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Museo Marmottan.FHG

VIAJES

París, cuna del impresionismo

El museo de Orsay, una antigua estación magníficamente reconvertida, acoge a los artistas de la segunda mitad del siglo XIX y casi hasta la primera mitad del XX

El vuelo es cómodo y nos lleva, voy con mi mujer y dos amigos, directamente a Orly. En el avión he leído una novela, El asesino desconsolado, en la que casualmente el motivo del crimen es un cuadro de Monet. Ya estoy metido en faena.

Nuestra primera visita es al museo de Orsay para realizar una 'inmersión impresionista'. El museo es una antigua estación de tren reconvertida en una obra magnífica para acoger a los artistas de la segunda mitad del siglo XIX y casi hasta la primera mitad del XX. Aquí están representados todos los que ahora me interesan.

El primer cuadro en el que me detengo, aún en la planta baja, es el de la Olympia de Edouard Manet. Me parece bien que no esté con los impresionistas. Ni está pintado al aire libre, ni recoge un instante, es, más bien, una historia condensada y sigue la estela de maestros anteriores. A Manet no le gustaba que lo etiquetaran de impresionista. Zola llamaba 'naturalistas' a Manet y a Pissarro, y 'actualistas' a Monet, Renoir, Morisot, Degas y demás.

Las seis salas dedicadas a los cuadros de este movimiento pictórico son las de la quinta planta a las que se llega por unas escaleras mecánicas convenientemente disimuladas tras una mampara al fondo de la nave. En estas salas, de Monet hay muchos y de todas sus épocas. Me gustan especialmente el de la estación de Saint Lazare y las variaciones de la catedral de Ruán. Volveré so-bre esto.

Ni en el museo, ni en la sala hay demasiada gente. Veo algún grupo de adolescentes que no miran ningún cuadro y que no para de hablar entre ellos. No están en edad de interesarse por otra cosa que por ellos mismos. Sus profesores tienen cara de resignados y supongo que están pensando en no volverlos a llevar a más museos. El lugar tiene más cosas que ver y lo recorremos rápido, cada uno de nosotros buscando sus propios intereses.

Desde allí caminamos los quinientos metros escasos que nos separan de las Tullerías, donde en una esquina con la plaza de la Concordia se encuentra el pabellón de L´Orangerie. Hemos sacado una entrada combinada, y disfruto de los preciosos paneles que Monet regaló al pueblo de Francia al terminar la Gran Guerra. Son pinturas, lo dice Monet, para ver tranquilamente y alcanzar la paz espiritual.

En dos salas ovaladas se exponen cuatro grandes cuadros en cada una, quizá de metro y medio por ocho o diez metros, todos de nenúfares. Ninfeas es el título oficial. Son la última obra del pintor que murió (1926) poco antes de que se inaugurase. También aquí hay otros cuadros impresionistas de la colección del marchante Paul Guillaume que reunió una importante colección.

Caminamos por un París que ha perdido algo del glamour que yo le atribuía desde mi primera visita en 1973. Después he vuelto muchas veces. No está del todo limpio, las aceras están en mal estado, las personas que se cruzan conmigo no visten modelos de alta costura?Seguramente la memoria nos engaña, pero yo lo recordaba de otra manera.

Al día siguiente tomamos el tren en Saint Lazare para ir a Giverny. Comparo la estación que veo con el cuadro que vi y aunque la construcción es parecida, probablemente ampliada, los trenes son mucho más modernos, no hay humo ni carbonilla y el ambiente es distinto. En el cuadro de Monet parece que vas a coger el tren para irte de vacaciones a la costa, a las playas de Normandía. Ahora se ven gentes que vienen a trabajar a la capital, y otras que se van a trabajar a las afueras.

Vernon-Giverny está a una hora de trayecto. Desde la estación hay otros seis o siete kilómetros hasta la casa de Monet pero todo ese periplo merece la pena por ver el jardín y el estanque de nenúfares que le servían de inspiración. Allí vivió más de cuarenta años con su segunda esposa y allí alojó, mientras lo necesitaron, a sus ocho hijos e hijastros. Buen anfitrión acogió a muchísimos huéspedes americanos que venían a comprarle cuadros o a pedirle consejo para pintar. Monet pasó una primera época de penurias pero enseguida enamoró a los estadounidenses que lo hicieron rico gracias al buen hacer de su marchante Durant-Reel.

La casa en la que vivió el artista está 'devuelta' a ese momento aunque los cuadros, grabados y otros objetos no son los que coleccionaron el artista y su mujer, sino copias, lo que le quita cierta emoción a la visita. Sin embargo, el jardín principal está mejor cuidado, lo comparo con las fotos de la época, el que creó Monet. En este momento, más de verano tardío que de principios de otoño, las plantas y las flores están en todo su esplendor cuidadas por una legión de jardineros que las renuevan y cuidan para solaz de los visitantes. Sin embargo, el estanque de nenúfares, al que se llega por un pasaje soterrado bajo una carretera, lo veo sin flores, que necesitan más calor, y eso le quita las notas de color que tienen los cuadros que en otra época inspiró.

Los turistas que frecuentan esta casa son casi todos occidentales. Tengo que explicar que había leído un libro que trata sobre el ADN y en donde se cita un estudio matemático de Joseph Chang en el que viene a decir que todos los europeos occidentales tenemos una alta probabilidad de ser descendientes de Carlomagno. Pues bien, si el emperador levantara la cabeza no reconocería como nietos suyos a la mayoría de los turistas que invaden (-imos) la capital de Francia.

De regreso a París busco en el Louvre los grandes cuadros históricos que eran admirados por los franceses antes de la irrupción de los impresionistas. Todos tienen una doble grandeza, la de su tamaño y la de la escena que recoge: La coronación de Napoleón, La Libertad guiando al Pueblo, La balsa de la Medusa, ? Me gustan pero son otra historia.

Monet en Ruán

Nuestro siguiente encuentro con Monet es en Ruán a donde vamos también en tren. En esta ciudad quiero ver la fachada de la catedral a la que ya me referí y a la que Claude Monet pintó al menos treinta veces tratando de captar los diferentes momentos del día y de las estaciones. El edificio sufrió los embates de la Segunda Guerra pero se reconstruyó respetando la historia.

En Ruán no hay visitantes, ni descendientes de Carlomagno ni de Confucio, y podemos ver el museo, magnífico, la catedral, donde está enterrado Ricardo Corazón de León, la abadía? casi en soledad, lo que nos sirve de descanso para seguir luchando, cuando volvamos a París, en Montmatre, en los alrededores de la torre Eiffel, en Nôtre Dame, en el barrio Latino y demás lugares de culto con nuestros cole- gas turistas.

En esta ciudad fue quemada Juana de Arco, heroína de los franceses, a la que dedican calles y monumentos, pero el secreto de la guerra de los Cien Años fue la superioridad de la ballesta sobre el 'arco largo'. También fue aquí donde Monet recibió los consejos de Boudin para que pintara a plein air. Y en efecto, los cuadros de caballete trabajados al aire libre fueron uno de los distintivos de los impresionistas.

Seguimos las noticias de España a través de los periódicos franceses. El atentado de Marsella resta algo de protagonismo al referéndum de Cataluña pero lo que leo me reafirma en mí convicción de que el sueño que ven algunos en todo ese movimiento se va a convertir en una distopía. En fútbol el Paris-Saint Germain sigue ganando.

Dejamos para el último día la visita al museo Marmottan-Monet. Tomamos el metro, línea 9, hasta La Muette. Caminamos trescientos metros, pasamos frente a un monumento a La Fontaine y llegamos al antiguo pabellón de caza, estamos muy cerca del bosque de Bolonia, que compró el señor Marmottan y que su hijo Paul donó al Estado francés para hacer un museo, primero de las piezas que él coleccionó de la época de Napoleón y después, por donación de Michel Monet, de las obras de su padre.

La casa de Paul Marmottan está decorada con mesas, mue-bles, lámparas, relojes, cuadros, bronces, todo de estilo Imperio. Solo por eso merece la pena venir hasta aquí. Visitamos luego los cuadros de la exposición temporal de la colección que reunió Monet con pinturas de Manet, Caillebotte, Pissarro, Morisot, Manet, Boudin y otros. Realmente se ve el 'ojo del artista' para rodearse de unas obras que en todos los casos son de primera categoría. Están también los grabados japoneses que tanto apreciaba el pintor y cuyas copias hemos visto en Giverny.

En el sótano está el legado del hijo de Monet, también cuadros excelentes con muchos de su última época y varios de ninfeas de los que parece que llegó a pintar varios cientos. Como la felici- dad no es fácil de alcanzar me quedo con las ganas de ver el cuadro que con su título le dio nombre al movimiento: Impression, soleil levant (1872).

Está prestado en el Havre, ¡qué le vamos a hacer! Tenemos que dejar París. Hemos hecho muchas más cosas que las que cuento pero aunque hubieran sido solo estas que relato se justifica el viaje a la Ciudad de la Luz.

Post Data: En el vuelo de regreso me enfrasco en el libro Un asesinato en el Jardín Botánico. No sale Monet pero uno de los cadáveres aparece flotando en un estanque de nenúfares. Algo es algo.

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