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planes de fuga

El túnel bajo el Muro pagado por la NBC

La británica Helena Merriman relata en su crónica periodística ‘El túnel 29’ una odisea no muy conocida que sigue la construcción en los años 60 de un paso subterráneo entre el Berlín Oeste y el Berlín Este y que acabará convertida en serie

El túnel bajo el Muro pagado por la NBC LP / DLP

Acaba de cumplir 19 años y es hijo de campesinos. Ha llegado a Berlín Oriental hace unos pocos meses y ha experimentado, como todos sus conciudadanos, el horror y la impotencia del encierro. Dos días antes, el 13 de agosto de 1961, de noche y sin aviso previo, un alambre de espino ha culminado la división física de la ciudad. Ya no se puede pasar al otro lado. El chico se llama Hans Schumann, es guardia fronterizo y el objeto de una foto que va dar la vuelta al mundo. Ahí se le ve en un salto grácil por encima de la alambrada, como si volara.

El túnel bajo el Muro pagado por la NBC

En los dos días anteriores, más de 800 personas, familias enteras incluidas, se habían atrevido a salvar el obstáculo, atravesar el Muro de Berlín arriesgándose a la prisión o a la muerte. Fueron los primeros de una larga lista que acabó en marzo de 1989, ocho meses antes de la caída de la valla, cuando el ingeniero Winfried Freudenberger construyó un globo aerostático casero y pereció en el intento. Fue la última víctima del Muro.

Lo del globo da la medida de la imaginación con la que se afrontó la huida. Las hubo de todo tipo y condición, pero quizá ninguna fue tan carismática como la del túnel que a solo un año de la construcción del Muro propició que 29 personas dejaran atrás la llamada franja de la muerte. Aquella era una frontera tan física como mental en la que el totalitarismo alemán, con apoyo de la Unión Soviética, desarrolló un equipo de seguridad, entre guardias, armamento, tanques y perros rastreadores, que llegó a costar casi 2.000 millones de euros al año. Amén de una todopoderosa policía secreta, la Stasi, que con su amplia red de informantes sabía dónde trabajaban, leían y con quién se acostaban todos los ciudadanos de la Alemania oriental. Desbaratar los proyectos de fuga era algo que conseguían el 99% de las veces.

La mejor historia

Volvamos al túnel. Salvó una distancia de 135 metros y no fue ni el más largo ni el que posibilitó la huida de más gente. Pero sí el que contiene la mejor historia. La ha escrito en El túnel 29 (Salamandra) la periodista y locutora británica Helena Merriman, que ya triunfó con ella en el formato de pódcast para la BBC y que ha llegado a tener más de seis millones de descargas. Si aquel túnel se hizo mundialmente famoso fue porque un equipo de la NBC contactó con el valeroso grupo para realizar un documental mientras se excavaba en secreto desde la parte occidental de la ciudad. La filmación televisiva de estos trabajos, que obligaba a los jóvenes a extraer la tierra bocarriba en un espacio de poco menos de un metro por un metro, ayudó a financiar el proyecto. Una conexión controvertida puesto que las sospechas de la injerencia de la CIA, nunca probadas, siempre han acompañado aquella aventura.

La iniciativa partió de dos estudiantes italianos en el Berlín Occidental, Mimmo Sesta y Gigi Spina, que a su vez contactaron con el que es el héroe absoluto del libro de Merriman, Joachim Rudolph —un estudiante de ingeniería de la RDA que había decidido huir antes del alzamiento de la valla—.

Testimonio de excepción

Rudolph hoy tiene 80 años y guarda una extraordinaria memoria sensorial de los trabajos. Es uno de los numerosos testigos —como el matrimonio Sternheimer— que la periodista entrevistó, además de tener acceso a documentos y por supuesto a los ominosos y obsesivamente precisos archivos de la Stasi, una mina para cualquier periodista.

Tras el paréntesis que supuso la pandemia, Merriman regresó a la capital alemana para mostrar in situ dónde y cómo sucedieron aquellos acontecimientos subterráneos. Tal ha sido el interés despertado, que el propio libro ofrece las localizaciones que el lector puede visitar para recrear aquellos hechos.

«No me apasionan demasiado los datos de los libros de historia. Los tengo en cuenta, por supuesto —relata—, pero creo que la historia de El túnel 29 no se entiende si no se visualizan la mugre y el barro al que se enfrentaron los excavadores, y Joachim fue fundamental para explicar eso. Además, con sus relatos, me ayudó a entender cómo crece un niño en la RDA, cómo se construye un nuevo estado socialista, entre el 45 y el 61, un periodo del que no hay demasiada documentación. Pude evocar desde la ingenuidad de sus ojos cómo la gente construía sus radios de galena y cómo los tanques actuaban en las manifestaciones».

La calle bajo la que sucedió todo, la Bernauer Strasse, mide kilómetro y medio. Se ha hecho famosa porque cuando se levantó el Muro los interiores de las casas formaban parte del Berlín Oriental, mientras que la acera pertenecía al Berlín Occidental. Al principio, para cruzar la línea, los vecinos solo tenían que abrir la puerta y salir. Hasta que las autoridades democráticas los desalojaron y tapiaron puertas y ventanas. Solo permitieron la estancia a los vecinos de los pisos superiores. Asomados a las ventanas, muchos aprovecharon la situación. Era un buen sitio para arrojar notas escritas al otro lado o enseñar los bebés a los abuelos que se habían quedado allí. Una pareja se casó en plena calle, mientras los padres de la novia contemplaban la escena desde las altas ventanas.

En un museo

Hoy, a la vuelta de la esquina de la Bernauer Strasse, está situado un museo donde se recuerda todo aquello y se ha reconstruido el famoso túnel. Los visitantes pueden bajar por la escalera de mano y adentrarse a gatas por el lugar. Cada año, coincidiendo con el aniversario de la fuga, los supervivientes de la aventura se reunían en aquel lugar y cada uno aportaba los detalles que recordaban para que la copia fuera cien por cien fiable. «Ahora hace tiempo que no vienen por el covid. Tienen que tener cuidado porque son muy mayores», comenta el guía.

A los veteranos les gusta recordar cómo se las arreglaron para colarse bajo la frontera más vigilada del mundo. Cómo utilizaron maquinaria que no produjera ruido. Cómo se las ingeniaron para ver en un túnel sin luz y respirar cuando faltaba el aire. Cómo achicaron las aguas freáticas que inutilizaron varias veces el subterráneo porque la ciudad se sustenta sobre arena húmeda que rezuma. Se ríen particularmente cuando recuerdan cómo colocaron aquel rótulo que parafraseaba el que había en la superficie: «Está usted saliendo del sector estadounidense de Berlín».

Amores y traiciones

El libro contiene un puñado de subtramas: amores y desamores, fidelidades capaces de superar la más cruel separación y la cárcel, sin olvidar las actividades de un espía infiltrado muy eficaz, quien, sin embargo, en esta ocasión no logró desbaratar los planes. El material se ha convertido en el objetivo perfecto para la serie de televisión que está preparando la productora de la serie Chernobyl, con guion de Georgia Pritchett, una de las guionistas de Succession. La cosa promete.

La proeza de Joachim y sus amigos no fue solo una odisea en miniatura. Pudo haber precipitado uno de los mayores conflictos de la Guerra Fría, caso de que los periodistas y cámaras de la NBC hubieran sido abatidos por los guardias fronterizos. No fue así.

Sin embargo, la influencia del documental sí logró transformar algunas cosas. Conmovió hasta las lágrimas al presidente John F. Kennedy, quien exigió visionarlo antes de su pase por temor a reactivar la tensión frente a la Unión Soviética que ya había llegado al máximo durante la crisis de los misiles en Cuba. Además, Merriman sostiene que el «Ich bin ein Berliner!» (¡Soy un berlinés!) con el que saludó a la ciudad en su primera visita oficial pocos meses después fue consecuencia directa de aquella emoción. Pero, sobre todo, el documental cambió la percepción que tenían los estadounidenses sobre lo que suponía vivir tras el telón de acero.

«La Guerra Fría y la televisión nacieron prácticamente a la vez —dice Merriman—. A diferencia de lo que ocurría con la radio, podías ver lo que estaba ocurriendo, y eso crea una opinión pública de una forma muy directa. No es muy distinto de lo que ahora está ocurriendo en Ucrania, pero podría decirse que aquel documental cambió el modelo informativo televisivo».

Putin en Dresde

La autora establece otra vinculación, no muy evidente, entre el muro berlinés y el actual conflicto bélico que ha resucitado los viejos fantasmas de la Guerra Fría. Muestra a Vladímir Putin en diciembre de 1989, a pocos días de la caída del Muro. El presidente ruso era entonces un oficial de la KGB. Destinado en Dresde y ante una multitud alemana enardecida por la recién estrenada libertad —habían asaltado la sede la Stasi y estaban amenazando el cuartel del servicio secreto soviético—, el joven Putin se encaró con la gente, consiguió que se marcharan amenazando con disparar y pidió ayuda a las autoridades soviéticas.

«Solo recibió tres palabras de parte de un oficial que hacía de enlace: Moscú guarda silencio —recuerda Merriman—. Muchos analistas consideran que en ese momento se gestó esa obsesión revanchista que le mueve en la actualidad. Putin no sería Putin sin aquella experiencia alemana».

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