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Gran Canaria en el caidero

Los barrancos vivieron ayer su particular día de fiesta con sus cauces de banda a banda - Los mayores de tierra adentro se remontan a años históricos para buscar un precedente

Gran Canaria en el caidero

Juan Domínguez ya no ve por el azúcar y está sentado en La Moncloa, nombre con el que se conoce la parada 307 de la guagua que une San Mateo con Teror convertida en un azocado echadero de mesa y sillas donde juegan al subastado Julio y José Domínguez, Juan Santana y José González.

Domínguez, Juan, se pone a mirar para dentro de su cerebro y se remonta nada menos que al año 1954, "la mayor que hubo", para contextualizar las lluvias que culminaron el pasado domingo en la gran somanta del XXI.

Aquel año, continúa Juan con los ojos en el infinito, se sacaron los animales de las cuadras para que no nadaran por los barrancos, y si antier no pasó algo igual es porque "ya nadie tiene ni gatos".

En su criterio, desde hace 15 años no llovía con tanto fundamento. Y está contento: "Si no llueve" sentencia, "no nos mojamos, y que tenga usted en cuenta que el sol no se compra, pero el agua sí".

El subastado del cruce de Aríñez se encuentra a apenas unos cientos de metros del trajín de varias cuadrillas de mantenimiento. Como la de Manolito el del Rincón y Gustavo Marrero, del Ayuntamiento de Teror, que están a punto de alcanzar su propio récord, y su tractor JBL, también.

El domingo empezaron a retirar muros, tinglados y teniques en la villa a las ocho de la mañana y terminó a las doce la noche. Y el lunes, con el amanecer, rianga otra vez. Recogieron paredes en El Palmar, en Guanchía, donde Suárez Yánez, por los Báez y así suma y sigue hasta que a las diez de la noche del domingo, que fue cuando se desprendía con mucho aparato el acceso a una vivienda en la entrada del pueblo por la carretera de Tamaraceite, un pequeño cataclismo que dejó la casa guindada del aire.

El agua por encima de la cota 500 se desarretaba por las degolladas en mil caideros, alimentando las gargantas de barrancos que se habían olvidado serlos, como la barranquilla de El Ratón, también entre La Vega y Teror, que se amaneció con ínfulas de un Niágara a escala para alimentar la Madrelagua.

Con ellos bajaban toscas, vallas, pitas, cañas en manojos, y tunos, muchos tunos, que de tanto tuno se formaba una espesa y resbaladiza mermelada de tuno a faz del alquitrán de las carreteras. Y cuando no era esto, era un gran gajo de higuera o de castaño entero, igual detrás de una curva o escondido en el quiebro de una chicane.

Una noche fatal

Juan Morales y Yazmina Acosta, de la red de mantenimiento del Cabildo de Gran Canaria llevaban una decena de levantamientos de piedra a apenas las once y media de la mañana, destrancando caminos, uno detrás de otro.

La fuerza se ilustraba en el barranco de La Mina, a su paso por Utiaca y rumbo al capitalino Guiniguada, antes de que los tubos de las heredades se lo chuparan.

En una cueva camuflada de macetas y jardinería colgante María José Campos García barría el estanque de barro que se le había formado en sus zaguanes y cancelas. La noche la pasó "fatal", con un vecino enfermo de fiebres y calenturas echando una mano. La traducción libre de sus suspiros era que se le desprendía del alma su tierra guanche, allí la señora sola con el cepillo achicando arcilla.

Más al este, en el barranco de Los Chorros, que es el que atraviesa San Mateo, el rebumbio bajaba empaquetado dentro de una tubería del quince aullando por la presión de sus caudales, mientras volvían a caer más garujas para alimentar el animalito.

La nube fuente de esta garuja continua estaba flotando a la altura de Cruz de Tejeda, absolutamente embrumado, tanto que al burro solo se le intuían las orejas.

Desde allí a Artenara por el Montañón Negro no se apreciaba ni el volante del auto hasta llegar al pueblo cumbrero. Por delante, hacia la cornisa norte la nada, pero por detrás, hacia el sur, se abría al solajero la enorme caldera de Tejeda rezumando como un diamante desde el Nublo hasta La Aldea. En la bajada por Acusa Seca y Acusa Verde, con la vía cerrada al tráfico por unas enormes piedras que se plantaron en la carretera la madrugada del domingo al lunes, los saltos de agua resultaban kilométricos, como el del Chorro del Caidero y el de Comestén. Pero antes, la presa del lugar se rebosaba mundo abajo para unirse a una cuenca que tronaba.

Mari Cabrera, que vive en Acusa Verde, reportaba una madrugada de silencio dentro de su cueva, pero escandalosa fuera. Su marido tuvo que poner el sacho en la furgoneta para ir a trabajar al pueblo por la mañana, en un servicio de autolimpieza viaria y tanteando el terreno por si las moscas.

Mucho más allá, en el mirador del molino con vistas a Parralillo la Isla era de color chocolate. De tres lados llegaba agua a mansalva para entrar en Parralillo, la primera de las tres grandes presas de La Aldea de San Nicolás. En cuestión de horas había subido metros y metros en su superficie espumando con manantiales brotando de los palmerales al sol, maquinando en cada recoveco una postal de Fitur.

Meterse en fotingo allí eran palabras mayores, con teniques en precario equilibrio y la carretera formando parte activa de las cascadas. De vuelta por Acusa a Coruña, hacia las presas de Las Hoyas, Lugarejos y Los Pérez, seguía la Isla allí margullando en el mar de nubes, sin apenas visibilidad.

Y a medida que se van descendiendo metros van aumentando los litros que bajan locos por las laderas, tanto de Coruña como de Tamadaba enfrente, pero allí entre el pinar lo hace formando saltos que terminan a las orillas de las presas con grupos de grandes árboles sobreviviendo como juncos bajo el nivel de los embalses.

Pero es en Lugarejos donde la pintura lo borda, con el agua a ras de la carretera, con el muro a apenas un metro de reboso y tres patos celebrando el día feriado.

Secundino Viera Ramos, que es del sitio, echó el metro y confirma que de un momento a otro vendrá la gota que rebose el vaso de Lugarejos. "Le falta un poco de altura a los pinillos". Como hiciera Juan Domínguez -el que acompañaba al rancho que jugaba al subastado en la parada de La Moncloa-, también se remonta a muchos años atrás. Secundino a 30 años, poco más, poco menos, cuando también tuvo que sacar una vaca del lago que se espantó del temporal. Las noches del domingo y el lunes el agua allá cayó "graná" en toda su sustancia, de tal forma que en la presa de los Pérez, "subió ocho metros del taponazo: verá que ella de aquí a mañana rebosa", barrunta Viera.

Un tramo más y por fin alonga Agaete al fondo, y sobre la cabecera de su Valle diluviando la asombrosa madre de todos los caideros.

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