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Felipe VI, con un tono severo y pulso firme, se dirige a los españoles, para defender la unidad del país y la Constitución de la amenaza secesionista catalana.C.S.M El Rey.

El Rey ante el espejo

El día en que Felipe VI inauguró el felipismo

La monarquía agarrándose a la Constitución de 1978 como tabla de salvación frente a quienes quieren destruir el Estado es una de las ideas que destila la crónica de Ana Romero sobre el trienio del Rey

El segundo felipismo de esta era democrática -el primero se atribuye al líder socialista Felipe González- lo encarna un rey que no sólo ha sabido hacer de la discreción virtud. Un martes, 3 de octubre de 2017, después de haber transitado peligrosamente durante algo más de tres años, desde su proclamación, por una intrincada selva llena de amenazas, Felipe VI se dirigió a los españoles para ponerse al frente de la Constitución en el mayor desafío al Estado de la reciente historia de España. Ese día, con talante adusto y un pulso firme en defensa de la unidad del país y de las instituciones, hay quienes coinciden en que recobró una gran parte de la confianza perdida en la monarquía ejerciendo la auctoritas ante una población angustiada por los acontecimientos de Cataluña.

En un ambiente tenso, cargado, durante seis minutos, pronunció puede que el discurso de su vida, el breaking point de su reinado, en palabras de la periodista Ana Romero que, al igual que hizo con los últimos cuatro años de Juan Carlos I en Final de partida, ha escrito la crónica del primer trienio del nuevo rey coincidiendo con uno de los momentos más convulsos de la democracia. Si, del mismo modo que el juancarlismo ayudó a sostener la monarquía en un país donde la izquierda y un amplio sector de la derecha se consideran republicanos, tiene futuro el felipismo, ese futuro empezó a verse más claro después de aquel martes de octubre. Al menos para muchos españoles. Para otros, como es el caso de Pablo Iglesias y quienes le siguen, sirvió para dibujar un "bloque monárquico" en torno a la figura de un rey que, según ellos y los independentistas, en vez de asistir contemplativamente a la calculada destrucción del Estado acudió a defenderlo siendo como es su jefe. Cosa que parece bastante natural y que, sin embargo, causó no poca extrañeza en algunos sectores de la opinión pública. ¿Qué pretendían que el Rey se quedase de brazos cruzados permitiendo la proclamación ilegal de una república a 600 kilómetros de Madrid? Un Borbón es propenso a borbonear, pero no cuando defiende la legalidad y la Constitución, aún con las limitadas funciones que esta le otorga.

Los hombres de la Casa

Ana Romero, en su narración vibrante de buena periodista, documentada siempre con declaraciones, esboza la idea del constitucionalismo como nuevo banderín de enganche de una monarquía desprestigiada por los escándalos en la Casa Real durante la última etapa de Juan Carlos I. En las páginas de su libro, El Rey ante el espejo, su autora repasa las consecuencias del caso Nóos, y las filtraciones sobre los amoríos del Rey Emérito, los que mantuvo en los setenta y los ochenta con Bárbara Rey; la relación más reciente con Corinna, de quien Romero se ha convertido en auténtica especialista, hasta llegar a la de la mallorquina Marta Gayá, que ha resurgido como pieza clave en la nueva vida de don Juan Carlos. Alrededor de todo ello revolotea el excomisario José Manuel Villarejo, actualmente en la cárcel: el intrigante policía que dedicó una buena parte de su vida a reunir información sobre la familia real movido por los más oscuros intereses. La autora también se ocupa de los episodios de las personas que más cerca han estado de la Familia, los hombres de la Casa, de sus relaciones con los entonces príncipes, actuales monarcas; los viejos soberanos y las Infantas. Como son los casos conocidos de los desvelos de los jefes, del asturiano Sabino Fernández Campo, o de los diplomáticos Fernando Almansa, Alberto Aza y Rafael Spottorno, alejado de la órbita de La Zarzuela tras el escándalo de las tarjetas black. Igual que, y por el mismo motivo, tuvo que abandonar el círculo real el financiero Javier López Madrid, uno de los amigos pijos del Rey y de la Reina, envuelto en varios procesos judiciales, y famoso receptor de los comprometedores mensajes "compi-yogui". O de la atribulada y extraña peripecia de Jaime del Burgo, excuñado y confidente de Letizia. Caso aparte es el de Carlos García Revenga, exsecretario personal de las infantas Elena y Cristina, que cayó en desgracia por la polvareda levantada por el caso Nóos. Apartarse de todo lo que pueda salpicar la honorabilidad de la institución es una de las preocupaciones del Rey, un inquietud íntimamente emparentada con la obsesión de preservar la Corona para su hija Leonor.

Frente a esa pretensión no sólo pesan las palabras del que fuera rey de Egipto, Faruk, que cuando fue destronado le restó importancia advirtiendo que dentro de poco tiempo en el mundo sólo quedarían cinco reyes: los cuatro de la baraja y el de Inglaterra. En la versión fatalista local sobre la Familia Real, destilada por la derecha más rancia, que detesta a la actual reina, fluctúa, como bien recoge en su libro Ana Romero, esa otra de que la monarquía comenzó en Asturias con Pelayo y acabará también en Asturias, gracias a Letizia. A la izquierda republicana más radical, que gravita alrededor de Iglesias, sus satélites y ERC , le basta con señalar acusadoramente al "bloque monárquico".

El padre y el hijo

En la tesis de El Rey ante el espejo, un libro poco o nada complaciente, figura como eje central la idea de que a Felipe VI le queda como tabla de salvación la Constitución del 78. Todos los que la atacan son sus enemigos. Parece que está claro. Otro riesgo de amenaza ha estado hasta ahora en la propia cohabitación en el monte de El Pardo, entre el padre y el hijo. "Uno -como concluye de manera luminosa Ana Romero- en la recta final de su vida, el otro mediado el curso de su existencia. Ambos en el camino de la reconciliación. El padre, resignado, desde la línea infinita del mar. El hijo, entregado a la cuadratura del círculo".

El trienio de Felipe VI, el monarca que cumple 50 años, primer Rey constitucional de este país, no es para deseárselo a nadie. En él tuvo que hacer frente al terrible drama de la separación familiar como consecuencia del escándalo en que se vio envuelta su hermana y su cuñado Urdangarín; las tensiones por el bloqueo de gobierno antes del inicio de esta legislatura inestable y, en la actualidad, al desafío catalán. No ha habido un momento de tranquilidad. Tampono encontrarán si buscan en la historia reciente de las monarquías una acumulación semejante de situaciones adversas.

El Rey nórdico tranquilo, con la ayuda de la temperamental Reina asturiana, está capeando el temporal gracias a su discreción, firmeza y carácter, un rasgo personal este último que despunta en la narración de Romero. Sí, España puede que represente en estos momentos la cuadratura del círculo que tan bien ha sabido utilizar de broche de su largo reportaje Ana Romero, pero lo que Felipe VI, por su memoria histórica y preparación, no ignora es que nunca le han puesto una alfombra roja a la monarquía en este país. Que en el pasado más reciente ha habido súbditos juancarlistas, tras el 23-F, y que, de ahora en adelante, puede haber constitucionalistas felipistas dispuestos a secundar la idea del monarca capaz de conducirse por la vida como un Jefe de Estado digno de la confianza de su pueblo.

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