición a los automóviles, y Pierrot el loco. El eco de este último resonaría décadas después gracias a una de las más famosas películas de la nouvelle vague, Pierrot le fou, dirigida por Godard en 1965, con Jean-Paul Belmondo y Anna Karina. Fruto de la ficción y sin que tengan relación los personajes entre sí, el film es desesperado y trágico como la vida de Loutrel, aunque no supera en violencia al homónimo. En realidad, nada de este mundo guarda parecido con su existencia.

Loutrel (1916-1946) encarnó, como Jo Attia, el compinche que le acompaña hasta el final, una concepción cínica y distinta del crimen. Tan original que le llevaría a delinquir al servicio de unos y de otros, sin olvidarse jamás de su primer objetivo: pillar el botín suficiente para pagar un elevado tren de vida. Gracias a los alemanes, los colaboracionistas e incluso, al final, a la Resistencia, a la que ayudó para blanquear su imagen. De ese modo se abre paso en una sociedad que empezaba a decantarse por los aliados que iban a ganar la guerra.

Entre 1941 y 1942, durante la ocupación en París, entra a formar parte de la tristemente célebre Carlingue, la Gestapo francesa, que dirigía Henri Lafont, un personaje siniestro recuperado por Modiano para su irrespirable microcosmos parisino del pasado. Esa atmósfera inquietante de proxenetas, putas, espías, traidores y traficantes del dolor que siguió a la drole de guerre, y se estableció con los alemanes: una cloaca antisemita del crimen organizado que habitó en la etapa colaboracionista y a la que pone punto final el período de la depuración. Así es el mundo de Loutrel, en la época en que se enriquecía sin correr riesgos, a buen precio, codeándose en las barras de los cafés de los Campos Elíseos con los oficiales del ejército invasor y negociando con los estraperlistas de las dos orillas del Sena en los garitos nocturnos. Siempre bien vestido, desprendido con las propinas y amante de las mujeres, consume más alcohol de lo que cualquiera pueda imaginarse, utiliza con inmoderada alegría las armas de fuego y conduce descapotables que no pasan inadvertidos, como es el caso de un Talbot-Lago de color rojo en el que acostumbra a pasear desde actrices y cantantes de cabaret a prostitutas de lujo. En Pigalle, precisamente, traba amistad con los miembros de lo que en adelante sería su banda de la Tracción Delantera, Abel Dantos, Fefeu, Lucien Le Ny y George Boucheseiche. Este último se encargaría de pegarle un tiro en la cabeza a Ma- rinette Chadefaux, su amante, después de que se mostrase ofuscadamente dispuesta a acusarle a él y Attia de haber matado a su novio el día en que Loutrel se disparó la bala en la vejiga al intentar meter la pistola por debajo de su cinturón. Naturalmente, no querían arriesgarse a que Chadefaux se fuese con cuentos a la Policía. Correr riesgos es algo que siempre pretenden evitar los que los asumen de manera demente como es el caso de los protagonistas de esta historia.

Pierrot el loco, después de la Carlingue, cree que ha llegado el momento de unirse a la Resistencia. Lo hace en Toulouse, a donde huye tras asesinar a un ins-pector de policía en un bar Montparnasse. Cumple los encargos como pistolero a las órdenes de la red Morhange de liquidar a colaboracionistas y oficiales alemanes. Y, sobre todo, utiliza como tapadera su nueva imagen de resistente para seguir delinquiendo: cuando está sobrio, al frente de su banda, atraca furgones y bancos con mayor eficacia que el propio Dillinger. Pero el alcohol acaba convirtiéndolo en un sujeto inseguro, peligroso para él mismo y quienes le rodean.

El 6 de noviembre de 1946 pierde los nervios en el asalto a una joyería en la rue Boissière, dispara en la barriga al propietario y huye abandonando el botín de manera apresurada. Se equivoca de nuevo de blanco. No tarda en darse cuenta de que una bala le ha perforado la vejiga y que lo que ha expulsado por detrás no tiene nada que ver con las habituales exoneraciones de vientre. Muere y, al mismo tiempo, nace la leyenda de Pierrot el loco en los ámbitos donde el error, la violencia y la locura tienen admiradores.

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