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El regreso a prisión del expresidente de Banesto

Ruiz-Mateos, 1983; Conde, 1993

El fundador de Rumasa y el exbanquero, conectados por las conductas empresariales ilícitas y por sus alegatos de ser víctimas de un supuesto acoso de poderes oligárquicos

Mario Conde

Rumasa fue expropiada en 1983. En 1993 fue intervenido Banesto. Sus presidentes, José María Ruiz-Mateos y Mario Conde, aseguraron que el tiempo demostraría su inocencia y la perversidad del atropello sufrido. Más de veinte años después, el tiempo reabrió los dos casos: Ruiz-Mateos, que pasó varias veces por la cárcel, volvió a llevar a la quiebra en 2011 a su segundo imperio societario (Nueva Rumasa), y Mario Conde ingresó en prisión la semana pasada por cuarta vez tras haberse detectado la repatriación desde 1999 de flujos de capitales por un importe de 13 millones de euros procedentes de ocho países de tres continentes y que la investigación relaciona con los 26 millones por cuyo saqueo en Banesto mientras permaneció en la presidencia (1987-1993) fue condenado a 20 años de reclusión.

Conde y Ruiz-Mateos, con la colaboración de muchos entusiastas, edificaron la tesis según la cual el ocaso de ambos fue la consecuencia de una magna operación de acoso y derribo ejecutada con extrema frialdad por una alianza de poderes oligárquicos que, integrantes de un orden establecido, constituían una trama opaca y tupida de complicidades y connivencias para cercenar a aquellos actores emergentes que eran capaces, sólo con su talento y con su capacidad visionaria, de desencadenar fuerzas renovadoras que, desde la sociedad civil, desafiaran a lo que Conde definió como el "Sistema".

Todas las acusaciones de conducta empresarial imprudente, contabilidad creativa, gestión aventurera, opacidad contable, insuficiencias de capital y enriquecimientos ilícitos formarían parte de una gran falsedad urdida por una gigantesca conspiración diabólica integrada por jueces, fiscales, policías, inspectores del Banco de España, partidos políticos, gobiernos de turno y poderes fácticos, fuesen mediáticos, financieros o religiosos, según casos.

La creencia de que fue así y de que ambos empresarios devenidos en banqueros fueron acosados y arruinados porque se configuraron en auténticos outsiders y en desafíos para el inmovilismo clientelar del statu quo de los poderosos convenció a muchos ciudadanos durante muchos años.

No importaba que Ruiz-Mateos y Conde hubiesen formado parte de manera constatable de la estructura elitista que decían combatir, que se hubiesen encaramado a la condición de presidentes y principales accionistas del mayor grupo empresarial privado (Rumasa) y del banco (Banesto) que lideró el poder financiero español durante decenios y que era dueño del más vasto conglomerado industrial del país. Tampoco que ambos hubiesen sido agasajados y lisonjeados de forma entusiasta y generalizada (durante decenios el primero y durante sus seis años de estrellato el segundo) y que uno y otro hubiesen sido propuestos como modelos a seguir y hubiesen recibido reconocimientos, doctorados honoris causa y otros encomios sin parvedad alguna. Tampoco fue causa de sospecha ni de recelo que, habiendo sido supuestamente privados de todos sus bienes y de su patrimonio financiero y empresarial, fueran capaces de aflorar capitales cuantiosos procedentes en ambos casos del exterior, de llevar estilos de vida con signos externos de riqueza evidentes y de reconstruir en pocos años otro magno holding empresarial el primero y un entramado societario el segundo.

Tras el fracaso estrepitoso de Rumasa (cuya solvencia había sido motivo de enorme preocupación ya en los últimos gobiernos del franquismo, en los de la UCD y en el primero del PSOE), y que supuso un enorme coste para el erario público, Ruiz-Mateos mereció la confianza de muchos ciudadanos que invirtieron sus ahorros en los pagarés de Nueva Rumasa poco antes de la quiebra de este grupo. Lo perdieron todo.

En el caso de Conde, se le reprocha no sólo el origen de los recursos repatriados (el exbanquero niega que procedan del dinero detraído de Banesto y que motivó su condena judicial y encarcelamiento), sino también que maneje cantidades millonarias cuando no ha afrontado el pago del resarcimiento de daños que le impuso la condena judicial (sólo abonó 1,5 millones de los 15 millones a los que fue condenado) y cuando figura en los últimos datos de la Agencia Tributaria (2014) como el mayor moroso con el Fisco: adeuda 9,93 millones en impuestos.

Banesto dejó un agujero en 1993 de 3.636 millones de euros y se le atribuyó un fraude contable de unos 3.000 millones de euros. Diez años antes, en 1983, a Rumasa se le imputó un descubierto de 1.800 millones, según la primera evaluación gubernamental, que el Tribunal de Cuentas elevó luego a unos 3.950 millones.

Ambos empresarios fueron banqueros instrumentales y no finalistas. Ruiz-Mateos usó sus veinte bancos para captar pasivo que le permitiera inyectar a la sociedad holding y a sus empresas la liquidez de la que carecían por su heterodoxa manera de comprar sociedades en pérdidas en la confianza de que la revalorización de activos inflara el valor de las compañías y atenuara su endeudamiento relativo.

Conde, como reconoció él mismo en algunas manifestaciones, y como explicó su entonces socio y luego disidente Juan Abelló ante el juez, entró en 1987 en el capital de Banesto, que ya atravesaba entonces por dificultades, no tanto atraído por el negocio crediticio en sí ni por el poder financiero como por el control del ingente grupo industrial que poseía el banco.

Poder y respetabilidad

Que los bancos no fuesen un fin estratégico de Ruiz-Mateos ni de Conde, sino un objetivo subsidiario, no fue óbice para que ambos buscaran en las cúpulas bancarias el disfrute del poder, la respetabilidad y el prestigio social que históricamente ha deparado el negocio bancario respecto a cualquier otro. Y, de hecho, alcanzaron tales atributos, lo que niega su tesis de la marginalidad y de su heterodoxia social. Otra cosa es que, con su proceder, no fuesen reconocidos como arquetipos fidedignos y ejemplares del negocio de la banca.

José María Ruiz-Mateos, que entró en un comportamiento errático de actuaciones histriónicas y puestas en escena burlescas tras la expropiación (disfrazándose de Superman, agrediendo al exministro Miguel Boyer, protagonizando spots de televisión y adoptando otros comportamientos caricaturescos) confirmó la frivolidad que se le atribuyó, incompatible con la adustez, la contención y el rigor que fueron siempre rasgos inveterados del tradicional oficio de banquero, y al que ahora se le exige al sector que retorne tras los excesos cometidos antes de la crisis, durante la era de la "exuberancia irracional".

También Conde, ya en los inicios de su escalada al poder, suscitó recelos por sus conductas privadas y públicas. Su presencia entablaos flamencos y sus apariciones en las revistas de papel cuché se consideraron antitéticas de la seriedad exigida a un banquero con alcurnia. Rafael Termes, presidente entonces de la patronal bancaria española, comentó en una conversación privada en 1988 pocos meses después de la entronización de Conde en la presidencia de Banesto, el más tradicional y aristocrático de los bancos españoles: "Si se bailan sevillanas no se es banquero".

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