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Sánchez, cinco años de desgaste pero un líder más sereno al que ya no le dicen guapo

El presidente del Gobierno se enfrenta el 23J a un nuevo salto de pértiga con la valla cada vez más alta, durante sus años en la Moncloa ha madurado pero su figura provoca rechazo en parte de la opinión pública 

Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez. / EP

Marisol Hernández

En diciembre de 2015, Pedro Sánchez protagonizó la portada de una revista femenina, en una réplica de aquella primera plana del actor Steve McQueen 50 años atrás. Sonreía. En las páginas interiores aparecía un reportaje sobre los nuevos líderes de "perfiles frescos" de la política española. Había sido elegido secretario general del PSOE un año y medio antes y durante mucho tiempo lo que más se remarcaba de él era su atractivo físico. Como le ha sucedido a muchas mujeres a lo largo de la historia, tenía que justificar que la belleza estuviera reñida con la inteligencia. "Soy doctor en Economía", subrayaba.

Cuando llegó a la Moncloa hasta la prensa internacional lo destacaba: "Mr. Handsome". Ahora, lo que menos le dicen a Sánchez es "guapo". En cinco años le han salido canas. Ha cumplido 51 años en 2023 y en este lustro se ha enfrentado a toda suerte de circunstancias inesperadas que le han transformado personal y políticamente. Mantiene la misma confianza en si mismo y sigue jugando a todo o nada, y, sin embargo, no es él mismo. "Acumula un desgaste personal muy importante, nada ha pasado en balde", destacan personas cercanas.

Como a lo largo de toda su trayectoria política ha seguido reinventándose, planeando movimientos nuevos cada vez que venían mal dadas, pero hay una evolución respecto a 2018, que confirman sus allegados. A todos los presidentes les ha sucedido. "Se ha superado a sí mismo en muchos aspectos". "Yo lo veo más maduro, más centrado en resultados y más consciente de la importancia del liderazgo europeo e internacional", asegura uno de ellos. "Mucho más seguro, incluso sereno en sus decisiones", indica otro.

Pedro Sánchez, en la Moncloa.

Pedro Sánchez, en la Moncloa. / EP

Sus ministros rechazan la imagen de un líder "frio" y "distante" y apuntan que, manteniéndose siempre en su papel de presidente, es un hombre "cálido" y "amable". "No es alguien que se guíe por impulsos", como se ha intentado transmitir, si no todo lo contrario "es muy racional y previsible". En su libro El Año de la Pandemia, el ex titular de Sanidad, Salvador Illa, relata que tras decidir la declaración del estado de alarma en una reunión por videoconferencia Sánchez quiso después conversar a solas con él para que no lo interpretara como una enmienda a su gestión. En aquellas semanas siempre se condujo "por la racionalidad de la ciencia", "se leía todos los informes" y "conocía todos los datos".

La experiencia de gestionar una pandemia ha sido el hecho más difícil en la trayectoria de Sánchez. Mucho más que el trauma de ser defenestrado del PSOE y de echarse a la carretera casi en soledad para conseguir que el voto de la militancia le repusiera en su puesto. Aunque en este trance le hizo falta la ayuda de un entorno que confiaba en él para recomponerse, Sánchez sólo ha reconocido haber sufrido "estrés severo" en los primeros días del confinamiento, cuando se despertaba por las noches sudando y sólo le cabía en la cabeza que pudiera estar enfermo.

Quienes todavía vibran con la gesta de su segunda vida en el PSOE consideran que si logró aquello puede alcanzarlo todo. Incluso mantenerse en el Gobierno. Aunque la valla del 23J esté colocada muy alta para un nuevo salto de pértiga. "Es un tipo muy resiliente", destacan. El libro que escribió (o le escribieron) sobre aquellos años, no se titula por casualidad 'Manual de Resistencia'. "Con los cimientos de los fracasos construye victorias", añade alguien que vivió aquella experiencia.

Esa personalidad, consideran los que le han acompañado en el Gobierno, ha resultado fundamental ante los acontecimientos que ha vivido España esta legislatura. "Es una persona valiente y audaz, no de los que para no molestar evitan hacer cosas", "cuando toma una decisión la ejecuta". Y en estos años, esto "ha sido un valor positivo".

Pero no todo son parabienes. La derecha ha trazado una imagen de él muy negativa, jalonada con un reguero de insultos, que también defienden algunos en sus propias filas. Le atribuyen "narcisismo", "soberbia", "ambición desmedida", "falta de solidez intelectual" y, a pesar de su porgreso estos años, una absoluta "incapacidad" para darse cuenta de que "provoca rechazo" y de que es "un lastre" para el PSOE.

Se le reconoce -también la ciudadanía- una buena gestión al frente del Gobierno pero, una parte del partido y de la sociedad, no precisamente conservadora, le reprocha el "deterioro institucional" que supuso aupar a la exministra de Justicia, Dolores Delgado, a la Fiscalía General del Estado y la actuación de esta en el 'caso Stampa', que su otro ministro en este área, Juan Carlos Campo, sea ahora miembro del Tribunal Constitucional o el galopante desprestigio del CIS.

Hasta un observador medio podía darse cuenta de que la figura de Sánchez se estaba resintiendo estos años pero lo cierto es que, según aseguran en su núcleo duro, no fueron realmente conscientes de que lo que pesaba su imagen en el imaginario colectivo hasta la misma noche del 28M, con el mapa electoral teñido de azul. En esa madrugada él asumió en primera persona que muchos candidatos habían perdido "por la construcción deshumanizada y trumpista que se había hecho de su liderazgo".

Por eso ahora anda embarcado en una gira mediática, incluso en programas que, según la Moncloa, han sido abiertamente hostiles con él. Sánchez se escuda en que no lo hizo antes porque ha estado "gobernado". "No lo he tenido fácil", remacha, y "cada momento tiene su afán", una frase que se pronuncia con frecuencia en el complejo presidencial.

Pero en el Gobierno hay quien apunta que la decisión de no dirigirse a la opinión pública obedece a la estrategia marcada por su anterior gurú electoral y exjefe de gabinete, Iván Redondo. "El que teorizó que el presidente no debía salir en los medios de comunicación fue Redondo". Él siempre decía que la gente se olvidaba muy rápido de lo que sucedía, que los acontecimientos no dejaban huella. Desde hace varias semanas existe bastante unanimidad en que ese planteamiento fue totalmente equivocado.

En sus entrevistas Sánchez se esfuerza en ofrecer una imagen más cercana. Él no puede vender, como hace Feijóo, que procede de una familia humilde, porque nació en Madrid, sus padres eran de clase media, con la connotación que eso tiene en el caso de la capital de España. Se licenció en Económicas en el Real Colegio Universitario María Cristina, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid. Y cursó dos estudios de posgrado. Se doctoró en Economía por la Camilo José Cela y habla inglés y francés con soltura.

Se define como un "político con principios" pero lo que le critican sus detractores es justo lo contrario: sus continuos cambios de postura en temas fundamentales como la crisis catalana o su política de pactos. Aquí también hay quien sostiene que su verdadero yo no ha sido convenientemente proyectado. "Se le presenta como un hombre de opiniones muy cambiantes pero la realidad es que ha tenido que adaptarse a una aritmética parlamentaria y a una coyuntura muy concreta". Pero siempre ha tenido, explican, unas "ideas maestras" sobre todo de la vía del diálogo como solución para Cataluña, que ha ido "madurando".

Después de cuatro años encapsulado, dando síntomas de aislamiento -el llamado síndrome de la Moncloa- trata de mostrar otra visión de él. Ha admitido que de todos los insultos que le han dedicado el que más gracia le hace es "perrosanche" que surgió de manera casual -un niño lo dijo en Telemadrid durante la pandemia-, lo popularizó la derecha en redes sociales y ahora ha mutado como meme en su defensa. Le gusta, claro, porque "se le ha dado la vuelta".

Es imposible saber qué pasará por su cabeza si pierde el 23 de julio y PP y Vox suman una mayoría absoluta. Las nuevas páginas de su manual de resistencia están aún en blanco pero quienes dentro de la administración observan la escena desde la distancia recuerdan que todos los presidente "han terminado creyéndose su propia leyenda". Sánchez no se resigna: queda una semana.