La Provincia - Diario de Las Palmas

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"Tenemos que acabar con el control de los varones sobre las mujeres"

Mary Nash. IRMA COLLÍN

Mary Nash (Limerick, Irlanda, 1947) es una de las mayores expertas en los estudios de historia de la mujer y del feminismo en España. Catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona, ha participado recientemente en una jornada sobre Mayo del 68.

¿Es el feminismo el gran legado de Mayo del 68?

No. Yo creo que es difícil que podamos pensar en términos de legado directo por muchos motivos. El primero, que es obviar el pasado. Encuentro que Mayo del 68 es un movimiento de protestas sociales, de acción colectiva, que es una nueva fórmula de movimiento social. Se organiza a través de protestas de gente joven, de estudiantes, y se basa en elementos como el inconformismo, la contracultura, un tipo de organización diferente... Es informal, más espontáneo, utiliza mucho los medios de comunicación, las performances? si bien muchos de estos ingredientes están en el feminismo, hay un legado anterior. Sólo hace falta pensar en las sufragistas en 1918, hace ahora un siglo. Ellas ya salen a la calle, hacen performances públicas, cuestionan las convenciones sociales. Creo que en su caso sí se puede pensar en términos de un legado directo.

En España, ¿cómo se conecta la lucha contra el franquismo con el movimiento feminista?

Había una parte importante de mujeres jóvenes que luchaban contra Franco, y hubo un aprendizaje político en este sentido, aunque no es suficiente para desarrollar el movimiento feminista. Hubo otras vías políticas informales: las de encontrarse tres, cuatro, cinco, seis mujeres en casa de otras para comentar lo que parece absolutamente banal, que es su situación, su experiencia vivida. Y este desencanto, esta insatisfacción precederán a hablar del malestar sin nombre, que en los años sesenta empieza ya a tener nombre. Es decir, que en estas conversaciones que parecen no tener mucho sentido, las mujeres se dan cuenta de que su situación respecto a sus amigos, a su familia, la sexualidad? el conjunto de su experiencia vital personal no es sólo un problema suyo ni un problema que se puede atribuir todo él al franquismo, sino que tiene otro origen. Es a partir de aquí que se habla en términos de opresión a las mujeres, de la definición de la familia, de la maternidad impuesta... Esto es lo que llevará a una sensibilización, una concienciación y luego una identificación que va más allá de la persona, de la mujer en concreto, para crear un gran movimiento social, ya a mediados de los setenta.

El franquismo profundiza en estas desigualdades, en esta opresión.

Claro. Aquí además el feminismo tiene una singularidad, que es que una parte se dedica a la lucha contra Franco. Y yo mantengo que el estado franquista es un sistema represivo, eso lo sabemos muy bien, pero además es un sistema patriarcal, creado como un sistema de género que por ley regula la sumisión, la discriminación de las mujeres. Y no sólo esto, sino que crea discursos sobre las mujeres.

¿Aquí entran en juego organismos como la Sección Femenina?

La Sección Femenina, la religión, el nacionalcatolicismo... Tienen por objetivo intentar adoctrinar a las mujeres en un rol de domesticidad. Es decir, la mujer casada, con muchos hijos, que no tiene un proyecto de vida propio y, a la vez, asexuada. La reacción de las mujeres en España tiene esta distinción, en el sentido de que rechaza lo que es el modelo femenino franquista. Y yo creo que tienen un enorme potencial, que quizás en otros países no era tal, porque luchaban contra una dictadura que imponía discriminaciones por ley.

¿Cómo conecta con otros movimientos de oposición al franquismo?

Aquí el feminismo concuerda en algunas cosas con los movimientos de oposición al franquismo, pero por ejemplo en el caso de la amnistía, ellas hablan en términos de una amnistía feminista que incluya a las encarceladas por los delitos tipificados como 'femeninos', como eran el adulterio o el aborto. Se movilizan desde otras ideas, desde otros valores. Y a la vez está la cuestión de la revolución sexual, que era una lucha para conseguir el control de las mujeres sobre su propio cuerpo.

Esto conecta con la ley del aborto.

Sí, indudablemente. Cuando se habla de revolución sexual no se trata de "jauja", de libertinaje sexual ni mucho menos, que a veces tiene esta connotación. Realmente, el feminismo lo que hace aquí, primero, es cuestionar el modelo de la sexualidad existente, franquista, la sexualidad vinculada con la procreación, para establecer la legitimidad de la sexualidad en sí, pero sobre todo de la sexualidad femenina. Hay que pensar que en los valores de la época franquista, pero también en los de otros países, no se admitía la idea de la sexualidad femenina, el placer sexual femenino. Siempre recuerdo a mis estudiantes una gran marcha en Estados Unidos donde había una consigna enorme: Think Clitoris. Pensar en el clítoris.

Había un tabú.

Sí, era tabú hablar de la sexualidad femenina, y no se reconocía. La voluntad y la práctica feminista implicaban crear las condiciones para hacerlo, y esto significaba primero conocer el cuerpo de la mujer, cómo funcionan los anticonceptivos. Algunos centros feministas funcionaban prácticamente como centros de planificación familiar, antes de su creación. Creo que es un éxito que, en las culturas políticas de la Transición, entrasen cuestiones como los derechos reproductivos.

Luego está el tema del divorcio, ¿había un doble rasero en el franquismo respecto al adulterio, con permisividad hacia el hombre y rigor contra la mujer?

Sí, el tema del adulterio estaba tratado de manera totalmente desigual. En el caso de la mujer adúltera era sujeta a castigos de penalización en la cárcel. Un hombre que matara a la mujer adúltera o a su amante solamente era desterrado a unos kilómetros de su domicilio habitual. Había una gran permisividad respecto a ellos. En el 76 hubo un caso en Barcelona de una mujer a la que se llevó ante los tribunales por adúltera. Ella (María Ángeles Muñoz) había tenido una hija y su marido la había abandonado, siendo la niña un bebé. Pero luego estableció otra relación, con otra pareja, y tuvo otra hija. En el momento de aparecer la otra hija, reapareció el marido, le puso una denuncia por adúltera y reclamó la jurisdicción sobre su hija.

¿La Patria Potestad?

La Patria Potestad, sí. La ley estaba de su parte, así que el tribunal intentó separar a la mujer de su hija. Y lo que pasó en aquel momento, que es sumamente interesante, fue que esta mujer, que era de las clases populares y vivía en barrios marginales, no acudió a los sindicatos ni a los políticos, sino que acudió al movimiento feminista, que recogió su causa. Fue escondida en casa de algunas de las dirigentes feministas, que fueron quienes organizaron la defensa de su causa. Y hablo de performatividad pública, porque frente a los juzgados había manifestaciones de las mujeres en protesta, que utilizaron el eslogan "Yo también soy adúltera". Es una idea de identificación, de identidad colectiva, que traspasa las fronteras de clase social clarísimamente y que públicamente lo proclama.

El primer hashtag, ¿no?

Sí, sí, es estupenda esa idea. Es una identificación pública, otra forma de protestar.

¿Cómo acabó el caso?

Acabó con éxito, se llegó a un acuerdo negociado. Creo que fue muy importante porque se hicieron muchas campañas y ganó la opinión pública, lo que es muy importante. Y esto facilitó luego el camino hacia la ley del divorcio, que vino prácticamente enseguida, porque los jueces ya veían que había cambios en marcha. Esa mujer también fue por los tribunales eclesiásticos y su caso se solucionó: se quedó con la custodia oficial de su hija.

El caso tiene paralelismos con el de Juana Rivas, ¿no?

Sí, efectivamente. Y también entonces las feministas salieron a la calle. Así se ve que no es que ahora haya surgido un movimiento público de mujeres, ni mucho menos. Lo que pasa es que hay una amnesia que dificulta la continuidad de la memoria.

¿Qué piensa del movimiento #MeToo?

Me parece muy bien. Lo que pasa es que son eslóganes que yo y otras muchas mujeres ya cantábamos en nuestra juventud. Hay temas que se han solventado y otros que aún están candentes y que se ven de una manera mucho más clara. Porque en los años setenta se habló también de las violaciones contra las mujeres. Lo que pasa es que la idea del maltrato aún no se asumía, ni mucho menos, por parte de la sociedad. El silencio reinaba. Hoy en día estamos mejor, las mujeres pueden tomar la palabra, denunciar, y encuentran que tienen sistemas de apoyo, de soporte, que antes fallaban.

Pero, ¿hacemos lo suficiente contra la violencia machista?

No. Yo creo que hay que hacer muchísimo más. De entrada, tener todos los recursos que está previsto que se pongan en marcha. Hay que legislar, sí, pero es ante todo un tema de transformación de la mentalidad. Eso significa primero el empoderamiento de las mujeres, que se sientan fuertes para denunciar, y transformar sobre todo la visión de la sociedad al respecto, particularmente la de los hombres. No puede ser que una víctima de violencia quede en una situación de indefensión o que en su pueblo se la marque por lo que haya pasado, y que los que han llevado a cabo la violación se jacten de ello. Para acabar con eso no se llega por la vía de la legislación, se llega por la educación. Y en esto tienen mucha responsabilidad los medios de comunicación, que han hecho mucho daño en el sentido de fomentar roles sumisos por parte de las mujeres.

¿Cómo actuamos sobre la mentalidad de los hombres?

Tenemos que acabar con el control de los varones sobre las mujeres, que es un problema muy grave en este momento en colegios e institutos. A mi modo de ver, lo que hay que hacer es transformar la identidad masculina: me interesan mucho las nuevas masculinidades, qué significan y cómo plantean una revisión crítica de los factores identificadores de la masculinidad, del mismo modo que las mujeres hicieron esta labor durante décadas sobre la feminidad. Los hombres no lo habían hecho. A mi modo de ver, dos de los vectores de la masculinidad tradicional eran la virilidad, la sexualidad, por un lado, y el ser el 'ganapán', el que llevaba a casa, solamente él, el sustento, sus ingresos. Ahora estamos en una situación global de precariedad laboral, por lo que la identidad masculina construida sobre el trabajo ya no es sostenible, y creo que no ha habido una reelaboración. Con la pérdida de espacios de poder masculino, una manera de reforzar una identidad en crisis es la manifestación de la violencia contra las mujeres, como último escenario. Creo que requiere no sólo trabajar con los violadores y los maltratadores sino en general toda la sociedad. Hombres y mujeres, tienen que hacer una reflexión y resituarse al respecto. Si no, será muy difícil transformar la sociedad. Porque las violaciones son la punta del iceberg.

Hay que actuar sobre todo lo que hay bajo la superficie.

Claro. El maltrato, el control? y siempre con tolerancia cero. Esto ya lo teníamos claro en los años 70 y 80, por ejemplo con respecto a los chistes verdes, la denigración de las mujeres? y luego se fue perdiendo. Pero es esto otra vez, porque se inculca una representación cultural sobre un modelo determinado de mujer que tiene que someterse, o sobre la cual el hombre puede ejercer un poder físico o sexual.

Hemos visto una reacción muy fuerte contra la sentencia del caso de 'la Manada', ¿qué ha fallado?

Vaya por delante que me parece una sentencia inaceptable. Lo primero, creo que posiblemente habría que actualizar la legislación, que creo que es de los noventa. Pero también creo que tiene que haber una formación, que en realidad ya se empezó a hacer hace tiempo, a los jueces respecto a cómo se entiende la violencia, las expresiones de violencia. Está claro que hoy en día esta idea del consentimiento, cuando no hay una lucha, se tiene que revisar. A nivel europeo, en general, se entiende muy bien que una mujer está indefensa frente a cinco personas, y está claro que lo mejor es intentar salvar la vida. Creo que aquí tiene que haber una reflexión y una formación de los magistrados, los jueces, etcétera, para que tengan en cuenta todos los estudios científicos, los avances que se han hecho, porque la ley siempre da pie a una cierta interpretación en la que entran en juego las creencias y los valores asociados a ellas.

Los agresores proceden de un entorno futbolero. Hace tres años, los hinchas del otro equipo sevillano, el Betis, profirieron cánticos contra la expareja de un futbolista, Rubén Castro, que le acusaba de maltrato.

Sí, claro que lo recuerdo. Esto refleja esa mentalidad machista y misógina que significa que el cuerpo de la mujer es asunto de su novio, pareja, o lo que sea. Esto es precisamente una de las cosas que en los años setenta se reclamaba, cuando las mujeres decíamos "mi cuerpo es mío". No puede ser de nadie más. Eso fue un gran aprendizaje, y un gran avance. Pero, claro, no significa que la mentalidad de los hombres haya cambiado. Ha cambiado, indudablemente, pero éste es un ejemplo claro de que no lo suficiente. Que todo un campo cantara aquello es para cerrarlo. Que es lo mismo que se hubiera hecho de ser cánticos racistas. Por eso hablo de tolerancia cero. Hay que hacer una pedagogía constante. Y no solamente la ley tiene que ver con ello, también los medios: tenían que haber cortado la transmisión del partido en ese partido. Algo que impacte a la sociedad.

En los últimos meses hemos vivido el caso Weinstein, la campaña #MeToo, las reacciones a la sentencia de "la Manada"?, ¿estamos en un momento en el que podemos cambiar las cosas?

Yo espero que estemos en un contexto de "Basta ya". No sé si es un momento de grandes avances, pero sí que estamos en un punto para el cambio. No hay más que ver las manifestaciones del 8 de marzo, que fue inmenso. Hay una mayor sensibilización respecto a las demandas de las mujeres, pero nunca se puede bajar la guardia. En diez años no había habido nada parecido, por lo que me parece que es un momento propicio. Pero hay que continuar la lucha o en todo caso no bajar la guardia. Necesitamos un compromiso a todos los niveles, éste es un tema de mujer y es un tema de hombres.

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