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Gáldar

El fino molino de Faustino González

El Pintadera de Oro de Gáldar luce a sus 94 años una mente de miles de vatios de lucidez l Durante 53 años ofreció el mejor gofio de unas instalaciones del siglo XIX

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Molino de gofio de Palma de Rojas, Gáldar

Son las nueve de la mañana y desde hace tres horas ya Faustino González Suárez ha pergeñado un potaje para 14 personas, se ha puesto como un pincel y preside sentado en su silla preferida el despacho de gofio del sin par molino de Palma de Rojas.

El señor Faustino nació el 5 de octubre de 1925, un año en el que, para poner en contexto, apareció el primer tocadiscos en el mundo, y en el que los camiones, ni estaban ni se esperaban en la isla."Mi padre era arriero, tenía cinco bestias, y yo no era nacido en ese tiempo porque soy el más chico de ocho hermanos, pero se levantaba a las dos de la mañana para salir con dos mulos cargados de cal viva para construir la carretera de Bañaderos".

González Suárez y familia vivían en el barrio de El Hospital, en Gáldar, y como todo chiquillo fue a la escuela, pero de aquella manera. "Carmelita la maestra se planta un domingo por la mañana ante mi madre Eustasia para decirle que yo era más malo que el demonio, que iba a matar a todos niños, y la verdad es que no me gustaba estudiar, así que a los diez años me fui a trabajar a las plataneras de mi padre, en Rojas de Palma y en El Hospital, raspando, cortando y desflorillando hasta los 24 años, que fue cuando me fui al cuartel a Lanzarote 29 meses, y cuando volví me casé".

Casó con tiento. Con la hija de Bartolito, el molinero. Fue un amor de esposa, Carmen Molina Martín, que le dio seis hijos, "y un amor de molino", según declara con una mente que, a sus 94 años enteros, exhibe diez mil vatios de lucidez.

Con su esposa Carmen Molina regenta una tienda durante treinta años, un pequeño tenderete de apenas 20 metros cuadrados que con el tiempo acrecienta a más de cien. "Yo no entendía ni papa de tiendas, pero Carmen sí, porque su padre tenía otra más arriba, y nosotros incluso empezamos a quitarle los clientes. En realidad era una ferretería, o eso ponía, Ferretería Verol, pero", empieza a reirse con verdaderas ganas, "vendíamos todo lo que entraba, hasta colchones, aparatos de radio, o bicicletas..., pero el alma de la tienda era mi mujer, que era una cosa muy grande".

Hasta que un día entra otro maestro en casa, Manuel Sosa. "Faustino, es una pena que tus hijos no tengan estudios, porque son muy inteligentes".

Aquél mensaje percuta la vida del patriarca. Para eso necesita dinero y fija su objetivo en el molino de agua de su propio suegro, una vieja instalación del año 1876 que decide comprar. "Aquello era una ruina, la verdad, y hasta mi padre me dijo que si yo estaba loco, en una época en el que de los 300 que habían en la isla empiezan a cerrar".

Le sustituye la energía hidráulica y por un flamante motor Ruston, de 40.000 pesetas. Arregla las tostadoras, habilita un almacén con entrada para camiones "y lo pongo andar".

"Fatal"

"Me fue fatal. Malísimo, al principio, porque no entendíamos nada. Las piedras de moler no servían y todo iba despacio, despacio. Tuve que pedir dinero prestado, que iba pagando con las vueltas de las plataneras".

Hasta que un día se presenta en el molino "don Serafín Montesdeoca, de La Aldea. Y me dice: Yo soy Serafín Montesdeoca", explica con aire reverencial, mientras el aroma del millo tostándose hace de incienso, "y todas las semanas vendo entre 4.000 y 5.000 kilos de gofio, -cuando ya era un logro vender 10.000 al mes", ilustra Faustino.

"Coño, me quedo pensando. Si conforme yo vengo a las siete, empiezo a las cuatro. Y si en vez de acabar a las seis, termino a las ocho, son un montón de horas. Así que en el primer talón le echo 1.500 kilos de gofio. Y me pagó el talón, me cambio de ropa, consulto en el banco y me dicen. Faustino, lo que haga falta, lo que quiero decir, que efectivamente Serafín Montesdeoca vendía gofio a mansalva".

Aquél molinero chascado al que la maquinaria y su mecánica se le atascaba en el entendimiento cogió rumbo, "y ahí empezaron a entrar millones al mes, hasa contratar a seis empleados. Y no le digo nada si el molino lo llego a poner en La Aldea. Así estuve 17 años trabajando 17 horas diarias, de forma que no sabía si era martes o era sábado".

Pero la fama de la calidad de Molinería de Rojas Gofio El Galdense, como luce en su nomenclatura oficial, es proporcional a los millones de kilos que han dado de comer durante el más de medio siglo que Faustino estuvo al frente, y que continúa hoy modernizando el catálogo con el gofio de quinoa y de espelta, pero con todo, no parece ser esto lo que más llena de orgullo a Faustino. Lo que a González Suárez lo mantiene de verdad más feliz y vivo que nunca es el "haberle dado estudios a cinco de mis seis hijos, de seguir el consejo de Manuel Sosa, hoy todos con carreras cursadas en Canarias o en la Península, para hacerlos profesores", matiza apuntando con el índice al techo, y de apuntalar el futuro del sexto en el propio molino familiar.

A las once de la mañana ahí sigue, tras dar una vuelta por las instalaciones que tantos quebraderos de cabeza le dieron para ponerlo en marcha, atendiendo con su presencia y una conversación brillante a la clientela, como a Encarna Vicente, que casualmente llega de La Aldea a comprar unos, y ratificar que en su municipio, el de Rojas es marca de puntería. Él ríe a boca llena, "qué suerte he tenido", confiesa con humildad el Pintadera de Oro de la Ciudad de Gáldar.

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