El origen de la barba

El origen de la barba

El origen de la barba / LP/DLP

Lara de Armas Moreno

Lara de Armas Moreno

Teniendo en cuenta que en la naturaleza del hombre siempre ha existido el vello facial, lo que hay que buscar realmente es el origen del primer rasurado que, se cree, se originó allá por la Edad de Piedra, hace 2,5 millones de años.

Posteriormente, en Mesopotamia, donde habitaron las primeras poblaciones con asentamientos permanentes en Oriente Próximo, los hombres decidieron lucir impresionantes barbas que rizaban con tenacillas calientes con las que obtenían elaborados tirabuzones que eran símbolo de estatus y de poder. Existen estatuas del VI milenio a.C. que dan cuenta de los cuidados que proporcionaban los hombres y mujeres a sus cabellos y las personas que no lo hacían eran comparadas con bestias salvajes con un mundo interior caótico.

Los habitantes del antiguo Egipto, por el contrario, optaron por el rasurado total de barba y cabello y solo en los periodos de duelo se permitía dejar crecer el vello facial durante 60 días. Los faraones solían adornar sus barbillas con pelo postizo largo y fino que pretendía emular la barba del dios Osiris.

Mientras, más al norte, los griegos compartían ciertas similitudes con las barbas de Mesopotamia, ya que las rizaban como símbolo de virilidad. Solo se afeitaban en señal de duelo o para asumir un castigo y asociaban una cara sin vello a la feminidad. Sin embargo, con la llegada del pragmático Alejandro Magno esto cambiaría. El rey macedonio ordenó a sus soldados que se afeitaran para impedir que los enemigos les agarrasen de las barbas durante las batallas.

En la Antigua Roma se optó al principio por una barba larga como signo de masculinidad, pero posteriormente se empezó a poner de moda el pelo corto y la cara afeitada. Al parecer fue Escipión el Africano la primera persona con un cargo importante que se rasuró a diario, haciendo así que las caras imberbes se convirtieran en tendencia. Los barberos de la época, que eran llamados tonsores, utilizaban herramientas rudimentarias que a menudo producían heridas en sus clientes. Por ello algunos hombres decidían acudir a los dropacistas que empleaban un ungüento para eliminar el vello llamado dropax, a base de vinagre y tierra. Fue el emperador Adriano quien hizo que se estilara de nuevo la barba en el siglo II d.C. y se cree que la usaba para esconder las cicatrices de su cara.

Todo cambiaría a partir del siglo VIII d.C. cuando las barbas comenzaron a ser consideradas como un símbolo de paganismo en occidente, de hecho, llegaron a ser motivo de excomunión. A pesar de que a Jesucristo se le representa normalmente con una abundante barba, el Sumo Pontífice no puede dejársela crecer y lleva siendo así desde hace más de 300 años. El papa Inocencio XII, que ostentó el cargo entre 1691 y 1700, fue el último en llevar vello facial. Este fue considerado inmoral durante la Edad Media ya que la longitud del pelo se asociaba a la gravedad de los pecados cometidos. Por el contrario, afeitarse implicaba la eliminación simbólica de los vicios y pecados.

Fue en 1119, en el Concilio de Toulouse, cuando se amenazó con la excomunión a’ los clérigos que dejaran crecer su barba y cabello a la moda de los laicos. A día de hoy, aunque no está oficialmente prohibido, la mayoría de los sacerdotes son partidarios de llevar el rostro afeitado.

Resulta también curioso el caso del zar ruso Pedro el Grande que en el siglo XVIII decidió cobrar un impuesto a aquellos que llevaran barba. Con este tributo se esperaba que la población tuviera un aspecto más similar al de la Europa occidental, en donde el vello facial ya estaba pasado de moda.

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