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ANÁLISIS

La ultraderecha no existe

La ultraderecha no existe Juan Ezequiel Morales

El partido político Vox, en Canarias, que recoge los sentimientos de la derecha más conservadores, arrojó, en 2019, los siguientes resultados: para las europeas, un 3,31% con 29.000 votos; para las nacionales, un 12,45% con 118.000 votos; para las regionales, un 2,47% con 22.000 votos. La abstención ha sido, respectivamente, del 44,40%, del 44,56% y del 42,57%. Prácticamente la mitad del electorado pasó de ejercitar su voto, con lo cual, habría que estudiar si ese electorado abstencionista daría más o menos votos a esa opción política, y ahí podríamos encontrar de todo.

En todo caso, se advierte que es en la política nacional española en la que se muestra una mayor tendencia a que esos representantes ejerciten de contrapeso, siendo en la política más local y en la más alejada (la europea), donde las decisiones representativas se encargan a otras opciones, en las que, en todos los casos, primó en las últimas elecciones el PSOE con el 32,01%, el 28,88% y el 28,85% respectivamente para Europa, para las nacionales y para las autonómicas. El socialismo fue ganador en todos los casos, aunque no ganador absoluto. Si consideráramos que la derecha no se hubiera fragmentado, y consideráramos que Ciudadanos es un partido de derecha (lo cual no es correcto, pues dicho partido estaba en el entorno liberal), los porcentajes del bloque serían 26,73% para las europeas, 38,86% para las nacionales y 25,02% para las autonómicas. Seguía siendo una opción de izquierdas la prevalente, excepto en las elecciones nacionales. Sin embargo, si sumamos al partido político Podemos el bloque de izquierda da un total del 43,58%, igualmente superior al bloque que podríamos denominar tímidamente de derechas.

Resumiendo, si atendemos a esos datos de 2019, y nos atreviéramos a poner en fila al número de votantes, tendríamos, todo lo más, a una de cada diez personas exigiendo medidas conservadoras o ultraconservadoras de diferente jaez, lo cual no es el advenimiento de la ultraderecha, sino la muestra, más bien, de una incomodidad por los sucesos que contextualizan, sobre todo, la política nacional.

A la política nacional le pertenece la solución de los problemas con las fronteras exteriores y un tanto el reflejo de la política como moral de Estado, lo que se define como política de izquierdas o de derechas, aunque hoy día esas definiciones son movibles y, muchas veces, contradictorias (hasta el punto en que hay políticos de izquierda que han acuñado la expresión, ya inveterada, de «cabalgar en las contradicciones», para justificar, precisamente, el cúmulo de contradicciones).

Vayamos a Europa, que sí tiene un componente radical y ultraconservador entre las filas de sus votantes, aunque entre la amalgama de partidos los hay que «cabalgan en las contradicciones» (por ejemplo, en Hungría se impide en las escuelas hablar de homosexualidad, pero el Partido por la Libertad de Países Bajos defiende las políticas gay, el ultraderechista Alternativa por Alemania, dispone de un departamento homosexual denominado ‘Alternativa Homosexual’, y en EEUU existen los ‘Gays for Trump’, o a la contra, entre los izquierdistas ocurre que una de sus figuras de referencia, el Che, era homófobo de los crueles). Pues en Alemania han votado a la derecha ultraconservadora el 10,3%, en Austria el 16,2%, en Bélgica el 11,95%, en Bulgaria el 4,8%, en Dinamarca el 8,7%, en España el 15,09%, en Eslovaquia el 7,97%, en Estonia el 17,8%, en Finlandia el 17,5%, en Francia el 13,2%, en Grecia el 6,7%, en Hungría el 67,57%, en Italia el 22%, en Noruega el 11,6%, en Países Bajos el 15,8%, en Polonia el 43,6%, en Portugal el 7,15%, en la República Checa el 9,56%, en Suecia el 17,5% y en Suiza el 25,6%. Esto implica 254 diputados de un total de 705 en el Parlamento Europeo, casi un tercio del total de la cámara. Si Europa tuviera 400 millones de habitantes estaríamos hablando de que 140 millones son de corte ultraconservador. Parecerá mucho, pero es que los no conservadores, los socialdemócratas o centristas, son muchos más.

Si comparamos, pues, el 3% o el 12% en Canarias para los ultraconservadores, estamos por debajo de la media, reflejo de que no hay en este territorio problemas graves, salvo cuando llega la inmigración ilegal y campa a sus anchas, o cuando los políticos relajan tanto su observancia moral que ciertas empresas ad hoc se llevan millones de euros proveyendo al gobierno de mascarillas, jeringuillas o vacunas, escatimando millones de euros a una población que tiene necesidades. Pero nunca la corrupción pudo por encima de la afiliación y simpatía política (la corrupción de ‘los nuestros’ no es corrupción, la de los ajenos siempre lo es); todo lo más, la corrupción ha implicado un movimiento de entre el 5% y el 7% por la indignación de los ciudadanos, y a veces ni eso, porque ningún partido político clásico está libre de esas quiebras de moral, de esa Lex Acilia repetundarum siempre vigente en la cabeza de los representados.

Fue el sociólogo alemán Klaus G. H. von Beyme, de la Universidad de Heidelberg, quien en 1988, distinguió tres evoluciones en la ultraderecha europea, una primera ola, de 1945 a 1955, el neofascismo; una segunda ola, de 1955 a 1980, el populismo de derecha (con Giorgio Almirante, del MSI, entrando en 1948 en el parlamento de la República italiana, o el NPD, en 1964, en el parlamento alemán, con antiguos altos cargos nazis, o cuando Le Pen entró en la Asamblea francesa, en 1958); una tercera ola entre 1980 y 2000, la derecha radical populista, caracterizada por los efectos de la crisis del petróleo y el cambio en Europa por la continua crisis inmigratoria que cambió la faz de todas las grandes metrópolis, provocando desempleo a partir del infraempleo, con los efectos devastadores en una población que había superado con ganas la posguerra. En los países orientales de Europa la crisis se solapó a la caída del imperio comunista soviético. La crítica era hacia la inmigración y, como culpables de ello, hacia las élites por colaboracionistas, por lo cual el voto ha calado mucho entre los trabajadores que conviven puerta a puerta con los problemas de aculturación (una encuesta de YouGov a 12.861 personas, en octubre de 2016, arrojaba que no se sentían como en casa por culpa de los inmigrantes el 52% de los italianos, el 47% de los franceses, el 44% de los alemanes, el 38% de los españoles, el 37% de los ingleses, 36% de holandeses, 33% de suecos, 30% de finlandeses, 25% de daneses). Se quiere ver una cuarta ola (desde el año 2000 a la actualidad), tal y como lo propone el sociólogo Cas Mudde, y que señala un diferencial, pues ya se trata de partidos con peso electoral, con programas, y nada marginales, que apoyan a gobiernos en coalición, en concordia con la derecha moderada, con la que negocian temas como la inmigración, la seguridad ciudadana, lo políticamente correcto, el islam, el euroescepticismo o el terrorismo.

No entramos ahora en la vinculación del nacionalismo con la denominada derecha o ultraderecha, pero si lo incluimos en la ecuación podremos ver cómo la derecha catalana o vasca es racista, tal cual, para con los que consideran invasores españoles, y respecto a un icono de la defensa democrática europea, como es Zelensky de Ucrania, vale más no entrar en quiénes son los gerifaltes de su ministerio de defensa, tan ultranacionalistas como los de su contrario Vladimir Putin, cada uno en su estilo. Ya lo sentenció Josep Pla:»“El nacionalismo es como un pedo, que a todo el mundo le huele mal, menos al que se lo tira». Nacionalismo y espíritu de ultraderecha, ultraconservador, son sinónimos, con independencia de los intereses puntuales en referencia al enemigo, pero antropológicamente la defensa de lo propio da esos frutos: nacionalismo y fascismo, y por eso en ambos surge el antisemitismo, una carga psicoanalítica en el subconsciente occidental.

Resumiendo, en Canarias no hay ultraderecha, por lo pronto, hay una reacción testimonial, diferente si son políticas locales, nacionales o europeas. El resto es el uso exagerado de un adjetivo provocado por la actual manía políticamente correcta, importada de EEUU, como la Coca Cola y el cine, acerca de los tópicos resilientes, empoderados y afines al calentamiento.

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