Ha muerto don Arístides Hernández Morán. Un impresionante currículo laureaba su carrera profesional. Todo un caballero español, un tinerfeño ilustre, un majorero por amor. Arístides. Quienes le conocimos, con eso tenemos suficiente. Su nombre lo dice todo. Ahora se nos ha ido al cielo de los médicos, dispuesto a prestar otras terapias a sus pacientes de siempre que aquí quedamos huérfanos de su presencia.

Arístides, el médico que nos ayudó a nacer. La primera cara que vieron mis hermanos en este mundo. Un sanador, parte esencial de nuestra familia y amigo de mis padres. Amigo también de nuestra querida tía Encarna que, pese a sus muchos años, sigue mostrándonos como afrontar serenamente esta gran pérdida. Un gran amigo… lo más importante, por muchos amigos que tuviera; tantos o más que pacientes. Y fueron muchos.

Hace apenas cuatro días seguía disfrutando de su pequeño jardín mientras me contaba los pocos días de vida que le habían pronosticado con una entereza admirable. Las campanadas de su hora han sonado. Ahora es momento de serena oración, resignados, como te vimos hacerlo tantas veces en la iglesia de nuestro pueblo ante la Virgen del Rosario, cuando la penosa enfermedad de tu mujer te rompía el corazón. Porque decir Arístides es también decir África, la esposa que voló antes que él al paraíso de los buenos donde le está esperando para devolverle los amorosos cuidados recibidos. No existiría el Arístides que conocimos sin África, mi cariñosa madrina y la de tantos niños de esta sedienta tierra a los que Arístides ayudó a alumbrar.

Arístides Hernández.

Arístides Hernández.

Arístides dedicó su vida a la ciencia médica en su aspecto menos glorioso: la medicina rural. Si la medicina es una ciencia afamada, él fue mucho más allá de la fama recorriendo resecos barrancos de su querida Fuerteventura, su tierra adoptiva, primero como joven médico militar y después como veterano galeno civil, conociendo la vida y los sentimientos del majorero a través de sus padecimientos. Fue nuestro médico, el médico de todos. Su ciencia tenía algo especial que transformaba la enfermedad más difícil en remedios y esperanzas. Una magia indefinible que sanaba y consolaba por igual.

Un ser enorme se nos ha ido; algo que ha sido parte de nuestra vida. Se va el médico, se va el consejero, su voz y sus silencios. Se va la mirada inteligente que lo decía todo mientras silenciaba su angustia ante el diagnóstico fatal de un ser querido. Se van muchos de nuestros mejores años. Arístides, hoy todas las curas son para ti, incluso esta humilde oración pretende serlo.

Gracias Arístides, por tus cuidados y por agrandar algo tan grande como es la sanidad, la amistad y la bondad.

Gracias Doctor.