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El síndrome del 'pato cojo'

Análisis Seguir gobernando

El síndrome del 'pato cojo'

El incumplimiento de la reforma de la ley turística es una muestra más de que llevamos meses sin iniciativa política

En Estados Unidos se dice que en el último período de su mandato, un presidente se convierte casi siempre en un pato cojo. El gobierno queda paralizado, pierde la iniciativa política y los ciudadanos ya miran al siguiente gobierno, especulan sobre sus futuras decisiones y olvidan al actual. El pato ya es de por sí un animal torpe para caminar, pero si encima está cojo su torpeza se hace mayor. El símil ha vuelto a repetirse estos últimos meses, después de la derrota electoral del Gobierno Obama en las elecciones parciales para el Congreso y Senado. Todos coincidieron en que el presidente Obama había quedado tocado, convertido en un pato cojo, sin posibilidad para actuar en los asuntos clave de su presidencia. Sin embargo, Obama está resultando una sorpresa, a través de decretos presidenciales se ha enfrentado a temas delicados y difíciles: inmigración, cambio climático, precio del petróleo, relaciones con Cuba, etcétera. En esta ocasión, el pato ya no parece tan cojo.

Esta historia viene a cuento porque, en Canarias, el presidente del Gobierno fue sustituido como candidato a las elecciones autonómicas del mes de mayo y el vicepresidente, el socialista José Miguel Pérez, anunció su retirada. Fue casi inevitable que muchos pensaran, y la oposición lo dijera, que el Gobierno de Canarias se había convertido de pronto en un pato cojo. En un gobierno en funciones, solo para asuntos de trámite y, según la oposición, "desautorizado" para seguir gobernando.

Pero quedarnos sin un gobierno fuerte en una situación tan delicada y grave como la que va a vivir Canarias en el año 2015 es más que preocupante. En este largo periodo electoral toda la política española ha entrado en una situación convulsa. Y en ella, más que nunca, hay que seguir gobernando. Tomando decisiones inaplazables de política económica, empleo, desarrollo del Régimen Económico-Fiscal, aeropuertos, energía y cambio climático y política turística. Los portavoces del Gobierno quisieron tranquilizar a los ciudadanos, con declaraciones rotundas, garantizando la fortaleza y firmeza del Gobierno.

Pero una cosa son las palabras y otras los hechos. Llevamos meses sin iniciativa política hasta culminar con la declaración de esta semana sobre política turística que plantea no avanzar sino frenar. El presidente del Gobierno dijo el viernes, en Adeje, que la prometida reforma de la ley turística no se llevará a cabo. Unas declaraciones que ponían en cuestión el compromiso adquirido por el consejero de Política Territorial en el debate reciente del Parlamento de Canarias que hacía la evaluación de la ley.

Recordemos que hace año y medio se aprobó esta ley para la renovación y modernización del sector turístico. En ella, se incorporaban potentes incentivos para poner en marcha el proceso de renovación de las más de 200.000 camas, que estima el Gobierno, no están en condiciones óptimas para el actual mercado turístico altamente competitivo. Esta primera propuesta fue sin duda una iniciativa interesante y ha logrado sacar del estancamiento a un conjunto de empresas del sector que llevaban años sin renovarse. Es verdad que los ambiciosos objetivos que se fijaron solo se han alcanzado en parte. Se tropieza con muchos años de apatía e inercia, con dificultades en el crédito y también con el éxito del destino, hasta el punto que ha llevado a muchos proyectos a aplazarse "para aprovechar las vacas gordas". En cualquier caso, el proceso de renovación se ha iniciado y es de desear que continúe aunque a un ritmo más dinámico.

Pero la ley tocaba otros aspectos muy criticados desde la entrada en vigor. Por eso, el Gobierno se comprometió a realizar una evaluación de los resultados de la aplicación de la ley después de un año. Y lo cumplió: el consejero de Política Territorial, Berriel, llevó este debate recientemente al Parlamento. Destacó, como era lógico, las bondades de la ley y sus efectos positivos en impulsar proyectos de renovación; y de paso aceptó, aunque con la boca chica, que otros aspectos de la ley necesitaban reformas. En especial, las limitaciones a la construcción de hoteles de cuatro estrellas condicionándola a la renovación de hoteles obsoletos.

De nuevo, el pleito

El señor Berriel hizo sus deberes. Para cumplir su compromiso con el Parlamento preparó una reforma del texto en artículo único, para tramitarlo en lectura única y así agilizar al máximo los tiempos de la reforma. Advirtió al Consejo Económico y Social y al Consejo Consultivo para que en estas navidades, en un plazo de diez días, emitieran su informe preceptivo. Pero, de repente, sin ninguna explicación, se da marcha atrás y el procedimiento se paraliza.

Justamente en estos mismos días empiezan a aparecer los datos turísticos del año 2014, los de noviembre ya oficiales y los de diciembre con estimaciones, pendiente de los definitivos que se publicarán a partir del día 22. Pero ya los datos cantan, no hace falta esperar para sacar conclusiones preocupantes. Se había dicho que el espectacular éxito turístico de este año iba a suponer un avance notable de Gran Canaria y que el número de turistas se aproximaba a Tenerife. Pero nuestro gozo en un pozo, la realidad ha vuelto a confirmar que la isla de Tenerife supera a la de Gran Canaria, una vez más, en más de un millón de turistas. Que suponen 1.100 millones de euros más en ingresos y entre treinta y cuarenta mil empleos más en el sector.

Esta diferencia se viene dando desde principios de la década de los noventa, hace 25 años y, desde entonces, nunca ha cambiado: un millón de diferencia y ahí sigue. Por supuesto que nos alegramos del éxito de Tenerife. Pero, igualmente, no aceptamos que se haga trampa para impedir que el mismo éxito lo tenga Gran Canaria y toda Canarias.

¿Por qué Tenerife tuvo este acelerón entre 1985-1995, mientras Gran Canaria crecía más lentamente? El alcalde de Adeje, el socialista Rodríguez Fraga, lo explicó en una entrevista: "Si somos el número uno de toda España en hoteles de cuatro y cinco estrellas es porque apostamos hace tiempo por este producto claramente. Llegamos también a un pacto con las grandes cadenas nacionales: Meliá, RIU, Iberostar, etcétera, para que se instalaran en el sur de Tenerife y gestionaran con su experiencia el producto que pedía el cliente. Eso nos dio más beneficios, más empleo y más clientes. Colaboramos con ellos en la promoción: Costa Adeje se convirtió en un destino muy valorado y Tenerife en una marca de referencia".

Veinticinco años después hay que seguir felicitando a Rodríguez Fraga, alcalde de Adeje desde los años ochenta hasta ahora, y también a las cadenas nacionales por su inteligente apuesta. Pero lo que no es de recibo y no merece felicitación es que quieran seguir ganando en la carrera de la libre competencia, impidiendo por ley que otros hagan lo mismo que ellos hicieron. Es verdad que Rodríguez Fraga se justifica diciendo: "Yo no quiero que en mi municipio se hagan más hoteles de cuatro estrellas, ya tengo demasiados, ahora solo me faltan hoteles de cinco estrellas y de gran lujo". Consecuente con ello, le hemos visto el pasado viernes poniendo la primera piedra de un nuevo e importante hotel de cinco estrellas en Adeje, acompañado por el presidente del Gobierno, Paulino Rivero. Utilizando el poder que le confiere ser un peso pesado del PSOE de Tenerife y uno de los más importantes impulsores de la nueva candidata Patricia Hernández, es de suponer que aprovechara la ocasión para recordarle a Rivero que el PSOE no está por que se permitan más hoteles de cuatro estrellas. ¿Estaba Rodríguez Fraga pensando solo en Adeje o también en Gran Canaria?

No lo sé, al menos no estoy seguro. Pero de lo que sí estoy seguro es que el señor Marichal, presidente de Ashotel, la asociación de hoteleros de Tenerife en la que tienen gran influencia las cadenas nacionales, sí sabe lo que dice cuando exige, sin pudor y con insolencia: "Ni un hotel de cuatro estrellas más". Está pensando solo en Gran Canaria, exactamente en el sur de Gran Canaria, al que considera un competidor muy peligroso.

Su análisis es muy sencillo: Tenerife tiene 25.000 camas de hotel más que Gran Canaria y 22.000 menos en apartamentos. La cantidad total es parecida, pero el hotel tiene una ocupación anual media entre el 20-30% sobre la plaza extrahotelera. Solo eso, con las mismas plazas, da el millón de turistas más que diferencia a las dos islas. Es evidente, por tanto, que mientras Gran Canaria no construya, el sur de Tenerife seguirá manteniendo una posición de dominio en el mercado.

Además, como dicen todos los expertos, la falta de competitividad afecta siempre a la calidad. Y provoca que los actuales hoteles de las cadenas nacionales sigan sin renovarse a excepción de los que están en primera fila. Esto si está ocurriendo tanto en Tenerife como Gran Canaria y el resto de las islas. Por lo que cabe preguntarse, con cierta ingenuidad, dónde se está invirtiendo la reserva de inversiones acumulada de los últimos cuatro años de grandes beneficios. Si la ley obliga a que esas inversiones se realicen en Canarias, y no se está haciendo en la proporción debida, ¿a dónde va la reserva? ¿Será al Caribe?

Estamos, pues, ante un episodio más e igual de ridículo del pleito insular. Se utilizan triquiñuelas y falsas justificaciones para dar ventajas a unas islas sobre otras. Lo que provoca un mal para todas: se frena así una auténtica, profunda y amplia renovación y modernización de nuestro sector turístico, necesarios para mantener el liderazgo de toda Canarias en el mercado turístico internacional y no el liderazgo de unas islas sobre otras. Podríamos estar claramente por encima de otros destinos turísticos españoles que, ante nuestra división, aprovechan todos los poderes del Estado para potenciar sus destinos sin que lo haga Canarias. Donde el pato, además de cojo, parece estar mareado y ciego.

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