Raquel Gorrín conducía durante horas y horas en un trabajo que le explotaban. En lo que tardaba en ponerse en verde un semáforo se quedaba dormida, e incluso soñaba durante unos minutos. Para salir de su situación vio una oportunidad en el quiosco de roscas de Vegueta, el negocio familiar. Dos décadas después se escucha el ¡Pop, pop, pop! de la máquina mientras mete las roscas en sus bolsas de plástico con las manos llenas de heridas por el millo caliente. El fundador fue su padre, que viajó desde Tenerife sobre los 60 para abrir el quiosco de roscas que ha alegrado la merienda de tantos niños. 

Leer más